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Nos condujo en derechura a la muerte, la nuestra y la del prójimo a quien se supone que amamos

2 Abr
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Foto en flickr de Pasi H. Algunos derechos reservados.

Esta segunda parte en la que hemos dividido la lectura comienza con la llegada de Abu Zubeir a sus vidas. Hay ya un adelanto en la página 69: Muertos por culpa de esos a quienes habíamos conocido en el Garaje y a los que Abu Zubeir llamaba el “emir y sus compañeros”. Ah, la historia de esos ya os la contaré luego. Eran cuatro, venían de los poblados de chabolas vecinos para llevarnos por el buen camino. Se sabían el Corán de memoria y las palabras del Profeta como si hubieran vivido en su entorno. Nos acomplejaban. Exacto, los acomplejan, y los culpabilizan, porque ellos no son nada religiosos. Primer paso del camino hacia el Paraíso. Al principio del capítulo 10 podemos encontrar una explicación de por qué se dejan convencer ellos que no son nada religiosos y que algunos de vosotros habéis resaltado: Abu Zubeir nos mintió cuando nos prometió un acceso directo al paraíso. Decía que la gehena que nos correspondía ya la habíamos cumplido en Sidi Moumen y que, en consecuencia, no podía sucedernos nada peor. Más aún, la fe que él nos iba insuflando día a día forjaba el escudo que nos iba a permitir cruzar por los siete cielos para alcanzar la luz […] Abu Zubeir nos glorificaba así en pro de la perennidad del combate contra los infieles. Al mirar nuestros retratos, otros chiquillos soñarán con la justicia y el sacrificio.  Alcanzar la luz, la gloria, la justicia de acabar con los infieles… Para ellos esa meta tan alta bien compensa el sacrificio de sus vidas que nada valen, que ni ellos valoran. Es fácil convencerlos. Vidas transcurridas en la más absoluta de las miserias y conviviendo a diario con la muerte de otros que a veces ellos mismos provocan y a la que, por tanto, ya le han perdido el miedo.  Si a eso le añadimos las cintas de vídeo de los mártires palestinos o chechenos que les hacen ver continuamente para que se contagien del “heroísmo” de esas personas, el camino ya está casi hecho. Ser un elegido, ¿qué mayor gloria puede haber para ellos? Pero Yashin, que nos habla desde el purgatorio, o directamente desde el infierno, ya no se engaña y sabe que el camino recto prometido por Abu Zubeir nos condujo en derechura a la muerte, la nuestra y la del prójimo, a quien se supone que amamos. En derechura hacia una pared ciega a la que rodea la nada, donde no hay sino arrepentimiento, remordimientos, soledad y desconsuelo.

En el Garaje se sienten a gusto. Abu Zubeir posee una luz especial, parece leerles el pensamiento, sus palabras les dan paz mientras va introduciéndoles en la oración. El primero que se va a relacionar con él es Hamid, curiosamente el peor de ellos, el más violento, el menos religioso, el que fuma hachís continuamente. Se siente fascinado por el emir y deja de interesarle todo lo que no sea estar con él: había comenzado a rezar cinco veces al día. La metamorfosis era total. Abu Zubeir le consigue un trabajo en una zapatería de la ciudad (algo que irá haciendo con todos los demás. Dignificarles, y atraerles más a él, a través de un trabajo). Yashin le echa de menos, ni le reconoce. Su captación ha sido total y les abruma con sus diatribas acerca del complot americano-sionista cuyo fin era intoxicarnos, depravarnos y sembrar arteramente el vicio en todos nosotros. Hamid va a ir convenciendo a los demás poco a poco. Sobre todo a su hermano que lo sigue adorando. Yashin y Nabil viven juntos en la chabola como si fuesen un matrimonio, trabajan como mecánicos, su vida ha mejorado notablemente. Más tarde se les unirán Azzi y Fuad. Ghizlene les visita de vez en cuando y les hace ricos cuscús. Ya no juegan tanto al fútbol pero siguen reuniéndose todos en la chabola: era una época bendita en la que todo parecía irse construyendo como por arte de magia. Poco a poco a todos les va yendo mejor gracias a la ayuda económica del emir. Así que un día, Hamid les convence de que vayan a las clases que Abu Zubeir da en el Garaje: así empezamos a resbalar por una sombría pendiente hacia un mundo que no era el nuestro. Un mundo nuevo en el que nos íbamos a hundir poco a poco y que acabaría por tragársenos para siempre.

