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No quería abandonar tan pronto a mi padre

3 Oct

Vuela vuela. Foto en flickr de Jorge Morrell. Algunos derechos reservados.

 2005 es el año fatídico. El año en que detectan al padre una enfermedad mortal: lo peor no avisa pero tampoco engaña. Cuando se presenta, intentamos no verlo, pero en el fondo sabemos que ha llegado, que está ahí, y que todo lo que hagamos para zafarnos solamente servirá para terminar aceptándolo. Comienza una difícil etapa que durará dos años durante la cual las relaciones entre el padre y el hijo cambiarán radicalmente a mejor. El hijo deja casi todo para ocuparse del padre, para estar con él, para solucionar todos los problemas que surjan, para que no se desaliente en la lucha que le ha tocado vivir. Se entrega en cuerpo y alma. Desde el principio mi implicación es total. Ya hace un tiempo que atravesamos un idilio. No un idilio cualquiera sino el que yo espero definitivo tras haber tomado tres años antes, en Berlín, la determinación de apartar de nuestro trato el problema entre nosotros. Cansado de la desconfianza, me he propuesto renunciar a mi susceptibilidad eterna, que considero justificada pero que nos aboca a una relación difícil […] y, justo ese otoño en el que no sabemos que le quedan dos años de vida, tengo la sensación de que por fin ha bajado la guardia. Marcos tiene treinta y siete años, su padre sesenta y cinco.

Mi padre derriba sus últimas defensas y por primera vez acepta mi ayuda sin complejos, incluso la demanda. Se muestra agradecido, vulnerable […] Yo me veo ante la oportunidad de demostrar que mi disposición al sacrificio está a la altura de mis reivindicaciones pasadas. Van a operar de urgencia al padre y éste, desde el primer momento, se apoya totalmente en el hijo, por alguna razón, le inspiro más confianza que la amiga que conoció en Brasil […] Desde entonces, sin darme cuenta, me convierto en su padre […] Yo soy su padre y él es mi hijo. Nadie sabe lo que nos deparará el futuro, pero parece que mientras se sienta débil y enfermo buscará mi protección. Después de la operación, el diagnóstico no puede ser peor. La amiga que conoció en Brasil y Marcos deciden no contarle la verdad: empiezo a entrenarme en dosificar la información. Pronto comenzará la huida de la amiga que conoció en Brasil, a pesar de que ha prometido, al principio, todo su apoyo al hijo y olvidar las viejas rencillas. Es pronto para acusarla de deserción […] pero no puedo evitar cierto regocijo al corroborar una vez más lo acertado de mi desconfianza. Miedo a la soledad que se le avecina, su incapacidad para sacrificarse… en un principio. Más  adelante ya será quedarse con lo máximo que pueda de sus bienes en común. Además, no cumple su palabra de no decirle nada al padre sobre la gravedad de su enfermedad, y aunque el hijo desmiente todo, en su mirada se ha instalado ya una sombra de sospecha, de derrota y de desconsuelo que nunca lo abandonará.

Con frecuencia, cuando estoy solo, lloro […] Me siento lejos de todo, de lo que más de otras personas. No logro olvidar que llegará un día, no muy remoto, en que mi padre no esté. Siento su desvalimiento como propio y aún más me entristece pensar que su vida ha sido incompleta, que se irá insatisfecho, con cuentas pendientes. Sé que se trata de un prejuicio que nunca podré corroborar, pero en eso consiste mi principal tristeza. No tanto en su pérdida como en que pueda morir con la sensación de ser un perdedor.

El hijo se sumerge de nuevo en reflexiones, quizá repetitivas y obsesivas, aunque ahora serán desde el lugar en el que les ha colocado la enfermedad: en el del intento de conseguir una reconciliación y para ello es necesario ceder: lo que a ratos me parece prosaico y pueril es mi empecinamiento en no abdicar. Debería haber sido más conciliador. Perdonar antes. Pareciera que en Marcos convive el sentimiento de culpa con la seguridad de que tiene razón en muchas cosas que le reprocha. Difícil mezcla. Aún ahora nos habla de la inseguridad y de los miedos de su padre que incidieron en su comportamiento erróneo hacia él: lo atemorizaban las incertidumbres de la vida, lo atemorizaba quedarse sin asideros, se engañaba sobre sus capacidades, creía que a solas naufragaría, y se agarraba al flotador que la amiga que conoció en Brasil le cedía a un altísimo interés. El autor considera que su padre se autoengañaba, que no era feliz en se matrimonio y se interroga acerca de por qué estuvo con esa mujer veinte años llegando a la conclusión de que había amor. Un amor no de iguales, un amor que en mi padre entrañaba una extraña superioridad moral que lo llevaba a perdonar las arbitrariedades de ella, sus imposiciones, sus latrocinios, considerándolos debilidades de carácter, pero amor. Marcos sigue buscando respuestas a su relación con el padre. El libro entero es una búsqueda de respuestas. ¿Consigue encontrarlas? ¿Qué opináis?

