Continuamos con nuestra lectura de Una desolación. En esta segunda y última parte, la novela crece, sobre todo al final, en un crescendo poético, emocionante y pleno de significado. Os recomiendo antes de nada que si podéis la leáis dos veces. Es corta y por lo tanto posible. La segunda lectura da muchas claves y nos sumerge en el buen hacer de Yasmina Reza. Me parece una gran escritora en estado de gracia que se sabe poner en la piel de un hombre de setenta y tres años cansado de la vida y del mundo actual.
En esta segunda parte aparece Geneviève, la amante de un viejo amigo ya muerto (un seductor que, como todos los seductores, no tiene la moral del verbo. ¡Vaya definición acertadísima!). Una mujer inteligente, lúcida, a la altura de Samuel, que sobre todo goza de un sentido del humor que alegra y humaniza a nuestro protagonista, empeñado durante todo su encuentro en hacer reír a esta mujer: Geneviève Abramovitz era una mujer extremadamente sensible. Una mujer con la que te podías reír, lo cual es excepcional en una mujer […] Era una Geneviève Abramovitz lo que me convenía. La presencia de Geneviève es casi constante y clave hasta el final de la novela.
Samuel continúa con sus reflexiones dirigidas a su hijo (si concebimos niños es por lo menos con la esperanza de acabar nuestros días con un interlocutor): ciudadanos de un mundo en el que el deseo ha dejado de existir. Un mundo en el que el mantillo y la gardenia sustituyen al devenir. El mantillo, la gardenia, la cotización de las divisas, los pequeños negocios a diestro y siniestro, los trapicheos de la Bolsa y los achaques sustituyen a la vida. Un mundo sin Tierra prometida, sin ardores, sin victorias ni derrotas, un mundo en el que la impaciencia es inútil de una vez para siempre. ¡Oh, Dios mío, hazme revivir un día, una hora en el tiempo de las obsesiones! Reconviérteme en un chiflado, un fanático, un criminal si lo prefieres. Devuélveme el horror a la tranquilidad, a lo apacible bajo todas sus formas. La desesperación de Samuel es grande, anhela todo lo perdido, una forma de vida que ya no existe en la que, para él, las cosas tenían sentido en el marco de la lucha, de la esperanza, de la conquista, de la pérdida, de la alegría.
Hay una frecuente alusión, no exenta de crítica, a los judíos, Samuel lo es pero descreído (no quiero formar parte de ninguna comunidad, no quiero paso mesurado ni mente mesurada), que buscan en Israel o en reunirse, con una actitud tolerante, un motivo para existir después del Holocausto. Como su amigo Arthur que se ha comprado un apartamento en Jerusalén: como muchos de sus semejantes, Arthur se ha construido con el paso del tiempo una figura de hombre moderno, con su panoplia de actitudes nobles, su frenética apertura de mente y su pacto con la mediocridad. No hay nadie más contemporáneo que nuestro amigo Arthur. Este pequeño párrafo condensa excelentemente la esencia de la novela: la crítica al hombre y al mundo actual.
Samuel invita a Geneviève a cenar: luchemos esta noche contra la bobería de la existencia y el hombre aprovecha para hacer una crítica mordaz a los intelectuales: ¿qué espera esa gente? Las mentes selectas de nuestro siglo. Tan convencidas de ir a alguna parte. Tan contentas las pobres de predecir algún acontecimiento final. ¿Qué esperan? ¿Qué progreso? ¿La paz? Un horizonte sin abismos, sin contradicciones. Sin hombres. La paz de las almas muertas. Día tras día el mundo me habrá empequeñecido. Un mundo de manipuladores de palabras. De optimistas en tutú. Geneviève, me encanta su risa. Geneviève, ¿qué podríamos urdir los dos esta noche? Pido otra botella. Bebamos. El tiempo pasa y todo es irreal salvo el instante. Bebamos y riamos. Planeemos alguna locura. Esta noche soy su hombre. Otro párrafo clave. Me parece acertadísima y mordaz la crítica a los intelectuales. Da qué pensar. Así como la frase “todo es irreal salvo el instante” con la que titulo el post. ¿Qué opináis vosotros?