Abu Zubeir opera con cuatro más: Zaid, Nuseir, Ahmed y Reda. El de más edad, y sin duda el más erudito, Zaid, sólo tiene veinticinco años: le podíamos preguntar lo que fuera; nos contestaba, o, si no estaba seguro, nos traía la información exacta a la mañana siguiente. Tenía una voz grave y dulce, una mirada afable, y le ponía siempre la mano en el hombro a quien fuera con él, en señal de fraternidad. Son como padres para ellos, tienen muchos conocimientos y además les tratan con cariño. Poco a poco les van introduciendo en la oración, obligatoria para conseguir cualquier otra cosa que les atraiga mucho más, sobre todo las artes marciales que es lo que utiliza Zaid para atraparlos: habíamos dejado de beber alcohol porque ya no nos atrevíamos. Quizá un porro de vez en cuando, pero a escondidas. Ahora en la chabola lo que hacen es rezar en grupo, oír casetes del Corán y recibir a sus nuevos amigos: el emir y sus compañeros eran personas sencillas. Nos hacían el honor de venir a casa y nos colmaban de luz y de paz […] aquello era como una victoria sobre la mediocridad de nuestras vidas menores. Bebíamos sus palabras porque las entendíamos. Había conseguido (Abu Zubeir) devolvernos nuestro orgullo con palabras sencillas […] ya no éramos unos parásitos, unos deshechos de la humanidad, unos mindundis. Éramos limpios y dignos y nuestras aspiraciones hallaban eco en mentes sanas. Teníamos quien nos escuchase y nos guiase. La lógica había ocupado el lugar de los golpes. Le habíamos abierto la puerta a Dios y Él había entrado en nosotros. Se habían acabado las idas y venidas frenéticas de acá para allá, perdiendo el tiempo, los insultos y las peleas idiotas […] Sabíamos que los derechos no se regalan, sino que se arrebatan. Y estábamos dispuestos a todos los sacrificios.  En palabras de Mahi Binebine: estremece ver cómo se aferran a una disciplina, la primera con la que se han encontrado en su vida.

Ghizlane es la única que se da cuenta de lo que está pasando. Le dice a Yashin que ha cambiado y que ha abandonado a sus padres: me limitaba a decirle que Dios era grande y que Él acabaría por arreglarlo todo. Ella decía que Dios no pintaba nada en esto y que los padres, incluso los malos padres, eran sagrados. Mi-Lala afirmaba que el paraíso estaba bajo los pies de las madres y que para llegar a él había que arrodillarse y besar las plantas de esos pies todas las mañanas. Ghizlane decía que la barba me endurecía la expresión y que me sentaba fatal. Pero ellos siguen su camino, todos intentábamos imitar al emir, dejan sus trabajos porque las veladas en el Garaje les ocupan casi todo el día, se aprenden el Corán de memoria y llegan a la conclusión de que no había más salvación que la yihad. Dios nos la pedía. Estaba escrito, y muy claro, en el libro de los libros. Abu Zubeir les va introduciendo cada vez más en su círculo más íntimo, la televisión estaba puesta en una cadena que transmitía en bucle matanzas de musulmanes. Y puedo aseguraros que nos hervía la ira por dentro […] Abu Zubeir decía que había que reaccionar. El Profeta no habría tolerado tales humillaciones […] yo notaba que me subía una quemazón desde el vientre que me incendiaba los ojos. Me retorcía las tripas un deseo de venganza. Estábamos de acuerdo en lo de lavar con sangre nuestro honor perdido. Y poco a poco los van convenciendo de que sus armas son ellos mismos: ¡Nadie puede contra un hombre que quiere morir! Devolverle sus vidas a Dios porque Él se lo pide. Para ellos, después de un camino largo de “comedura de coco” inteligente, está muy claro.

