
A walking Tour of Dublin City Center- George’s Street Arcade. Foto en flickr de William Murphy (infomatique). Algunos derechos reservados.
Como ya os adelanté, y algunos así lo habéis comentado, esta novela no tiene mucha acción. En ese aspecto es una novela negra atípica. Se centra en los personajes, en las descripciones, muy prolijas, y en las reflexiones personales. Al contrario de otras novelas negras no hay mención a la situación política o social, de hecho ni nombra la ciudad en la que se desarrolla la acción, Dublín, ni la época. Leyéndola tengo la sensación de que todos los personajes es como si vivieran para adentro, resultan algo opacos y se callan muchas cosas.
Verano. Quirke lleva seis meses sin beber. Este tema va a estar muy presente en toda la novela: había pasado casi dos años sumido de continuo en el abismo del alcohol, cayendo casi hasta los mismos extremos en que había caído dos décadas antes, cuando murió su mujer, y ahora, de golpe, se había interrumpido la caída. Le cuesta y piensa mucho en ello pero lo va llevando. ¿Es alcohólico? Pues yo creo que sí. ¿Sus razones? Se pueden intuir en el retrato que de él he hecho, de su pasado, de su personalidad, de sus errores, de su naturaleza dubitativa y atormentada.
Un antiguo compañero de universidad, Billy Hunt, un tipo tranquilo, aunque propenso a las agarradas ante la menor provocación, se pone en contacto con él. Su mujer, Deirdre, se ha suicidado. Billy no llegó a ser médico y trabaja como representante de productos farmacéuticos. Viaja mucho por todo el país y, a veces, por el extranjero. Su perplejidad ante la muerte de su mujer es grande. Supone que se sentía sola, tampoco había querido tener hijos pero nunca se quejó de nada. ¡Nunca!
Hago un inciso para resaltar la importancia ya desde el principio que tienen los olores en esta novela, sobre todo los olores de las personas: despedía ese olor, acalorado y crudo y salado, que Quirke reconoció al punto, el olor de los que recientemente han perdido a un ser querido. Cada personaje desprende un olor, también los lugares. Me parece muy original esta manera de caracterizar que utiliza como recurso el autor, y la adjetivación es soberbia.
El motivo por el que Billy se pone en contacto con él es pedirle que no corten su cuerpo en la autopsia: no quiero que la rajen de arriba abajo, como si fuera una especie, un…eh… Como si fuera una res. Se le ve muy alterado y afectado. Quirke, aunque le tranquiliza, no va a hacerle caso, máxime cuando, examinando el cuerpo, vio entonces la minúscula huella de un pinchazo en la cara interna del brazo, blanca como la leche. En ese pinchazo hay un caso, un caso que resolver. Aunque no sea un investigador privado ni un policía, Quirke quiere siempre saber por qué ocurren las cosas. Es superior a sus fuerzas, y aunque quedó escaldado del último caso que arrasó a su familia y a su propia vida, no puede evitarlo y sabe que se va a meter de nuevo a investigar: algo seguía sin encajar del todo […] Quirke fue consciente de la antigua comezón que le incitaba a llegar hasta el tuétano de las cosas, ahondar en las tinieblas, desentrañar lo oculto; en suma, saber.
A continuación viene un flash-back que nos lleva a la infancia de Deirdre. La niña pobre de la barriada de extrarradio de Los Bloques, de la que muy pronto es consciente de que quiere huir. Ella que es tan guapa, ¿qué pinta allí? De nuevo los olores para describir: el olor que se adhería a las escaleras y a los pasillos, en verano y en invierno, el hedor marronáceo y cansino de los colchones con meadas y la hediondez de los váteres atascados, el olor, el olor exacto de lo que era la pobreza, un olor al que ella nunca podría acostumbrarse, nunca jamás. El olor para situarnos en quién es quién y qué es qué. A los dieciséis años entra de aprendiza en un establecimiento de perfumería y farmacia y allí conoce a Billy Hunt, que le saca casi dieciséis años: tampoco es que fuera guapo, ni inteligente, pero tenía un encanto algo torpón que a ella le gustó muy a su pesar, y que con el tiempo le llevó a convencerse de que estaba enamorada de él. Se hacen novios, pasan los años y de pronto el Doctor Kreutz entra en su vida, un hombre de origen indio, “sanador espiritual”, que también tiene su olor propio que a ella le pareció oscuro, y especiado. Deirdre se siente desde el principio muy atraída por él. Tanto, que busca su consulta y se presenta allí. Un impulso casi atávico la arrastra a ese hombre. Y comenzará a visitarlo con frecuencia porque siente que ha entrado en contacto con algo especial que la hace sentir fuera de todo peligro e inmensamente feliz.