Le achaca al hijo haber perdido su lado ardiente, su vehemencia en su sed de absoluto adolescente para pasar a formar parte de la medianía, sin pasión, sin venganza, sin insurrección, sólo preocupado por alejar el sufrimiento: te habría preferido criminal o terrorista antes que militante de la felicidad. Hasta ahí llegan sus reproches. El hombre que ensalza Samuel es el que no quiere que le amen, sino conquistar, el que no quiere curarse, sino vencer. Y aparece la soledad: estamos solos. Hijo mío. Con una soledad inmensa […] Nada llega a la altura del deseo, hijo mío. Sólo la soledad. Toda mi vida ha transcurrido entre esas dos palabras. Nueva frase clave. Y la soledad, una reivindicación. Y aún más: antes de terminar en un banco público con mis amigos los alelados, déjame, generosa amiga, predicar la intolerancia, la elección y la falta de equidad. Concédeme la inmoderación, única manera de seguir salvando mínimamente la apuesta. Nada de equidad.
Samuel también nos narra su relación extramatrimonial con Marisa Botton que se puede resumir en sexo, postergación de la ilusión, la propia ilusión de la vida […] la ilusión de la vida fue, con Marisa, mucho más violenta puesto que jamás fue adornada por un elemento exterior y jamás, jamás confundida con la felicidad.
El final a mi parecer es grandioso. Ambos, Samuel y Geneviève, completamente borrachos recorren las calles por la noche, se sientan en un parque, bailan. Samuel hace emerger su desesperación teñida de poesía: Bailemos. Yo, que he nacido en un país de otra época, en las llanuras blancas, yo, que padezco una incurable nostalgia por aldeas desiertas, caminos desiertos, sonidos desiertos... Habla con su padre muerto mientras le limpia su tumba y termina habando en boca de su hijo lo que desea que su hijo le diga: yo no corro detrás de la felicidad, pero tampoco la descarto, en cualquier caso sería una buena sorpresa que nos asaltara como lo pintoresco, hábilmente oculta detrás de un árbol, quiero explicarte la palabra feliz, papá, nada que ver con lo que tú crees, feliz sería reírnos juntos como antes. […] Sigue, hijo mío por favor, haciendo el inventario de nuestras risas. […] Que me diga me acuerdo de ti, papá, cuando presumías de ser el rey de la charlatanería […] Que diga, me acuerdo de ti, papá, cuando eras el rey de al imprecisión […] La casa de la infancia no está desierta. Volver a la infancia donde sí tuvo a su hijo y éste todavía no estaba perdido. Con la gente que quiero me gusta rozar el precipicio, me gusta el peligro extremo. Me pongo en estado de extrema odiosidad o en estado de extrema fealdad para poner en prueba su afecto.
Geneviève, déme la mano, me hundo. Voy a mostrarle como muero, Geneviève. Fin de Samuel y fin de la novela. Grandioso libro. Me ha emocionado, me ha hecho cuestionarme muchos conceptos, me ha hecho disfrutar de su prosa (excelente traducción del excelente escritor y cineasta que fue Joaquín Jordá), me ha hecho terminar absolutamente reconciliada con Samuel al que, al principio, no comprendía. Chapó, Yasmina Reza.
Plazos
¿Y a vosotros qué os ha parecido? Es hora de vuestros comentarios, a los que dedicaremos una semana, sobre esta parte y sobre el libro en su totalidad. Venga, animaos, que estáis un poco perezosos. ¿No tenéis nada qué decir? No puede ser. Este libro está lleno de verdades y de dudas, de grandezas y de debilidades. De vida, al fin y al cabo.
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