¿Creéis que está logrado este camino de captación? ¿Es creíble? Contestad intentando poneos en su piel aunque sea difícil. Que la balanza no oscile ni a un lado, el del entendimiento y justificación total, ni al otro, el de no entender que no pudieran haber reaccionado de otra manera. Intentemos encontrar las razones justas y equilibradas para su proceder, si es que las hay. Y también comentad si el autor logra hacernos creíble el camino que lleva a estos chicos al horror de convertirse en terroristas suicidas.

Los llevan de vacaciones a las montañas, a Dayet Aoua. ¡Qué maravilla poder salir de Sidi Moumen! ¡Y de la ciudad! Una semana para recompensarlos de su dedicación a Dios y a las clases. Ven el mar por primera vez desde el minibús: era un espectáculo único. Ese aire nuevo me había trastornado. Olía de una forma rara. Me dieron escalofríos al mirar el infinito, azul plateado, y el sol blanco que flotaba por encima. Esas vacaciones serán inolvidables, quizás lo más maravilloso que les haya pasado jamás. Les enseñan a manejar la faca, combaten, hacen deporte, corren por los caminos, se bañan en el lago, rezan, escuchan las peroratas del emir sobre glorias pasadas y la lucha que les espera.

Y por fin llega el terrible día. Hamid se lo dice a su hermano: no tenemos elección. Asentí, porque alguien tenía que sacrificarse. Era la primera vez que le leía el espanto en la cara a mi hermano. Ninguno se niega a morir, sin embargo, eso de morir no era ninguna tontería. Cada uno tiene sus razones. Y al fondo de todas ellas están las de convertirse en un mártir y entrar en el paraíso. Desde la nube en que me hallaba, aquello me parecía algo así como un juego; el de la vida y la muere trenzadas sin sospecharlo. Pero en Sidi Moumen la pelona formaba parte de nuestra vida cotidiana. No asustaba tanto. La gente llegaba, se iba, vivía o moría sin que en la ecuación de nuestra miseria cambiase nada […] La muerte, omnipresente. La habíamos adoptado. Vivía en nosotros y nosotros vivíamos en ella […] La muerte era nuestra aliada. Nos servía y la servíamos […] Estaba a solas con ella y no tenía miedo. Había desplegado las alas negras alrededor de mi cuerpo febril y yo me había sometido. Solo pensaba en la dicha de obedecer. Era esclavo suyo, y feliz por pertenecerle. La muerte pensaba por mí  […] Estaba dispuesto a darle los caprichos que quisiera con tal de que me permitiese abrazarla. Aferrarme a ella y salir volando los dos. Cruzar los siete cielos y renacer en otra parte, lejos […] No, no quería volver a ver esas máquinas monstruosas volcar encima de la infancia sus desechos y sus vómitos […] No, nadie puede nada contra un hombre que quiere morir. Y yo lo quería ardientemente. Transcribo las palabras de Yashin porque lo dicen mejor que nadie podría decirlo. Logra poner poesía en la tragedia tan terrible a la que se dirigen. No es casual que el alto voltaje poético se crezca en estos momentos finales, los más duros. Imposible no transcribir tampoco su despedida de Ghizlane: Te quiero infinitamente, pero me voy, amor mío, porque no tengo elección. ¿Hasta cuándo se puede soportar la humillación de haber nacido en Sidi Moumen? No hay vuelta de hoja, voy a morir. Te vengaré de quienes saquearon tu infancia y enviscaron tus sueños en el barro. Les haré pagar a tocateja los años de esclavitud que nos impusieron. Padecerán igual que padecimos nosotros. A todos esos colaboracionistas que se portan como avestruces les alzaré la cabeza y los degollaré como a corderos.

Sí, fue una escabechina, un infierno. Fue el fin del mundo.

Para terminar os dejo con unas palabras del escritor Isaac Rosa que quiero utilizar como disparadero de vuestras reflexiones: Quizás la línea que Binebine traza entre el origen miserable y el terrorismo sea demasiado recta, sin meandros que darían más complejidad al asunto. O quizás es que la realidad es así de simple, y hay cada vez más desgraciados para quienes “no hay más salvación que la yihad”. Ahí queda la discusión que esta interesante novela propone.