Ante la deserción de la mujer y sus maniobras ya claras de quedarse con todo lo que pueda, el padre está atónito: nunca la consideró capaz de algo así, pero empieza a darse cuenta, con dolor, y piensa seriamente en separarse, algo que al final hará. En esa situación, el hijo se convierte en el único apoyo real y comienza a contarle, él, tan reservado,  muchas cosas sobre su pasado que nunca le ha contado. En consecuencia cada día está más cerca de mí. Se hacen inseparables, cómplices. La reconciliación ya está en marcha. Es obvio que me necesita. Es obvio que está agradecido y emocionado. La mujer que los separaba se está desvaneciendo. Y comienza la quimioterapia que durará seis meses. El padre parece que se va enfrentando a su suerte, su mala suerte, aunque no pierde nunca la esperanza. Es tiempo de incógnitas pero también de aprendizaje. El papel que le toca jugar al hijo es difícil: callo cuando calla, hablo si quiere hablar, pero Marcos consigue el equilibrio necesario para llevar adelante una situación tan difícil y delicada.

El autor prosigue con sus análisis y reflexiones, con su búsqueda de respuestas. Marcos admiraba a su padre, lo necesitaba: lo único que quería era tener más de él, lo único que quería era estar más con él. Ésta quizá es la gran respuesta a todo. Y algo más: necesitaba su reconocimiento. Quería aprender, parecerme a él, y lo imitaba, sí. Trataba de emularlo. Para que el padre lo valorara. Pasará mucho tiempo hasta que lo consiga, pero finalmente, en el proceso de su enfermedad, lo conseguirá. Y también está la culpa: su culpa y la mía. Su culpa por no darse cuenta de que eso era lo que yo más deseaba, su culpa dármelo a cuentagotas, vergonzosa, clandestinamente, a rebujo de su otra vida, de su vida en pareja, y mi culpa por estrechar con mi enfado sempiterno el caudal ya escaso por el que fluía.

El tiempo de vida continúa y Marcos se desvive porque hacer cosas con él mientras esté bien: una exposición, la última que hará, comidas fuera, visitas culturales e incluso un viaje a Kenia donde el padre empeorará. Mi padre debe seguir luchando con los fantasmas que su enfermedad le ocasiona. Sus dudas son continuas, sus preguntas y las trampas con las que trata de sondearme a mí también. Parece que quiere la verdad pero quiere que la verdad lo favorezca y, en la medida en que le proporcione esa verdad que no lo es y que le brinde apoyo y ayuda, continúa su querencia por mí, continúa convirtiéndome en su principal sostén. Aun así, el padre toma dos decisiones que contradicen la aparente docilidad con la que se deja engañar respecto a la enfermedad: quiere apostatar y quiere hacer un testamento vital para pedir que no se le prolongue la vida artificialmente y que, llegado el caso, se le aplique la eutanasia.

¿Qué aprendimos en el último trecho? Que perdimos el tiempo. Y que las cosas tienen siempre un final y que, cuando ese final llega, es mejor que nos deje en paz.

Y llega el momento del arrepentimiento: me arrepiento, ya lo he dicho, de no haber liberado antes la tensión entre nosotros. Me arrepiento de haberlo hecho sufrir. Me arrepiento del tiempo perdido. Me arrepiento de lo no hablado. Me arrepiento de haber necesitado demostrarle con hechos que él era mi padre y yo era su hijo. Me arrepiento de haber pensado en su muerte. Me arrepiento de haber dado un valor simbólico a lo material. Pero también subraya aquello de lo que no se arrepiente: Frente a eso, los posibles errores que cometí estando ya él enfermo palidecen gracias a la radicalidad de mi entrega. No me arrepiento de haberlo dejado solo, porque no lo hice. No me arrepiento de no haberle dicho nunca la verdad sobre su enfermedad. Creía que si mantenía la esperanza aún existía alguna oportunidad de curaciónMarcos se está limpiando y asimismo, está limpiando, salvando, la relación con su padre. Es tiempo de dolor pero también de redención.

Estamos ya en septiembre de 2006, el padre empeora: una tarde en que regresamos del hospital, se derrumba por primera vez y entre lágrimas de desesperación me dice cosas que en momentos del pasado fantaseé con escuchar, pero que ahora, dichas por lo que son dichas, me parten por dentro. Pero el padre, en general, afronta su situación con silencio, sin quejas y con resignación. Ya separado, de una manera muy fea, de la mujer deciden que irá a vivir con Marcos y su esposa. Todo lo concerniente a la amiga que conoció en Brasil es tan feo que prefiero obviarlo. Sólo voy a transcribir un apunte del autor: ¿Por qué actuó como lo hizo? Por codicia, por inmadurez, por egoísmo. Da igual qué fuese lo determinante […] Puedo juzgarla, pero no es mi cometido salvarla ni condenarla. Más necesario sería desentrañar, en todo caso, la huella que sus acciones dejaron en mi padre. Y la huella fue cambiante. Empezó con incredulidad, continuó con sufrido desengaño y terminó en despreciativa indiferencia.

La verdad es que es difícil hablar de estos temas, máxime si los has vivido, como es mi caso. Algunos habéis comentado que para vosotros también es difícil. Incluso que el libro os está costando. Pero una cosa que queda clara es que para el autor era completamente necesario escribir este libro. Y lo entiendo. Y por eso, y por mi dificultad añadida, he escogido en este post transcribir sus palabras más que comentarlas. Que hable él. Y para mí, no sé si para vosotros, sobre todo los que habéis vivido algo similar, ha sido sanador leerlo. Doloroso pero también sanador. Creo que la sinceridad apabullante de Marcos Giralt Torrente alivia y se agradece. Admite sus culpas así como habla sin tapujos de las faltas de su padre y, en la entrega final que realiza, llena de amor y dedicación, no se cuelga medallas. Y eso también se agradece. Una lección de vida. Y de humildad. Y de amor. Y de reconciliación. Escribiendo sobre este libro me he dado cuenta de que es difícil comentarlo. Entiendo que no lo hagáis en demasía. No lo pensé al principio cuando lo escogí. Pero sí podemos hablar de cómo enfrentarnos a la muerte de un ser querido, de cómo quedar en paz con alguien muy cercano con el que tuvimos una relación difícil. Algunos habéis destacado ese papel sanador de la reconciliación y la admisión de culpas que este libro tan bien describe.

