2005 es el año fatídico. El año en que detectan al padre una enfermedad mortal: lo peor no avisa pero tampoco engaña. Cuando se presenta, intentamos no verlo, pero en el fondo sabemos que ha llegado, que está ahí, y que todo lo que hagamos para zafarnos solamente servirá para terminar aceptándolo. Comienza una difícil etapa que durará dos años durante la cual las relaciones entre el padre y el hijo cambiarán radicalmente a mejor. El hijo deja casi todo para ocuparse del padre, para estar con él, para solucionar todos los problemas que surjan, para que no se desaliente en la lucha que le ha tocado vivir. Se entrega en cuerpo y alma. Desde el principio mi implicación es total. Ya hace un tiempo que atravesamos un idilio. No un idilio cualquiera sino el que yo espero definitivo tras haber tomado tres años antes, en Berlín, la determinación de apartar de nuestro trato el problema entre nosotros. Cansado de la desconfianza, me he propuesto renunciar a mi susceptibilidad eterna, que considero justificada pero que nos aboca a una relación difícil […] y, justo ese otoño en el que no sabemos que le quedan dos años de vida, tengo la sensación de que por fin ha bajado la guardia. Marcos tiene treinta y siete años, su padre sesenta y cinco.
Mi padre derriba sus últimas defensas y por primera vez acepta mi ayuda sin complejos, incluso la demanda. Se muestra agradecido, vulnerable […] Yo me veo ante la oportunidad de demostrar que mi disposición al sacrificio está a la altura de mis reivindicaciones pasadas. Van a operar de urgencia al padre y éste, desde el primer momento, se apoya totalmente en el hijo, por alguna razón, le inspiro más confianza que la amiga que conoció en Brasil […] Desde entonces, sin darme cuenta, me convierto en su padre […] Yo soy su padre y él es mi hijo. Nadie sabe lo que nos deparará el futuro, pero parece que mientras se sienta débil y enfermo buscará mi protección. Después de la operación, el diagnóstico no puede ser peor. La amiga que conoció en Brasil y Marcos deciden no contarle la verdad: empiezo a entrenarme en dosificar la información. Pronto comenzará la huida de la amiga que conoció en Brasil, a pesar de que ha prometido, al principio, todo su apoyo al hijo y olvidar las viejas rencillas. Es pronto para acusarla de deserción […] pero no puedo evitar cierto regocijo al corroborar una vez más lo acertado de mi desconfianza. Miedo a la soledad que se le avecina, su incapacidad para sacrificarse… en un principio. Más adelante ya será quedarse con lo máximo que pueda de sus bienes en común. Además, no cumple su palabra de no decirle nada al padre sobre la gravedad de su enfermedad, y aunque el hijo desmiente todo, en su mirada se ha instalado ya una sombra de sospecha, de derrota y de desconsuelo que nunca lo abandonará.
Con frecuencia, cuando estoy solo, lloro […] Me siento lejos de todo, de lo que más de otras personas. No logro olvidar que llegará un día, no muy remoto, en que mi padre no esté. Siento su desvalimiento como propio y aún más me entristece pensar que su vida ha sido incompleta, que se irá insatisfecho, con cuentas pendientes. Sé que se trata de un prejuicio que nunca podré corroborar, pero en eso consiste mi principal tristeza. No tanto en su pérdida como en que pueda morir con la sensación de ser un perdedor.
El hijo se sumerge de nuevo en reflexiones, quizá repetitivas y obsesivas, aunque ahora serán desde el lugar en el que les ha colocado la enfermedad: en el del intento de conseguir una reconciliación y para ello es necesario ceder: lo que a ratos me parece prosaico y pueril es mi empecinamiento en no abdicar. Debería haber sido más conciliador. Perdonar antes. Pareciera que en Marcos convive el sentimiento de culpa con la seguridad de que tiene razón en muchas cosas que le reprocha. Difícil mezcla. Aún ahora nos habla de la inseguridad y de los miedos de su padre que incidieron en su comportamiento erróneo hacia él: lo atemorizaban las incertidumbres de la vida, lo atemorizaba quedarse sin asideros, se engañaba sobre sus capacidades, creía que a solas naufragaría, y se agarraba al flotador que la amiga que conoció en Brasil le cedía a un altísimo interés. El autor considera que su padre se autoengañaba, que no era feliz en se matrimonio y se interroga acerca de por qué estuvo con esa mujer veinte años llegando a la conclusión de que había amor. Un amor no de iguales, un amor que en mi padre entrañaba una extraña superioridad moral que lo llevaba a perdonar las arbitrariedades de ella, sus imposiciones, sus latrocinios, considerándolos debilidades de carácter, pero amor. Marcos sigue buscando respuestas a su relación con el padre. El libro entero es una búsqueda de respuestas. ¿Consigue encontrarlas? ¿Qué opináis?