Plazos

Es hora de vuestros comentarios, que espero que sean muy numerosos, sobre esta segunda parte y sobre la novela en general. Disponéis de una semana para ello. Podéis seguir comentando al hilo de las opiniones, argumentaciones, dudas que habéis ido dejando en la primera parte. Hay mucho de lo que hablar ahora que ya hemos terminado esta estremecedora novela, narrada magistralmente, que no creo que deje indiferente a nadie.

Rondo como un fantasma forastero por el reino de mis recuerdos de la infancia

26 Mar
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Fantasma. Foto en flickr de La chica de las medias de rayas. Algunos derechos reservados.

Un paseante podría bordear nuestro poblado sin sospechar ni por un momento de su existencia. Con estas simbólicas palabras comienza la novela. Simbólicas porque se refieren no sólo a la barriada de Sidi Moumen donde viven nuestros protagonistas sino a ellos mismos encerrados dentro de un muro imponente de adobe. Nadie los ve por lo tanto nadie va a saber nada de sus vidas, de sus deseos o esperanzas. No existen. La mayoría no ha salido nunca del poblado, viven en ese micromundo. Enseguida vamos a saber que nuestro protagonista, la voz narrativa, Yashin, está muerto: No me quedé mucho tiempo en la vida, porque en la vida no había gran cosa que hacer. Y tengo empeño en decirlo sin más demora: no lamento haber terminado con ella. No echo de menos ni poco ni mucho los puñeteros dieciocho años que me tocó vivir […] En fin, me alegro de estar lejos de las chapas onduladas, del frío, de las alcantarillas reventadas y de todos los miasmas que anduvieron por mi infancia.

Yashin nos va introduciendo en su vida, en su familia con la omnipresencia de Yemma, la madre, a la que adora, y de su hermano mayor, Hamid, su ídolo y su protector: de todos los rebuscadores del vertedero, puedo decirlo sin presumir, mi hermano Hamid era el que más valía. Tenía algo así como un sexto sentido para encontrar la perla de valor. Su olfato animal, al que se sumaba una inteligencia precoz, lo hacía, de entrada, superior al conjunto […] A mí me fascinaba mi hermano Hamid. Me protegía. También me mimaba. Podía ponerse violento si alguien se metía conmigo. Pronto vamos a descubrir que Sidi Moumen es una “ciudad sin ley” donde puedes matar a alguien sin que nadie se entere y sin que nadie lo busque enterrándolo en el vertedero y pensando todos que había huido de la barriada para buscarse la vida en la ciudad, un lugar donde la violencia es omnipresente, donde crecen con sus propias leyes: Sí, a veces mi hermano era injusto. Y eso que me quería. Habría hecho lo que fuera por mí.

Yemma es el alma de esa familia de once miembros, la mujer más limpia y la más previsora con quien me haya topado jamás […] pendiente de todos, nos cuidaba como una gallina a sus polluelos. El padre, Magdul, al que casi nunca llama por su nombre, al contrario que a su madre, es un hombre que había decidido hacerse viejo antes de tiempo, sentado a lo moro en su rincón, pasando sin parar las cuentas del rosario de ámbar. El antiguo obrero de las canteras es como un cero a la izquierda sin ninguna autoridad, sin hablar siquiera, todo lo contrario de Yemma que ayuda a todo el mundo: tenía un corazón de oro. Parecía cargar ella sola con todo el desvalimiento de Sidi Moumen. A Yashin le cuesta imaginarse otra relación entre sus padres diferente a la que contempla todos los días: me costaba imaginarme a mi padre en el mundo de los vivos y a Yemma como una mujer enamorada.

A continuación le toca el turno a sus amigos que son como su familia si no más importantes. El hermoso Nabil, su mejor amigo, cuya belleza la había sacado de su madre, Tamu, una puta que había decidido consagrar sus encantos a los ociosos de Sidi Moumen y que es respetada por todos  porque  vuelve locos a los hombres y también desempeña ocasionalmente el oficio de cantante en las diversas celebraciones del barrio. Los dos inseparables amigos trabajan para Hamid recogiendo cosas en el vertedero y se han construido un refugio, un chamizo donde poder estar solos, aunque más tarde se convertirá en el cuartel general de todos, y soñar con una vida más allá del muro de adobe. Pero también aman a su barrio: no me da vergüenza deciros que a veces fui feliz entre esos escombros repugnantes, en las basuras de esa cloaca maldita, sí, fui feliz en Sidi Moumen, mi tierra.