La enseñanza final de Tiempo de vida es que creemos que el tiempo es mucho más laxo de lo que es. Y que hay para todo, cuando en realidad no es así. Yo tuve tiempo de decírselo a mi padre, más que decírselo, de demostrárselo, y él puso todo lo que estaba en su mano para que pudiera hacerlo. No hay cuentas pendientes, no las había cuando comencé a escribir.  Al autor, una vez fallecido el padre, sólo le queda acostumbrarse a su ausencia: la muerte. Lo que no se puede pensar, dicen. Y como la vida no se detiene, ya en los últimos párrafos del libro el autor nos anuncia que hace siete meses, en los primeros días de septiembre de 2008, supe que sería padre a finales del próximo mayo. Hermoso final para esta historia. La llegada del hijo del hijo del hijo. Que además lleva el nombre del abuelo, Juan. Y el hijo ante su inminente paternidad, se coloca en el lugar del padre que va a ser haciéndolo, a la vez, en el lugar que ocupó su propio padre respecto a él: pienso, entonces, en mi hijo aún no nacido, que llevará su nombre, y me pregunto en qué lo condicionaré, en qué le fallaré, qué deberé yo perdonarle y qué deberá él perdonarme, si no lo hace antes, cuando como mi padre me diluya en la nada.

Me gustaría conservar algo de lo mejor de mi padre para que le llegue a través de mí.

Plazos

Una vez terminado este tiempo de vida que hemos compartido con su autor, es hora de vuestros comentarios sobre esta segunda parte y sobre la totalidad de la novela. Todos los comentarios son bienvenidos, así como vuestras conclusiones sobre cualquier aspecto del libro que os haya interesado o no os haya gustado o lo que consideréis comentable. Dedicaremos una semana a ello. Espero con ganas vuestras opiniones, así que ánimo.

 

Trato de comprender qué nos perdimos, en qué punto nos atascamos

27 Sep

Padre e hijo. Foto en flickr de Daquella manera (Daniel Lobo). Algunos derechos reservados.

Tiempo de vida se abre con una cita de Nietzsche: Contamos con el arte para que la verdad no nos destruya. La ficción como salvadora de la realidad. El arte que ayuda a asimilar la verdad más dolorosa. Comentarlo daría para un tratado largo y no es el caso, pero se admiten en vuestros comentarios opiniones al respecto.

Ya desde el principio del libro la figura del padre se muestra omnipresente en la vida del autor/narrador. Para bien y para mal. Tanto como para que, incluso, decida, una vez adulto, su vocación, a la contra del padre. Y también desde las primeras líneas, cuatro y cinco para ser exactos, están muy presentes el rencor y la venganza del hijo hacia el padre. Marcos nos cuenta cómo en sus libros anteriores, todos de ficción, la problemática relación con su padre aparece de alguna manera a través de personajes y situaciones, tanto como para que el padre, al leerlos, y aunque él, culpable, intente camuflarlos lo más posible, se vea reflejado y le duela, pero es que, a la vez, el hijo quiere que el padre sepa. La figura del padre siempre proyectando su sombra sobre el hijo que le admira y le reprocha a partes iguales. Toda la vida del hijo condicionada por ese padre ausente la mayor parte del tiempo.

Después de la muerte de su padre, el autor se da cuenta de que solamente puede escribir sobre él (idea que surgió ya durante la enfermedad), pero, aunque lo intenta, no lo logra: me proponía escribir sobre mis últimos dos años y simplemente no sabía cómo hacerlo. Y entonces lee, mucho, a otros escritores que han escrito sobre los mismos temas. Nos pone las citas. Necesita sumergirse de lleno en ello pero no sabía qué libro quería escribir. O sí que lo sabía pero no sabía cómo hacerlo. O no había resuelto aún qué contar y qué callar. O la vida de mi padre, al fin y al cabo, no era tan novelesca. O simplemente dudaba de que a alguien le interesara. Dudas, dudas y más dudas. Intentos numerosos y fracasos consiguientes. Marcos está todavía viviendo el duelo, quizá es demasiado pronto y no tiene la distancia necesaria para hacerlo. Nos transcribe frases que escribió en esos intentos. No encuentra el tono.  Y lo bueno, literariamente hablando, es que el autor decide comenzar esta novela de no ficción narrándonos esa imposibilidad. Sabia resolución.