Ante la deserción de la mujer y sus maniobras ya claras de quedarse con todo lo que pueda, el padre está atónito: nunca la consideró capaz de algo así, pero empieza a darse cuenta, con dolor, y piensa seriamente en separarse, algo que al final hará. En esa situación, el hijo se convierte en el único apoyo real y comienza a contarle, él, tan reservado, muchas cosas sobre su pasado que nunca le ha contado. En consecuencia cada día está más cerca de mí. Se hacen inseparables, cómplices. La reconciliación ya está en marcha. Es obvio que me necesita. Es obvio que está agradecido y emocionado. La mujer que los separaba se está desvaneciendo. Y comienza la quimioterapia que durará seis meses. El padre parece que se va enfrentando a su suerte, su mala suerte, aunque no pierde nunca la esperanza. Es tiempo de incógnitas pero también de aprendizaje. El papel que le toca jugar al hijo es difícil: callo cuando calla, hablo si quiere hablar, pero Marcos consigue el equilibrio necesario para llevar adelante una situación tan difícil y delicada.
El autor prosigue con sus análisis y reflexiones, con su búsqueda de respuestas. Marcos admiraba a su padre, lo necesitaba: lo único que quería era tener más de él, lo único que quería era estar más con él. Ésta quizá es la gran respuesta a todo. Y algo más: necesitaba su reconocimiento. Quería aprender, parecerme a él, y lo imitaba, sí. Trataba de emularlo. Para que el padre lo valorara. Pasará mucho tiempo hasta que lo consiga, pero finalmente, en el proceso de su enfermedad, lo conseguirá. Y también está la culpa: su culpa y la mía. Su culpa por no darse cuenta de que eso era lo que yo más deseaba, su culpa dármelo a cuentagotas, vergonzosa, clandestinamente, a rebujo de su otra vida, de su vida en pareja, y mi culpa por estrechar con mi enfado sempiterno el caudal ya escaso por el que fluía.
El tiempo de vida continúa y Marcos se desvive porque hacer cosas con él mientras esté bien: una exposición, la última que hará, comidas fuera, visitas culturales e incluso un viaje a Kenia donde el padre empeorará. Mi padre debe seguir luchando con los fantasmas que su enfermedad le ocasiona. Sus dudas son continuas, sus preguntas y las trampas con las que trata de sondearme a mí también. Parece que quiere la verdad pero quiere que la verdad lo favorezca y, en la medida en que le proporcione esa verdad que no lo es y que le brinde apoyo y ayuda, continúa su querencia por mí, continúa convirtiéndome en su principal sostén. Aun así, el padre toma dos decisiones que contradicen la aparente docilidad con la que se deja engañar respecto a la enfermedad: quiere apostatar y quiere hacer un testamento vital para pedir que no se le prolongue la vida artificialmente y que, llegado el caso, se le aplique la eutanasia.
¿Qué aprendimos en el último trecho? Que perdimos el tiempo. Y que las cosas tienen siempre un final y que, cuando ese final llega, es mejor que nos deje en paz.
Y llega el momento del arrepentimiento: me arrepiento, ya lo he dicho, de no haber liberado antes la tensión entre nosotros. Me arrepiento de haberlo hecho sufrir. Me arrepiento del tiempo perdido. Me arrepiento de lo no hablado. Me arrepiento de haber necesitado demostrarle con hechos que él era mi padre y yo era su hijo. Me arrepiento de haber pensado en su muerte. Me arrepiento de haber dado un valor simbólico a lo material. Pero también subraya aquello de lo que no se arrepiente: Frente a eso, los posibles errores que cometí estando ya él enfermo palidecen gracias a la radicalidad de mi entrega. No me arrepiento de haberlo dejado solo, porque no lo hice. No me arrepiento de no haberle dicho nunca la verdad sobre su enfermedad. Creía que si mantenía la esperanza aún existía alguna oportunidad de curación. Marcos se está limpiando y asimismo, está limpiando, salvando, la relación con su padre. Es tiempo de dolor pero también de redención.