De todas las Estrellas de Sidi Moumen, sólo Fuad tuvo la oportunidad de asistir a la escuela, que estaba a unos cuantos kilómetros del poblado de chabolas. Quizá porque su padre es el almuédano, guardián e imam de la mezquita. Y quizá también por ese motivo no deja jugar al fútbol a Fuad, aunque él se escapa porque su único sueño es jugar al fútbol con nosotros.  Luego, cuando su padre le pilla le dará una paliza. Toda la vida de estos chicos gira alrededor del equipo de fútbol y los partidos memorables que juegan en el vertedero. No son religiosos: cuántas veladas pasamos en aquella chabola, acurrucados unos contra otros oyendo los cánticos del Atlas Medio y los ritmos endemoniados de Nass el Ghiwan… ¡Cuántos porros nos fumamos y cuantas historias rocambolescas soñamos allí. A los catorce años Fuad se queda huérfano de padre y se convierte en cabeza de familia, lo cual tiene sus ventajas porque ya no recibirá las palizas de su autoritario padre y dejó en el acto de ir a la escuela y encargó que le hicieran un puesto con ruedas donde empezó a vender los dulces que cocinaban su madre y su hermana Ghizlane. Maduró de golpe.

Las Estrellas de Sidi Moumen tienen muchos rivales, otros equipos de las barriadas, con los que juegan partidos: nos reuníamos los domingos en el vertedero para celebrar encuentros legendarios que solían terminar en combates de gladiadores. Peleas inmisericordes de las que regresábamos todos más o menos descalabrados. Sin embargo, no podíamos por menos de repetir la semana siguiente. Necesitábamos enfrentarnos, pegarle golpes a un balón o a la cara de alguien. Nos servía de desahogo.

Ali es hijo de un carbonero tacaño que explota a su hijo y que cuando sospecha, cosa muy frecuente, que le ha robado dinero le pegaba con todas su fuerzas hasta hacerlo sangrar […] Como muchos de nosotros, había domesticado esos golpes. Ahora ya formaban parte integrante de su vida, igual que la amargura de la humillación, igual que la fealdad que nos rodeaba por todas partes, igual que ese condenado destino que nos había entregado, atados de pies y manos, a estas ruinas innominables.

Jalil es con el que menos afinidades tiene Yashin: nos pasábamos la vida peleándonos en el campo. Y, a veces, fuera del campo. Jalil es defensa en el equipo  y Yashin el portero por lo cual necesita del buen hacer de Jalil: tengo empeño en rendir público homenaje a ese muchacho de talento. El motivo de sus peleas quizá fuera que Jalil no había nacido en Sidi Moumen y por ese motivo los mira por encima del hombro, aunque Yashin piensa que debía de ser más desdichado que la mayoría de los granujas de la zona. Nacer entre el barro es más tolerable que verse en él sin remedio ya con cierta edad […] era indudable que tuvo que padecer esa caída. Las callejas más sórdidas de la medina valen mucho más que nuestro poblado de chabolas. El milagro de Sidi Moumen es que todo aquel que fracasa en la ciudad o viene de una pobreza mayor que la del poblado de chabolas se adapta con gran facilidad a su nueva vida en la barriada: se meten en el molde de una derrota resignada, se acostumbran a la mugre, echan por la borda la dignidad, aprenden el arte de la chapuza y a remendar la existencia […] Ahí están y sueñan. Saben que anda rondando la de la guadaña y que se mete primero con los que han dejado de soñar. Pero ellos no tienen intención de morirse. Se apiñan hombro con hombro, se apoyan. Jalil acaba adaptándose a su nueva vida y los demás le aceptan. Deja de ir a la escuela y se hace limpiabotas. Es el único que va a la ciudad y, cuando están todos reunidos en el refugio, les cuenta sus andanzas. Una ciudad que los demás no conocen. El otro lado. La otra vida soñada.

