La mujer en la época de Doña Emilia

La enseñanza del siglo XIX, muy influenciada aún por la Iglesia a todos los niveles, sigue contemplando a la mujer en un papel secundario. La Iglesia católica tenía un concepto funcional de la mujer. Obedecía a su papel cohesionador al interior de la familia. El prototipo más frecuente fue el de perfecta casada, reina del hogar, piadosa, buena madre y buena esposa. Este concepto correspondía a un discurso ideológico sobre lo doméstico, y la Iglesia católica era su más agresivo portavoz.

Por esto, su instrucción en establecimientos educativos, oficiales o preferentemente privados, no estaba dirigida a formar académicas o sabias, sino mujeres piadosas; sabias en manejo de labores domésticas, expertas en trabajo de agujas.

La incorporación de la mujer al sistema educativo, según la Iglesia, era una forma de moldear en principios y valores cristianos al elemento cohesionador de la familia y el hogar. El acceso de la mujer al sistema educativo no buscaba, de ninguna manera, alterar la función social de la misma; buscaba fundamentalmente alfabetizarla y adiestrarla en algunos quehaceres domésticos para el mejor funcionamiento del hogar y de la familia. Su educación, en caso de haberla, debía ir orientada a su misión en la vida.

La Revolución Liberal no supuso un cambio sustancial en la situación de la mujer, ni en la política, ya que no podía votar ni ser votada, ni en su papel o rol social. La mujer siguió siendo el eje fundamental del hogar y de la familia. En principio, la incorporación de la mujer al mundo laboral fue escasa, aunque fue aumentando a medida que el país se fue transformando económicamente, aunque de forma lenta y discontinua. En el campo continuó su presencia en las tareas agrícolas y en el mundo industrial comenzó a ocupar puestos de baja cualificación y siempre de menor remuneración salarial. En las ciudades el sector doméstico (criadas, nodrizas) fue su principal destino laboral.

En las clases media y alta, la mujer siguió desempeñando labores de organización y administración de sus respectivas casas y familias, además de elemento fundamental en las cuestiones matrimoniales de conveniencia, especialmente, en los estratos sociales más superiores. Las mujeres solteras pudieron desempeñar algunas actividades económicas pero cuando se casaban perdían su autonomía, aunque siempre conservaron la propiedad de sus dotes o de las herencias propias incorporadas al matrimonio.

Segunda mitad del siglo XIX

Desde 1812 hasta 1868 era considerable el atraso en la modernización del país y la debilidad de los sectores de clase media. El régimen liberal, en sus primeros pasos hasta constituir un poder más sólido, se caracterizó por su precariedad e inestabilidad. Este fue el marco en el que tuvieron que desenvolverse las mujeres españolas.

Los años que se sucedieron durante el Sexenio Democrático determinaron el modelo liberal burgués y prepararon un cambio político y social que se fue consolidando a lo largo de la Restauración. Durante ese tiempo surgieron nuevos movimientos y organizaciones sociales y políticas; una nueva clase obrera y nuevas clases medias que, al igual que en otros países, exigieron un mayor protagonismo.

Con ellos se abrieron nuevas oportunidades de reivindicación colectiva para las mujeres. A lo largo del XIX se empezaron a definir los modelos de vida cotidiana que fueron determinados por los discursos de la época y que tuvieron que asumir las mujeres de los diferentes estratos sociales. Así, el pensamiento del liberalismo naciente y su idea acerca del papel diferenciador que tenían que desempeñar ambos sexos, imponía la esfera doméstica para las mujeres y establecía su ausencia de los espacios políticos de decisión.

En España, la evolución política y económica se hizo de forma más gradual que en el resto de Europa, ya que siguió persistiendo una aristocracia y una nobleza de gran importancia económica y notoriedad social, y una Iglesia Católica de notable influencia.

La sociedad española se fue organizando en clases sociales y la burguesía se erigió protagonista instaurando sus costumbres y estilo de vida como modelo social. En relación a esto, las diferencias entre las mujeres de las diferentes clases sociales eran muy marcadas. La vida de las mujeres de clases media y alta, acontecía dentro del espacio doméstico. La familia fue el eje principal de organización social burguesa. A través de ella se defendía la propiedad privada y esto precisaba de un modelo de mujer adecuado al modelo de familia acorde con el grupo social. La moral burguesa dispuso que el prototipo de mujer fuese el de la decente, pura y casta, controladora de sus pasiones, abnegada y sacrificada.

De esclava tal como fue concebida en siglos anteriores, la mujer pasó a ser distinguida como reina del hogar, enalteciendo las cualidades de sensibilidad, entrega, emotividad y afecto procedentes de su naturaleza. De tal forma que el hombre debía emplearse en llevar a cabo grandes logros y proteger a su familia, y la mujer debía limitarse al ámbito de la vida doméstica, principalmente en las faenas de la casa, mostrar los más dulces cuidados, atenciones y una ternura activa y vigilante. 