Volvemos al presente. Quirke va a visitar a su padre adoptivo, el juez Garret Griffin, que está paralizado debido a un derrame cerebral: el hombre al que durante la mayor parte de su vida había considerado la bondad en persona, y había tenido por un ser humano grande de verdad. Y que parece que no lo es tanto. Eso es lo que debió descubrir en la anterior novela, pero no nos lo desvelan, aunque nos dejan saber lo suficiente: el Juez había sido un gran pecador, un pecador secreto, y fue Quirke quien expuso sus pecados. Murió una joven, fue asesinada otra mujer, y ambos sucesos fueron culpa del anciano. Suponemos el shock de Quirke al descubrir quién era realmente ese hombre supuestamente bueno. Pero parece que él se encontró solo en su descubrimiento, nada pudo con la intachable reputación del poderoso juez. Y, entonces, ¿por qué va a visitarlo todas las semanas? Tenía sus propios pecados y debía dar cuenta de ellos, tal como podría atestiguar su hija, la hija a la que durante tanto tiempo no reconoció. La culpa le hace ir a ver a ese hombre como un pequeño gesto de expiación.
Quirke no puede dormir dándole vueltas sin parar al caso de Deirdre. No sabe qué hacer (algo que le pasa con frecuencia), qué camino tomar y sigue dudando si meterse o no en materia: no hagas nada, le decía su juicio más lúcido; quédate donde estás, no te mojes. Pero ya sabía que se iba a lanzar de cabeza a esas profundidades. Algo en su interior anhelaba las tinieblas de allá abajo. Así que temprano en la mañana va a visita al inspector Hackett, que ya le ayudó en el anterior caso, y al que no ve desde entonces, hace ya dos años. El inspector es un hombre burlón que tampoco habla claro y se ríe mucho. Pero Quirke no le dice la verdad, se calla lo del pinchazo, ¿por qué? De lo que sí hablan es del suicidio que intuyen que en el juicio se omitirá: la mayoría de los suicidios se encubren, eso lo sabe usted tan bien como yo. El encuentro es como si estuvieran tomándose el pulso en una primera toma de contacto. Como si el simple hecho de ir a verle, y no decirle la verdad y no hablar claro ninguno de los dos, ya fuera suficiente para que el inspector tomara nota del interés de Quirke por el caso.
Llega el momento de conocer a Phoebe, que va a ocupar un lugar muy importante en esta historia: a lo largo de los dos años anteriores se había forjado una personalidad que resultaba atractiva, quebradiza, irónica; tenía veintitrés años y podía haber pasado por una mujer de cuarenta. Fue hace dos años cuando Phoebe supo de quién era realmente hija. Una joven muy delgada, vestida de manera monjil, solitaria, extraña, que guarda las distancias y también calla mucho. Quirke no quería ocuparse de la hija que de un modo tan trágico había irrumpido en su vida […] lo malo fue que él creyó de veras que la hija de Delia había muerto; lo malo fue que terminó convencido de que Phoebe era en efecto hija de Sarah. Y ahora Phoebe sabía la verdad, y Sarah ya no estaba, y Mal estaba solo, y Quirke era como siempre había sido Quirke. Y su hija le daba miedo. Además es muy dura, muy fría, igual que Delia, su madre: Delia había sido la mujer más endurecida que él nunca conociera; Delia había sido una mujer de acero puro, sin aleación, en todo momento. Era lo que más le gustaba de ella, de aquella mujer exquisita, atormentada y atormentadora. Personas complejas, vidas complejas. Lo mejor para una novela de personajes como ésta. Y ahora llega la casualidad que algunos habéis dicho que está metida con calzador, y, sí, es posible, aunque la vida está llena de casualidades. Casualidad que va a desencadenar que el caso se enrede y ruede, porque Phoebe conocía a Deirdre/Laura ya que la encargaba productos de su salón de belleza. Un día, ante la tardanza en recibir noticias suyas, la intenta localizar y termina hablando con la mujer del socio que se desahoga largamente con ella y le cuenta que ambos estaban liados. Quirke, cuando escucha la historia de su hija, se da cuenta al momento de quién está hablando y ambos se sinceran sobre todo lo que saben. De esa manera entra en acción el personaje más interesante de esta novela: Leslie White: Inglés, me parece. Alto, flaco, tremendamente pálido. Incoloro incluso. Con un pelo extraordinario, blanco plateado. Se podría decir que el nombre le sienta como un guante: White […] Anda siempre yendo y viniendo. Es un tipo que da mala espina. No diría yo que no sea capaz de arrojar a una mujer al mar.