Ya conocemos a la pandilla, a los protagonistas de esta historia. Son una familia: si uno de nosotros se encontraba con un marrón, los demás se presentaban como un solo hombre para sacarlo del apuro. Se apoyan, se quieren, comparten su vida, el fútbol, las peleas, las risas, los sueños. Tienen su refugio para reunirse y dar rienda suelta a la alegría a través de los porros, la música y el baile. Nabil siempre se lanza a bailar imitando a su madre. Al bello Nabil de pelo castaño ensortijado, piel blanca y ojos claros lo arrastraba una ola poderosa y secreta. Una noche, después de ganar un partido a su mayor rival, van todos a celebrarlo al refugio: porros, café, alcohol, música y Nabil eufórico contoneándose: estábamos en un mundo irreal, lejos de la basura y de la mugre, lejos de la miseria y de los fantasmas que rondan por ella. Lo único que contaba era esa sensación de ser invencibles en que estábamos sumergidos todos. Éramos los reyes del mundo. Borrachos, bebiéndonos las nubes, dando palmadas y vociferando de dicha. Nabil giraba tanto sobre sí mismo que la gandura se inflaba. Echaba miradas provocativas y daba más y más vueltas. Luego, igual que un paracaidista en el centro de su tela, se desplomó y cayó al suelo desmayado. Habría podido jurarse que un ángel enamorado y celoso había intrigado para que ocurriera esa caída.

Lo que ocurre a partir de ahí es que todos, empezando por Hamid, van a violar al inconsciente Nabil. Sólo Yashin está escandalizado: yo me había vuelto para no ver ese espectáculo desolador del que no oía sino jadeos mezclados con las canciones de Nass el Ghiwan. Cuando le toca el turno en vez de salir corriendo de ese lugar maldito del que se había adueñado Satanás se queda dudando porque teme que le tomen por un marica (¡!) y se acerca a Nabil sudando y llorando. Le salva que éste se despierta en ese momento. Todos se van avergonzados mientras Yashin le baja con delicadeza los faldones de la gandura. Respecto a este tema, os transcribo las palabras de Mahi Binebine en una entrevista concedida a “La Razón”: Tenemos una cultura en la que las mujeres deben permanecer vírgenes, a pesar que estamos en 2015. Todavía hay mujeres que pueden ser repudiadas si el día de su matrimonio se descubre que no son vírgenes. El resultado es que las familias protegen mucho a las niñas. Eso ya no sucede tanto en las grandes ciudades, pero en el campo y en los barrios de chabolas sí es una costumbre muy arraigada. Así que los chicos se las apañan entre ellos como pueden, y a lo mejor las chicas también, quién sabe. Introduje el elemento sexual en la historia porque me gusta meter el dedo en todo aquello que no sea tabú y decir: “No es tan grave”.

A continuación viene un “flashforward” o prolepsis en el que vamos a asistir al entierro de Yashin visto por él mismo: una muerte casi sin cadáver, porque el mío lo recogieron con cucharilla. Lo irónico es que enterraron conmigo unos restos de Jalil […] Henos aquí reposando juntos en el mismo cuadrilátero, a la sombra de un azufaifo, al fondo del cementerio,  nosotros que nos llevábamos tan mal. No nos ha correspondido plegaria alguna porque en las tumbas de los suicidas no se reza. Aún estoy viendo a mi padre, a mis hermanos y a los más arrojados de las Estrellas de Sidi Moumen alrededor del agujero donde acababan de meterme. Yemma, o más bien lo que quedaba de ella, que ha desaparecido el día que le comunican la carnicería que mi hermano Hamid, yo y otros terroristas habíamos hecho en la ciudad; las decenas de muertes inocentes, los considerables daños materiales, el pánico en todo el país, aparece en el cementerio. Ese ser andrajoso que andaba descalzo por el paseo invadido por zarzas, despeinado, con la mirada ida, allí en medio del recinto, era desde luego mi buena y anciana madre. Venía a despedirse de nosotros. Transgrede la tradición inmutable de que las mujeres no entren en el cementerio los días de entierro. Se hace un silencio inmenso y todo el gentío se abre para dejarla pasar hasta el borde de la tumba de su hijo Yashin mientras masculla un versículo del Corán. Así fue como una mujercilla de nada, que algunos tomaban por loca, consiguió imponer a los hombres un entierro digno para sus hijos. Sobrecogedor todo el capítulo.