Otro tema que le preocupa es cómo escribir sobre su propia vida: la vergüenza, los pudores. Los propios y los ajenos. El reto, lo nunca hecho. Hablar por primera vez con la propia voz. Una sensación nueva que aturde: no poder inventar. Y otro más es la dificultad de encontrar un leitmotiv: me faltaba el  hueso y, dentro de éste, el tuétano. Me faltaba saber adónde quería conducir mi relato, qué quería resaltar. Me faltaba la idea motriz; no la tenía porque lo único que sentía era un gran vacío. Se suceden muchas preguntas sin respuestas: la escafandra me impide contestar. O a lo mejor no estoy tan recuperado. O sí lo estoy y en eso consiste la muerte, en dejar preguntas sin responder. Pero hay algo superior que le impele a encontrar esas respuestas: entender, quizá. Entender lo que pasó entre ellos a lo largo de casi cuarenta años, el porqué hicieron los que hicieron y no hicieron lo que no hicieron: trato de comprender qué nos perdimos, en qué punto nos atascamos. Pero también hay algo más muy importante, mucho, y es que tengo la convicción de que algo se ha roto en mí, de que algo se ha ido. No hablo del vacío, no hablo del desgarro de la pérdida. Hablo de la rabia con la que antes escribía. Porque el autor escribía contra su padre y ahora, una vez reconciliado y desaparecido el padre, esa rabia se ha volatilizado y no tiene razón de ser: su recuerdo no me solivianta, los agravios no perduran, no compito con él, no tendría sentido querer demostrarle nada. Nada le afecta ya, ni siquiera esto que escribo.

Y después de exponernos su imposibilidad y sus dudas, a lo largo de nueve páginas, el autor se aclara consigo mismo, encuentra el tono y comienza la narración, y con ella  las numerosas enumeraciones y repeticiones que constituyen una parte fundamental de su estilo (necesitaba una voz que fuese como una letanía que diese cuenta de los hechos sin casi profundizar en ellos). Estamos en 1964, el año en que sus padres se casan: mi padre tenía veintitrés años y mi madre veinticinco. El padre ya ha viajado por Europa, pinta y expone sus obras, es un hombre atractivo y la madre, de la que el padre se siente atraído por su elegante belleza y el misterio imperturbable de su mirada, todavía vive con sus padres. Se marchan dos años a Brasil y son felices. La felicidad continúa los dos años siguientes en Madrid, a pesar de ciertas dificultades económicas, y nace Marcos en 1968: cuatro años he tardado, y no porque hubieran hecho nada para evitarlo. Durante los primeros años de su vida, la presencia del padre, que trabaja en casa, es mayor que la de la madre, que trabaja fuera. Es el padre el que se ocupa de él mayormente y le deja acompañarlo mientras pinta, garabateando él también, a veces en sus propios cuadros. Y aunque Marcos recuerda muchos momentos juntos, el padre viaja con gran frecuencia y pasa largas periodos en otras ciudades. Sabrá después que los problemas en su matrimonio ya habían aparecido y aunque intentan salvarlo la insatisfacción de mi padre, su tendencia a liberarse del peso que mi madre y yo representábamos en un ambiente, el de sus amigos pintores, en el que las responsabilidades familiares eran la excepción, lo abocaban inexorablemente al final. Pero Marcos sólo tiene buenos recuerdos de esa época: el hecho de que conserve esos recuerdos, y ninguno de insatisfacción ni de infelicidad, me lleva a pensar que aún no era el problema en que luego se convirtió para mí.

Esta situación continúa hasta 1978 y, aunque las ausencias del padre cada vez son más largas, no representa ningún drama para el niño. Mi madre consigue hacer normal lo que no lo es, mi madre consigue que mi padre siga siendo mi padre sin dudas por mi parte, sin quejas, sin peligrosas grietas. Hasta que finalmente se fue mi padre de nuestra vida diaria y ni siquiera entonces supuso un choque. Mi madre estaba para amortiguarlo y él no dejó de venir en ocasiones. Pero empiezan los problemas económicos tanto para el padre como para la madre, altibajos que estarán siempre presentes en sus vidas, ante los que el padre manifestará su malestar: los problemas económicos lo abruman y sus visitas no son ya tan desinhibidas ni tan frecuentes como antes. La ausencia o no de dinero marca mucho sus relaciones. En los periodos en que la madre y el hijo están bien económicamente, el padre se siente aliviado y hace más acto de presencia, y viceversa. Lo mismo cuando le ocurre a él, que será menos frecuente. Pero al hijo, por ahora, sigue sin afectarle negativamente la actitud y la ausencia del padre. Disfruta de su compañía y quiere compartir con él cosas y entenderlo. Y continúa su búsqueda de identificación con la figura paterna.

A continuación hay un flashback donde el autor nos habla de la familia de su padre. Es necesario que me remonte en el tiempo si quiero trazar un retrato comprensible de mi padre: burguesía acomodada, ambiente distendido, alegre en casa de sus abuelos. Decadencia económica del padre y pérdida de la madre, con la que mantenía una relación muy estrecha, cuando tiene doce años: fue determinante en el carácter inseguro de mi padre. Desencuentros con su padre y marcha a Londres antes de la mayoría de edad para estudiar pintura. Los dos rasgos que, más allá de la pintura, definieron la vida de mi padre: un laberinto del minotauro femenino que en el fondo escondía la necesidad de correr al amparo de mujeres fuertes, y un miedo atroz al futuro, a quedarse repentinamente sin hierba bajo los pies. Sumémosle una sensibilidad quizá excesiva y dos más uno son tres.