Quirke sabe, como resultado de la autopsia, que Deirdre no murió ahogada, sino que sí encontró un fuerte rastro de alcohol en sangre y residuos de morfina, en una dosis elevada y casi con toda certeza fatal. Todo apunta a que no se suicidó sino que alguien la inyectó esa morfina letal y después arrojó su cuerpo al mar. Pero ante el tribunal de instrucción miente: no quiso engañarse pensando que de ese modo protegía los sentimientos de Billy Hunt ni que escudaba su reputación. Por así decir, lo que hizo fue sellar el escenario del crimen a toda investigación ulterior. Eso fue todo. ¿Por qué lo hace? Esto no me queda claro, ¿y a vosotros? ¿Es porque quiere investigarlo él mismo? Quirke está lleno de preguntas sin respuestas y concluye en sus reflexiones con que nada es lo que parece.
Hackett visita a Quirke días después: desde el día de la investigación judicial contaba con recibir una visita del inspector. Hackett tiene las mismas ganas que Quirke de investigar en el caso pero siguen su juego de simulación: ¿Investigando? Oh, no. No, ni mucho menos. No es más que curiosidad. Más o menos. Son gajes del oficio… que yo diría que tenemos los dos en común. Ambos saben que esa muerte no ha sido nada clara. El inspector ha investigado ya por su cuenta sobre quién era Deirdre y también sobre Leslie White: asume riesgos. Riesgos financieros. Su mujer tuvo que arrimar el hombro hace un par de años para impedir que se ensuciara su reputación. Entonces quebró lo de la peluquería.
Volvemos a Phoebe. Se percibe muy claramente el interés que el autor siente por este personaje tan complejo, tan literariamente interesante. Después de la conversación mantenida con su padre, la joven reflexiona sobre su vida y la de los demás: ahora consideraba que su vida era una serie de pasos cuidadosos que iba dando sobre un alambre fino y vibrante que salvaba un siniestro abismo […] no se fiaba de nadie. Piensa mucho en Deirdre/Laura y en su suicidio. Se lo imagina. Es algo morbosa. A Phoebe le resultaba simpática, le caía bien Deirdre, quizá porque la percibía algo quebradiza, como ella misma. La joven se encuentra en un momento difícil y siente que tiene que cambiar: sin duda. Aunque, ¿cómo? Sale de trabajar sin tener nada que hacer ni adonde ir. Y, oh, casualidades, se dirige al Salón de Belleza “The Silver Swan” sin dejar de pensar ni un momento en el misterio que supone la muerte. Y, claro, aparece Leslie White. Larga y certera descripción del peculiar y lánguido Leslie: supuso que se le tendría por un hombre apuesto, aunque fuera de una manera un tanto hastiada, desvaída. Leslie, al que tanto le gustan las mujeres, máximo si es una joven que le está mirando fijamente desde la otra acera, se dirige a ella y la invita a tomar una copa que por supuesto Phoebe acepta. La joven no le nota nada afectado por la muerte de su socia, ¿y amante? Deirdre. Inexplicablemente, ¿o no tanto?, Phoebe se siente atraída por este buscavidas. Y, para terminar de atar más las cosas, cuando se marcha del pub, su padre, que pasaba por allí, la ve. Se queda intranquilo y pocos segundos después ve salir a Leslie, al que reconoce por la descripción que ha hecho de él su hija: un hombre ahuecado: si se le golpease con los nudillos, tan sólo devolvería un eco amortiguado, plano.