No, no hubo solo momentos sombríos en Sidi Moumen. También me correspondió mi parte de felicidad. Una prueba: mi historia de amor con Ghizlane, la hermana pequeña de Fuad. Con esta hermosa historia termina la primera parte en que he dividido la lectura. Si existió algo por lo que habría renunciado al “adiós”, ese algo era desde luego mi amor por Ghizlane. Y pensar que se podrían haber ahorrado varias vidas si ella me hubiera retenido. La mía para empezar, y luego las de los demás; esos a quienes no conocía y me llevé en el morral, igual que un cazador furtivo […] En vida, no habría sabido describirla como ahora. No me enseñaron palabras para nombrar la belleza de los seres y de las cosas, la sensualidad y la armonía que los ensalzan. Y resulta que este fantasma enamorado que soy ahora siente la necesidad fútil de explayarse. De contar por fin esta historia que rumia mi pensamiento desde el día de mi muerte. Os dejo a vosotros que os explayéis como Yashin sobre Ghizlane, esta sensible, risueña y profunda muchacha y su incipiente y truncada historia de amor.

Plazos

Ahora sí ya es hora de vuestros comentarios sobre esta primera parte y sólo sobre ésta 😉 Disponéis de una semana para comentar todo lo que consideréis interesante. ¡Espero que sean muchos los comentarios! La novela lo merece, desde los personajes, sus vidas, la barriada, la voz narrativa, el estilo, los acontecimientos que se suceden… A la vez que comentamos seguiremos leyendo la novela desde el capítulo 10 (pág. 85) hasta el final de la novela.

 

Los caballos de Dios: una novela necesaria

18 Mar
Étoiles

Étoiles. Foto en flickr de DocChewbacca. Algunos derechos reservados.

El título original de Los caballos de Dios es “Les Étoiles de Sidi Moumen”, Las Estrellas de Sidi Moumen, el nombre de un equipo de fútbol que han montado un grupo de chavales en su barriada a las afueras de Casablanca para no morirse de asco. Yashin, Hamid, Nabil, Fuad, Ali y Jalil son los protagonistas de esta historia de ficción total y realidad total en palabras de su autor, Mahi Binebine. La realidad es que el 16 de mayo de 2003 se produjeron en Casablanca varios atentados en los que murieron 45 personas, entre ellos 12 de los 14 terroristas suicidas que los provocaron, y resultaron heridas cien personas. El mayor atentado yihadista ocurrido hasta la fecha en Marruecos. Estos muchachos, entre 20 y 23 años, en conexión con Al Qaeda, hicieron estallar los cinturones de explosivos que portaban en diversos puntos de la ciudad.

La ficción nos narra la vida de seis de estos chicos en el inmenso barrio de chabolas de Sidi Moumen donde se hacinan cerca de 300.000 personas. Un poblado que rodea a un basurero del que sacan el sustento sus habitantes con muy pocas o ninguna posibilidad de salir de la extrema miseria en la que viven. Un infierno en la tierra. El camino que recorren estos chicos desde su pobre vida hasta el momento en que entran en relación con el fundamentalismo islámico y deciden entregar su vida para ir a un supuesto Paraíso es lo que nos va contar este libro. Los caballos de Dios (nombre que da la imaginería yihadista a los fieles que hacen de bombas humanas) va más allá de la literatura con la intención de remover nuestra conciencia. Binebine consigue que vivamos una historia desde el interior de los acontecimientos que narra, que miremos de frente al conflicto que en ella se expone. En palabras del poeta Luis García Montero: la buena literatura nos enseña a conocer la vida por dentro. Esta novela abre un mundo que suele quedar escondido al otro lado de las noticias.