Volvemos a la historia, y es en 1980 cuando el hijo comienza su conflicto con el padre: el mundo tejido por ella (la madre) para que su separación me pasara inadvertida empieza a resquebrajarse. Empieza a acusar sus ausencias, percibe mentiras, no aporta dinero para su manutención… Yo me debato, mi cabeza y mis deseos frustrados con mi padre, mi corazón y mi día a día con mi madre. Esta situación va creciendo a lo largo de los siguientes años. Marcos se ha hecho mayor: he madurado, estoy más atento. No soy ya un mero testigo, y cada vez le irrita más la actitud de su padre: es el comienzo de los silencios entre nosotros”. Los dos saben lo que está pasando: “nos basta con mirarnos a los ojos.

Y aparece “la amiga que conoció en Brasil”. Pieza fundamental en la historia del desencuentro entre los dos que, debido a la actitud de ella, no dejará de crecer (un padre incapaz de ejercer de tal para detener la amenaza que se cierne sobre él, y la mujer de éste, la desencadenante del peligro, la instigadora). El padre comienza una relación seria con esta mujer que con el tiempo acabará en matrimonio. Pero ella no soporta al hijo, y a éste, aunque intenta ser ecuánime, tampoco le gusta ella. El inicio de la relación coincide con una fuerte crisis creativa del padre por lo que tiene que buscar trabajos alternativos, además de sumirle en un estado depresivo. Con el tiempo, la mujer y él se dedicarán a comprar pisos (es el tiempo de la burbuja inmobiliaria en España) que él reformará para venderlos. Esto no hará sino aumentar los lazos de dependencia y unión entre la pareja, y, por consiguiente, crecerá el distanciamiento y los problemas del padre con el hijo: nada entre dos aguas y rinde más donde más se le exige. Se agudizan sus fluctuaciones, los silencios y la desgana mutua. Elige para verme momentos muertos que cortan la rutina doméstica. Mi descontento crece paulatinamente. Y para deteriorarse más las cosas, ante una nueva situación de apuro económico de la madre y el hijo, el padre no sólo nos los ayuda sino que desaparece: mi ira crece.

Pero Marcos duda cuando está escribiendo el libro, ya en 2009: ¿Sus ausencias fueron tantas? ¿Debí haber sido tan consciente de los problemas económicos? ¿Me competía reclamarle? Llegados a este punto me parece pertinente preguntaros: ¿Qué opináis vosotros de todo lo leído hasta aquí (pág.47)? Sé que sólo tenemos el punto de vista del hijo, desconocemos qué pensaba el padre y porque se comportaba como lo hacía, pero esto es un libro, y aunque cuenta hechos reales es también literatura, una “ficción sin invención”, y esto es un club de lectura, por consiguiente, creo que podemos dejar nuestras opiniones aunque hable de hechos reales tan personales. Por supuesto, también espero vuestras opiniones sobre el estilo y todo lo que consideréis pertinente comentar. El propio autor se cuestiona lo que está haciendo al escribir este libro: por momentos me asusta la responsabilidad […] pero es evidente que no puedo evitar tomar algunas decisiones. […] La ficción te permite decirlo todo. Con tu propia voz, en cambio, o bien tienes la tentación de callar, o bien echas de menos poder inventar  […] me pregunto si mido bien el carillón de recuerdos con el que pretendo acercarme a una objetividad imposible.

Los años se suceden más o menos parecidos. Mientras la madre es una presencia constante de gran apoyo (vivo con mi madre. La veo por la mañana, por la tarde y por la noche. Es ella quien paga mi educación, quien mi viste, quien me da de comer. Es ella quien percibe mis carencias, quien busca soluciones y trata de satisfacer mis deseos. Es ella quien me enseña a comportarme en sociedad, quien me marca el camino […] Casi nada de lo que me sucede la pasa inadvertido), el padre no está: mi padre es una presencia intermitente, y además tiene el poder de amilanarme con su desdén, de desesperarme con sus carencias […] El rencor, el resentimiento, me asaltan constantemente. ¿De qué le acuso? De todo. Marcos percibe que su padre es consciente del problema que existe entre ellos pero no lo hablan nunca, además no sólo constato que mi presencia es un incordio para la amiga que conoció en Brasil, no sólo se me imponen barreras, frente a las que él no se rebela, que los hijos de ella no sufren, sino que además percibo un conflicto latente que dificulta aún más mi acoplamiento. Para el padre, Marcos sigue siendo un niño (y tiene ya veintidós años) y todo lo reduce a caprichos, al capricho de un niño y a la influencia de su madre. A ese sintagma me veo reducido constantemente. Y apenas se ven ya: en muchos aspectos somos dos extraños. Él no me conoce al margen de nuestras artificiosas citas a comer, y yo tengo una idea muy limitada de su vida […] Nunca conseguimos dejar a un lado el problema entre nosotros. El problema está siempre latente. Próxima la hecatombe. No es relajado vernos […] Un círculo vicioso el de mi padre, la amiga que conoció en Brasil y yo: los rencores de cada uno retroalimentándose continuamente […] La cuerda está siempre tensa. Él sufre y yo sufro, pero somos incapaces de romperla, de prescindir el uno del otro […] Sólo hay un terreno, en realidad, en el que no hay riesgo de conflicto: me enorgullece que sea pintor, admiro su pintura […] pero tampoco soy del todo inocente. Me interesa crear esa complicidad. Intuyo que no la tiene con la amiga que conoció en Brasil y no quiero fallarle como creo que ella le falla.

A partir de ahí, viene otro paréntesis en la historia para hablarnos de cómo era su padre. Nos habla desde los detalles más nimios y superficiales hasta de su carácter y su obra pictórica y su relación con el acto de pintar. Os dejo a vosotros la posibilidad de comentar todo lo que nos cuenta acerca de su padre. Evidentemente en esta larga descripción hay numerosos datos para poder entenderle mejor.