Quirke se queda preocupado: era Phoebe la que le había hablado de Leslie White. ¿Lo conocía tal vez mejor de lo que dio a entender? En tal caso, ¿qué clase de conocimiento tenía de él? La rocambolesca idea de que Phoebe pueda estar implicada en la muerte de Deirdre, le empuja a ir a verla a su casa, algo que habían acordado no hacer nunca sin previo aviso. Quiere saber. Pero Phoebe no se lo pone fácil, se burla de él y le niega la información que le pide: no te voy a dar los datos de Leslie White. Su hija le pregunta que qué se propone, él le contesta que no sabe: ni siquiera sé con certeza qué es lo que estoy haciendo. Pero sí, te doy la razón. Debería mantenerme al margen. Algo que Phoebe sabe que no va a hacer e incluso se permite decirle “casi con cariño”: Qué inocente eres, Quirke. El forense no sabe qué es lo que su hija piensa realmente de él: ¿estaba resentida, o tal vez lo despreciaba, o lo odiaba incluso? Todo lo que sabía era cuánto más fácil había sido todo entre ellos durante los muchos años que pasaron hasta que ella descubrió que él era su padre. A él le habría gustado que volvieran aquellos años.
Quirke consigue el número de Leslie White por su cuenta y después de dudar, es su línea habitual, si llamar o no, por supuesto que le llama. Y contesta su mujer que le dice que ha echado de casa a Leslie. Quirke le pregunta si puede ir a hablar con ella, y la mujer acepta. Según avanzamos en la trama, los personajes se van relacionando cada vez más entre sí. Es como si se fuera tejiendo una tela de araña que los va cercando y acercando a todos. Kate White es una mujer atractiva, con personalidad, de treinta y muchos, que se ha vestido y preparado para intentar seducir al desconocido visitante. Quirke se da cuenta al momento. Quizá no le disgusta la idea. Comienza un diálogo sobre Deirdre y Leslie: es probable que yo empujase a esa putita a hacer lo que hizo. La llamé por teléfono. Había descubierto algunas pruebas que la incriminaban: cartas, fotografías. La llamé por teléfono y le dije lo que había descubierto […] mucho me temo que le dije lo que pensaba y se lo dije con demasiada crudeza […] ¿Y qué le puedo decir, señor Quirke? No tengo ni idea de lo que pretende usted saber. Y, según dice, usted tampoco lo sabe. ¿Hay algo sospechoso en la muerte de Deirdre Hunt? ¿Cree tal vez que la empujaron? […] ¿No habrá pensado que Leslie ha tenido algo que ver, verdad? […] Créame, Leslie sería incapaz de matar una mosca. Se moriría de miedo de que la mosca le picase. Se queda unas horas más. Se percibe claramente el proceso de seducción de Kate (¿lo hará con todos los hombres?) y cómo, de alguna manera, Quirke se deja. Pero al final, el hombre escapa y ella le despide con un beso en la boca aunque acto seguido le pide perdón: como le dije antes no soy la misma de siempre.
Plazos
Creo que queda claro ya en esta primera parte que es una novela de personajes por eso me he extendido en ellos. Hay trama, poca todavía, que avanza entre personaje y personaje. Es hora de vuestros comentarios sobre esta parte (¡y sólo sobre esta parte!). Espero que sean numerosos y que os deis la réplica unos a otros: ¿qué opináis de los personajes? ¿Y de las descripciones? ¿Os atrapa la historia? ¿O, por el contrario, no os gusta nada?… Todos los comentarios son bienvenidos y cuantos más mejor. 😉 A la vez que comentáis, seguiremos leyendo, a lo largo de una semana, desde el capítulo 11 de la primera parte (pág. 128) hasta el final del capítulo 5 de la segunda parte (pág. 241). ¡Nos vemos en el blog!
Etiquetas: Benjamin Black, El otro nombre de Laura, John Banville, novela irlandesa actual, novela negra, Quirke
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