Estamos ya en septiembre de 2006, el padre empeora: una tarde en que regresamos del hospital, se derrumba por primera vez y entre lágrimas de desesperación me dice cosas que en momentos del pasado fantaseé con escuchar, pero que ahora, dichas por lo que son dichas, me parten por dentro. Pero el padre, en general, afronta su situación con silencio, sin quejas y con resignación. Ya separado, de una manera muy fea, de la mujer deciden que irá a vivir con Marcos y su esposa. Todo lo concerniente a la amiga que conoció en Brasil es tan feo que prefiero obviarlo. Sólo voy a transcribir un apunte del autor: ¿Por qué actuó como lo hizo? Por codicia, por inmadurez, por egoísmo. Da igual qué fuese lo determinante […] Puedo juzgarla, pero no es mi cometido salvarla ni condenarla. Más necesario sería desentrañar, en todo caso, la huella que sus acciones dejaron en mi padre. Y la huella fue cambiante. Empezó con incredulidad, continuó con sufrido desengaño y terminó en despreciativa indiferencia.
La verdad es que es difícil hablar de estos temas, máxime si los has vivido, como es mi caso. Algunos habéis comentado que para vosotros también es difícil. Incluso que el libro os está costando. Pero una cosa que queda clara es que para el autor era completamente necesario escribir este libro. Y lo entiendo. Y por eso, y por mi dificultad añadida, he escogido en este post transcribir sus palabras más que comentarlas. Que hable él. Y para mí, no sé si para vosotros, sobre todo los que habéis vivido algo similar, ha sido sanador leerlo. Doloroso pero también sanador. Creo que la sinceridad apabullante de Marcos Giralt Torrente alivia y se agradece. Admite sus culpas así como habla sin tapujos de las faltas de su padre y, en la entrega final que realiza, llena de amor y dedicación, no se cuelga medallas. Y eso también se agradece. Una lección de vida. Y de humildad. Y de amor. Y de reconciliación. Escribiendo sobre este libro me he dado cuenta de que es difícil comentarlo. Entiendo que no lo hagáis en demasía. No lo pensé al principio cuando lo escogí. Pero sí podemos hablar de cómo enfrentarnos a la muerte de un ser querido, de cómo quedar en paz con alguien muy cercano con el que tuvimos una relación difícil. Algunos habéis destacado ese papel sanador de la reconciliación y la admisión de culpas que este libro tan bien describe.
La enseñanza final de Tiempo de vida es que creemos que el tiempo es mucho más laxo de lo que es. Y que hay para todo, cuando en realidad no es así. Yo tuve tiempo de decírselo a mi padre, más que decírselo, de demostrárselo, y él puso todo lo que estaba en su mano para que pudiera hacerlo. No hay cuentas pendientes, no las había cuando comencé a escribir. Al autor, una vez fallecido el padre, sólo le queda acostumbrarse a su ausencia: la muerte. Lo que no se puede pensar, dicen. Y como la vida no se detiene, ya en los últimos párrafos del libro el autor nos anuncia que hace siete meses, en los primeros días de septiembre de 2008, supe que sería padre a finales del próximo mayo. Hermoso final para esta historia. La llegada del hijo del hijo del hijo. Que además lleva el nombre del abuelo, Juan. Y el hijo ante su inminente paternidad, se coloca en el lugar del padre que va a ser haciéndolo, a la vez, en el lugar que ocupó su propio padre respecto a él: pienso, entonces, en mi hijo aún no nacido, que llevará su nombre, y me pregunto en qué lo condicionaré, en qué le fallaré, qué deberé yo perdonarle y qué deberá él perdonarme, si no lo hace antes, cuando como mi padre me diluya en la nada.
Me gustaría conservar algo de lo mejor de mi padre para que le llegue a través de mí.
Plazos
Una vez terminado este tiempo de vida que hemos compartido con su autor, es hora de vuestros comentarios sobre esta segunda parte y sobre la totalidad de la novela. Todos los comentarios son bienvenidos, así como vuestras conclusiones sobre cualquier aspecto del libro que os haya interesado o no os haya gustado o lo que consideréis comentable. Dedicaremos una semana a ello. Espero con ganas vuestras opiniones, así que ánimo.
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