Retomada la narración, estamos ya en 1991: de 1991 a 2002 las sensaciones se repiten y en ocasiones empeoran, se enreda el hilo del rencor mutuo, y aunque el hijo intenta la reconciliación, siempre ocurre algo que vuelve a removerlo todo. Marcos comienza  a escribir su primer libro en 1993, dos años antes ha conocido en la facultad a “una chica con los labios pintados de rojo” que se convierte en su novia y con la que acabará casándose después de muchos años de convivencia en pareja. Prosiguen las enumeraciones sobre esos años. El padre ya hace tiempo que, superada su crisis creativa, ha vuelto a pintar y a exponer, en España y en el extranjero. También hace tiempo que se ha casado con «la amiga que conoció en Brasil».  Marcos consigue publicar y continúa escribiendo hasta conseguir con su primera novela un premio muy importante. Gracias a su éxito, puede ayudar a su madre que pasa por dificultades económicas grandes. El padre continúa con su desaparición intermitente pero, finalmente, a partir de 2004, con motivo de la boda del hijo, en la que el padre se emociona, algo va cambiando entre ellos: lenta, imperceptiblemente, algo ha cambiado entre nosotros. Me siguen molestando las mismas cosas que me molestaban, pero he decidido no pensar en ello y lo cierto es que, aunque al tran tran, también él hace esfuerzos.

Termina esta primera parte en la que he dividido la lectura con una larga reflexión del autor sobre su oficio de escritor y los motivos por los cuales lo eligió: diré algo más acerca de mi oficio, ya que tiene que ver en nuestra relación. En cierto modo fue una vocación forzada a sus espaldas, elegida para distanciarme de él pero no en exceso, como si me hubiera interrogado por la profesión más parecida a la suya y hubiese elegido la literatura por ser la que estaba más a mano. Marcos piensa que si hubieran mantenido una relación más estrecha durante la adolescencia, que es cuando las vocaciones se consolidan, si hubiera pasado más tiempo de en su estudio como hizo de niño, hubiera sido, quizá, pintor como su padre. Pero, bueno, me he extendido demasiado ya, y os dejo a vosotros la posibilidad de comentar esta parte que tiene interesantes reflexiones y aclaraciones, entre otras, sobre por qué no fue la influencia de su abuelo materno, Gonzalo Torrente Ballester, la que le hizo convertirse en escritor, aunque sí influyó, de alguna manera, la oralidad prodigiosa de su madre.

Plazos

Ahora ya es el momento de vuestros comentarios sobre esta primera parte. Comentad lo que queráis sobre ella y también intentad daos la réplica unos a otros. No sólo dejéis vuestras opiniones sino contestad a los comentarios de los demás para que esto se parezca lo más posible a un debate cara a cara. No os cortéis en dejar vuestras opiniones sean estas las que sean porque así enriqueceremos la lectura además de compartirla. Todas las opiniones son válidas. Cortas o largas. Venga, ánimo. ¡Espero que sean muy numerosas! Disponéis de una semana para dejar vuestros comentarios, y mientras vamos comentando sólo esta parte, continuaremos la lectura de la segunda y última parte de Tiempo de vida: desde la frase “Lo peor no avisa pero tampoco engaña” (pág. 103) hasta el final de la novela.

 

Tiempo de vida: una hermosa historia de reconciliación

20 Sep

Marcos Giralt Torrente. Foto en flickr de Luis Asín. CRDO RIBERA DEL DUERO. Algunos derechos reservados.

Este libro que el autor define como “ficción sin invención” habla de la relación entre un padre y un hijo. El hijo es el escritor Marcos Giralt Torrente y el padre, el pintor Juan Giralt y lo que cuenta, en primera persona, es una historia verdadera, una confesión, aunque pasada por el tamiz de la literatura. Me gusta el concepto de apropiarse literariamente de la realidad, afirma Marcos. Y esa historia es una historia difícil porque la relación entre ellos estuvo llena de desencuentros, silencios, promesas incumplidas o cumplidas a medias y un cierto abandono por parte del padre, separado de la madre cuando Marcos todavía era un niño. Pero también hubo amor, complicidad, experiencias compartidas y una fuerte identificación del hijo con su padre. Y finalmente, cuando el padre enferma de cáncer y muere año y medio después, se convertirá en una historia de reconciliación. La enfermedad, durante la cual el hijo cuidará del padre, les concederá un intenso tiempo de vida en común en la que sanarán sus heridas, limpiarán sus culpas y reproches lo que les permitirá que afloren sus sentimientos de amor mutuo. Es en esa inversión de papeles en la que la herida del rencor se puede cerrar. Una verdadera redención. Y, una vez desaparecido, Marcos Giralt Torrente tendrá la necesidad de escribir esta elegía al padre.

El título Tiempo de vida alude a dos tiempos, el que los médicos definen como el tiempo de vida que le queda a un enfermo terminal y el tiempo que el padre y el hijo compartieron a lo largo de casi cuarenta años.