Por otro lado, si se establece una correlación entre la situación social y la cultural, se observa que la imagen femenina que se divulgó en la literatura del siglo XIX fue la de ángel del hogar, amparada por un rígido régimen patriarcal de valores. Esta figura obtuvo su auge a mediados de siglo. Se estableció entonces la separación de los sexos en dos esferas: pública y privada. Esto hay que tenerlo en cuenta a la hora de entender la imagen de la figura femenina en la literatura de este siglo, que fue dirigida hacia el sometimiento de la mujer, la sumisión y obediencia para preservar la institución burguesa más preciada, la familia, a través del matrimonio y la maternidad.

A partir de la Revolución de 1868 se pueden apreciar los primeros intentos de mejorar la condición social de las mujeres, pero siempre gracias a figuras, que siendo importantes y que han dejado su impronta en la historia española, estuvieron muy aisladas. Destacaron tres mujeres: Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán y Rosalía de Castro. Se esforzaron en defender cambios jurídicos y educativos.

El pensamiento feminista de Emilia Pardo Bazán

A través de sus novelas, ensayos, etc., Doña Emilia nos deja un retrato bastante realista del papel que la mujer representaba en la sociedad española de la segunda mitad del siglo XIX. Leyendo su obra podemos entender las diferencias que existían entre hombres y mujeres en el contexto social de su época y por otro, también podemos valorar el esfuerzo que hizo la escritora por hacer visible esta situación para que poco a poco se pudiera ir cambiando.

Aunque hace una denuncia sistemática de las desigualdades entre los dos sexos, su obra no tiene un carácter victimista ni se centra exclusivamente en las mujeres, sino que plantea las diferentes vías y expectativas que la sociedad ofrece para desarrollar la personalidad de los individuos, sean hombres o mujeres. Y desde esa perspectiva, destaca la fuerza de Doña Emilia por luchar contra lo establecido tanto social como intelectualmente y su afán por alcanzar una amplia cultura en un momento en que las mujeres en España eran analfabetas. 

La educación de las mujeres fue una de sus reivindicaciones más importante. Por una parte, critica que la educación que recibe la mujer burguesa no es más que una cultura de adorno con disciplinas como la música, la pintura, francés, etc. Y Por otra, señala que la escasa implantación del feminismo en nuestro país, con respecto a otros países de Europa, se debe a la falta de educación en España.

En 1892 se celebró en Madrid el Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano, donde tomaron parte activa la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, un grupo de mujeres ilustres de la época como Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán. Uno de los temas específicos que se trataron fue la igualdad de ambos sexos en el acceso a los diferentes niveles de enseñanza. Las posturas fueron desde los que defendían el que las mujeres accedieran, a los que planteaban que se debía restringir su acceso ya que se ponía en peligro la institución familiar. Por su lado, en su ponencia titulada La Educación del hombre y de la mujer sus relaciones y sus diferencias, Doña Emilia expone sus ideas sobre la educación, planteando que ésta parte de principios opuestos para los dos sexos:

Mientras la educación masculina se inspire en un postulado optimista…, la educación femenina derívase del postulado pesimista o sea del supuesto que existe una antinomia o contradicción palmaria entre la ley moral y la ley intelectual de la mujer, cediendo en daño y perjuicio de la moral cuando redunda en beneficio de la intelectual, y que –para hablar en lenguaje liso y llano– la mujer es tanto más apta para su providencial destino cuanto más ignorante y estacionaria, y la intensidad de la educación, que constituye en el varón honra y gloria, para la hembra es deshonor y casi monstruosidad… el papel que a la mujer le corresponde en las funciones reproductivas de la especie, determina y limita las restantes funciones de su actividad humana, quitando a su destino toda significación individual, y no dejándole sino la que puede tener relativamente al destino del varón” .

La escritora intentó ser miembro de la Real Academia Española pero fue rechazada por unanimidad por ser mujer.

El matrimonio es otro de los temas que aborda. Traduce al castellano La esclavitud femenina de Stuart Mill, primer diputado que defiende la inclusión del voto femenino, en 1866, y en el prólogo se resalta la importancia de la compenetración de los dos cónyuges y que la relación no sea solo sexual sino también intelectual.

La cuestión del papel social de las jóvenes aparece, también, reflejado en el cuento «Naúfragas«, donde pretende despertar a las mujeres de su tiempo para que progresen, cosa que no será posible mientras permanezcan sumergidas en la ignorancia. Según su convicción, la situación de la mujer tendría que venir con el reconocimiento de su derecho al acceso a todos los niveles de enseñanza, incluida la formación universitaria y que les permitieran realizar el ejercicio de sus carreras en el mundo laboral.

Otro aspecto a resaltar, que define bien su figura y su relevancia histórica, son las diversas relaciones entre los sexos basadas en la amistad entre iguales, rompiendo claramente la cultura establecida de la época, donde a la mujer se le exigía sumisión al hombre dentro del matrimonio. Esta relación de amistad que defendía nuestra autora adquiría una dimensión doblemente transgresora, pues entraba sin tapujos en el plano literario, de intercambio de opiniones y pareceres sobre sus obras, en un contexto en el que la mujer era considerada inferior intelectualmente.

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