Marcos Giralt Torrente crece desde muy niño sin la presencia constante de su padre lo que hace que el autor desarrolle un gran malestar y rencor: ¿De qué le acuso? De todo. De no verme lo suficiente, de no  llamarme lo suficiente, de no acordarse de mis cumpleaños, de  no hacerme regalos, de desaparecer cuando sabe que las cosas a mi madre y a mí nos van mal, de veranear y viajar cuando yo no veraneo ni viajo, de incumplir sus promesas… Pero no vayamos a pensar que este libro es un ajuste de cuentas, una larga acusación. No hay traumas, ni interpretaciones psicológicas, ni secretos inconfesables, ni culpables, no: creo con la convicción de un náufrago que la historia es feliz, de otro modo no la contaría. Antes de morir el padre, el hijo ya se había reconciliado y cerrado las heridas. Las cuentas ya estaban saldadas. Perdonarlo tampoco, porque ya lo había hecho antes. En todo caso, perdonarme a mí mismo. Y además no lo va a contar todo: hay lugares que desconozco y lugares a los que no quiero llegar. Mi vista tienen que ser de pájaro.

¿Por qué escribió este libro Marcos Giralt Torrente? : yo no escribí el libro porque mi padre enfermase y muriese y necesitase escribir para contar esa experiencia, lo hice porque mi padre enfermó, murió y me di cuenta de que nuestra historia era hermosa y que apenas sin cambiarla, ciñéndome a la simple cronología, resultaba novelesca.

Ante la dificultad que le supone escribir este libro que necesita imperiosamente escribir después de la muerte del padre para cerrar el círculo, ante la dificultad de encontrar el tono, el autor decide finalmente empezar por hablarnos precisamente de esa dificultad, explicárnosla. Y nos habla también de los numerosos libros que ha leído sobre el tema de la muerte del padre y de las relaciones padre-hijo para meterse de lleno en la situación. Una vez encontrado el tono en que quiere escribir esta historia, comienza la narración propiamente dicha, sin pudor, con intimidad,  echando la vista atrás para contárnosla desde el momento en que sus padres se conocieron y se casaron. Tras su nacimiento, hijo único, va desgranando sus recuerdos centrándose en su relación con el padre, primero presente, después ausente. En palabras del autor: en mi libro hay dos líneas argumentales: el intento de recreación del tiempo que compartí con mi padre y la recreación de cómo fui escribiendo el libro. Asimismo, en el libro hay otro hilo sobre el oficio del artista: ese lazo entre nosotros era muy importante.

El libro, que no está dividido en capítulos, posee dos partes. Cada una ocupa más o menos la mitad del texto. La primera aborda su relación mutua hasta la enfermedad del padre, unas cien páginas en las que casi abarca cuarenta años y en la que cronológicamente va enumerando los acontecimientos más importantes de su relación, pasando muchas veces por encima de ellos. Es la parte del desencuentro casi continuo entre ellos, del rencor y los reproches, de la insatisfacción del hijo. Esta parte está interrumpida a menudo por reflexiones, percepciones personales, descripciones de los personajes y de las situaciones. La segunda, corresponde a la enfermedad y muerte del padre, alrededor de un año y medio, contada con mucha minuciosidad. Es la parte de la entrega absoluta a sus cuidados, la historia de su reconciliación en la que logran la manifestación de su amor. Es la hora de la comprensión y la compasión.

Marcos Giralt Torrente se centra en la historia con su padre, dejando a un lado a los demás personajes, que sólo aparecen como secundarios cuando la historia de ambos lo requiere para entenderla mejor. Pero hay que resaltar que es la versión del hijo y, aunque dice varias veces esta es una historia de dos aunque sólo yo la cuente. Mi padre no la contaría. Mi padre callaba sobre casi todo, el punto de vista es el del hijo, convirtiendo al autor/narrador en el verdadero protagonista. El mutismo del padre no ayuda a poder profundizar en quién era y cómo era, no ayuda a entender sus comportamientos siendo el hijo el que realiza una continua interpretación desde su punto de vista. El autor aclara que su libro no es una autobiografía: una autobiografía trata de contemplar a la persona a través de todas las esferas, buscando un retrato completo. “Tiempo de vida” es un libro completamente sesgado, es mi versión de los hechos; yo siempre me limito a hablar de mi relación con mi padre y no elimino del todo a los personajes secundarios porque sería imposible, pero sí me ciño, me impongo que sólo aparezcan allí donde son imprescindibles. El libro además tiene una estructura novelesca. Hay como una intriga y al final, una inversión.

Tiempo de vida está escrita con una gran autenticidad, sinceridad, desnudez y valentía. Llega a lo más hondo. Pura emoción e intensidad pero sin caer en sentimentalismos o dramatismos. El autor evita los caminos trillados y logra mantener una alta tensión narrativa que nos hace, como lectores, agarrarnos al texto y devorarlo. Lo vivimos con él. Su dolor, su culpa, su amor y su redención final. Toda una lección de vida. Y para los que hemos vivido una situación similar, el camino recorrido junto a él nos reconcilia con nuestra propia experiencia.

Posee un estilo portentoso: minucioso, numerosas enumeraciones casi imparables (necesitaba una voz que fuese como una letanía que diese cuenta de los hechos sin casi profundizar en ellos). Da mucha importancia a la forma: repeticiones, alternancia de párrafos largos (continuas frases subordinadas) y cortos así como de un ritmo lento que alterna con otro rápido… todo para distanciarse del tono confesional, de la literatura meramente autobiográfica. Asimismo, con su estilo rompe las convenciones de las etiquetas de géneros literarios.

Marcos no se hizo escritor por influencia de su abuelo materno, el gran Gonzalo Torrente Ballester (al que apenas se refiere en la novela), sino como consecuencia de su desencuentro con su padre: ya lo tenía a él para rebelarme, para construirme en su contra. Y añade: cuando mi cuarto de juegos dejó de ser su estudio, sentí su ausencia, y como venganza me volqué exclusivamente en la literatura, que era el mundo de mi madre y su familia.

Otra característica de cómo se enfrenta a la historia es que no usa nunca nombres propios para, por una parte, preservar de algún modo la intimidad (necesitaba reservarme una parte simbólica de pudor para salvaguardar a las personas que aparecen en él) y, por otra, para decirnos que lo que está contando es una historia universal.

La esencia de la novela sería la idea de que el tiempo no es infinito y, por lo tanto, no debemos perderlo: qué oportunidades perdidas. Qué pocas veces nos permitimos estar juntos y qué paralizados estábamos en la mayoría de ellas, incapaces de atender a otra cosa que al enroque de cada uno.

Para finalizar, os dejo una serie de enlaces para que podáis enfrentaros mejor a la lectura de Tiempo de vida. Varias entrevistas escritas concedidas en el momento de la publicación del libro a La Razón; a Revista de Libros; a El Comercio de Perú; a Clarín; a La Opinión de La Coruña y al blog del escritor Antón Castro.

Asimismo, os dejo enlaces a audios y vídeos en los que Marcos Giralt Torrente habla del libro: entrevista en el programa de Radio Nacional, “El ojo crítico”; entrevista en el programa de Televisión Española “Página 2”; presentación del libro por el escritor Ismael Grasa con presencia de Marcos Giralt Torrente en una librería de Zaragoza; conferencia, muy interesante, del autor con motivo del Premio Nacional de Narrativa en la Biblioteca Nacional. También un link de la editorial Anagrama que contiene muchos enlaces a críticas y entrevistas.

Y, por último, un vídeo de la obra pictórica del padre del autor, Juan Giralt.

Plazos

Vamos a dividir la lectura en las dos partes en las que el autor estructura Tiempo de vida. La primera nos llevará hasta la página 103. Leeremos a lo largo de una semana hasta la frase ¿A partir de qué momento empezamos a lamentarnos de todo lo que ya no podremos rectificar? ¿Sucede siempre?

Os reitero lo de siempre, sobre todo a los nuevos: escribir en este post, mientras vais leyendo esta primera parte, sólo vuestras impresiones iniciales sobre la lectura o los personajes, o sobre lo aquí escrito o los enlaces dejados, pero no la comentéis, ni esta parte ni mucho menos en su totalidad. Cuando publique el post de análisis correspondiente a esta primera parte de la lectura dentro de una semana, y todos hayáis leído dicha parte, entonces podréis explayaros ampliamente en vuestros comentarios sobre ella en dicho post. Debéis respetar los plazos de lectura y dejar vuestros comentarios en los post respectivos a cada parte. ¡Buena lectura!

 

Y volvemos con TIEMPO DE VIDA de MARCOS GIRALT TORRENTE

9 Sep

Portada de «Tiempo de vida» de Marcos Giralt Torrente. Anagrama.

Después de este paréntesis estival volvemos a la literatura en español de la mano de un escritor actual: Marcos Giralt Torrente (Madrid, 1968) que ya con su primera novela París (1999) consiguió el prestigioso premio Herralde. Autor de cuatro libros de relatos y tres novelas, el Club ha escogido para leer su última novela Tiempo de vida (2010) con la que obtuvo el Premio Nacional de Narrativa 2011 y el premio Strega Europeo por su traducción al italiano en 2014. Su obra ha sido traducida al alemán, al francés, al italiano y al portugués.

Tiempo de vida es un relato íntimo que aborda un tema universal: la muerte del padre. El autor reconstruye, con asombroso afán de fidelidad y con mucha valentía, la relación con su padre, el pintor Juan Giralt (fallecido en 2007) y el tiempo de vida que compartió con él. Con una prosa hipnótica y concisa nos relata su propia experiencia en un intento de comprender la relación más compleja que cabe entre dos personas. El retrato de un padre y un hijo.

Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente, es una obra muy sofisticada, muy literaria, con una sinceridad poco usual, una desnudez fantasmagórica. Un texto, en cierta medida, sanador. Rosa Montero. La pérdida convertida en reencuentro, una estremecedora reflexión sobre las más duras complicidades entre la ficción y la vida. Un libro inolvidable. Pedro Zarraluki. Marcos Giralt Torrente es un escritor personalísimo, elegante, y aquí alcanza el nivel máximo de emotividad, de revelación y de desnudez. Tiempo de vida es, probablemente, uno de los más hermosos libros sobre la figura del padre que se han escrito en los últimos años. Antón Castro. Sorprendente e interesantísima ficción sin invención. Una conmovedora y extraña historia en torno a la muerte del padre. Enrique Vila-Matas.

Desde el lunes 12 por la tarde ya podéis pasar a recoger vuestro ejemplar en la Biblioteca Fórum. Nos encontraremos aquí en el plazo de más o  menos una semana para comenzar la lectura. Los que vivís fuera de Coruña disponéis de este tiempo para conseguir el libro publicado por Anagrama.

Hasta que empecemos la lectura podéis continuar dejando vuestros comentarios en el anterior post sobre los libros que habéis leído este verano.

¡Nos vemos en el blog!