La voz narrativa va a ser la de Yashin. Y lo original del planteamiento es que el joven nos habla desde un lugar indeterminado de un limbo en el que habita después de su muerte que no tiene nada que ver con el Paraíso que le han prometido los yihadistas. Yashin se dirige a nosotros, los lectores, apelándonos incluso a veces. Nos habla de su vida en Sidi Moumen, de su familia, de sus amigos, de su terrible realidad llena de violencia. En su vida no hay metas, no hay esperanza, no hay salida. Sólo el fútbol como desahogo, la amistad, la fugaz visita del amor, la rabia y la alegría muchas veces provocada por el hachís o el alcohol. Al fin y al cabo son jóvenes que quieren disfrutar a pesar de todo: a veces fui feliz entre esos escombros repugnantes. No tienen nada que perder, sólo esperar un milagro. Inolvidables personajes olvidados en esa cloaca que les configura. La voz poética de Yashin dulcifica, eleva a las alturas el dolor y la dureza del mundo que le rodea. Es tan poética como terrible porque nos va a contar todo con un realismo extremo que, increíblemente, y ahí radica la maestría del autor, no nos hace daño porque hay humanidad, mucha, y humor y delicadeza y serenidad en su manera de narrar. Binebine cuenta que le costó encontrar la voz narrativa adecuada ya que esos muchachos carecían de la mínima cultura y formación, hasta que se le ocurrió que fuera la voz de un muerto que habla desde otro lugar y con otra perspectiva: una conciencia: es decir, la sosegada resultante de una miríada de pensamientos lúcidos. No aquellos, oscuros y raquíticos, que jalonaron mi breve existencia, sino pensamientos de facetas infinitas, irisadas, cegadoras a veces. Pura poesía en la voz de Yashin como ya comprobamos en el primer capítulo. Yo pongo poesía para hacer que los mensajes lleguen, afirma Binebine.

Entre 2003 y 2004 estuve muchas veces allí. También entrevisté a las familias de los kamikazes y hablé con ellos sobre lo que sentían. A Mahi Binebine le resultó muy difícil acertar con el tono adecuado que presentara a unas personas que habían cometido semejante atrocidad como víctimas. No se trataba de justificarlas. Paró varias veces y se cuestionó incluso dejar la historia. Finalmente consiguió un tono de neutralidad, no maniqueísta, humano, en el que sólo se intenta entender. Ir a los orígenes para encontrar respuestas a tamaña monstruosidad o, por lo menos, para hacerse las preguntas adecuadas. Estos muchachos son carne de cañón, un objetivo fácil de manipulación porque no tienen nada, son muy jóvenes y además no tienen ninguna formación. Así que, inteligentemente utilizados por los yihadistas, les hacen creer que dirigidos por un mandato divino pueden alcanzar el Paraíso. Son los elegidos, los caballos de Dios. Por fin pueden ser algo en la vida y servir para algo: ¿Quién no va a querer ir al Paraíso si vive en el infierno? Una terrible realidad los convierte en monstruos, en máquinas de matar (aprendemos cómo se fabrica un terrorista suicida) y mueren junto a sus víctimas sin saber que ellos también lo son. Los verdaderos culpables son los que los incitan a ello, las mafias del yihadismo. Asistimos desde su interior a la escalofriante mezcla de la inocencia de la juventud con los horrores del terrorismo.  Se necesitan apenas dos años para crear una bomba humana.

La calidad narrativa de Mahi Binebine es evidente. Lo comprobaréis ya desde el mismo inicio de la lectura. Posee una pluma elegante, precisa, certera, poética y valiente que no evita ningún tema por escabroso que sea. Asimismo, su prosa, rica en matices, es capaz de mostrarnos con todo su colorido ese pútrido lugar. Lo llena de vida, verdad, inocencia y humanidad.

Leyendo este libro he recordado al escritor Mohammed Chukri, según algunos el más grande escritor de Marruecos, que encontró en la literatura la salvación a una infancia y juventud también llena de pobreza, abandono, violencia y cárcel. Asimismo, os recomiendo la magnífica novela de temática similar “Calle de los ladrones” del escritor francés Mathias Énard, premio Goncourt 2015 con Brújula. En este caso está más enfocada a esos chicos que se van del país buscando una vida mejor.  Binebine cree que además de las mafias religiosas (que nada tienen que ver con la religión), también el Estado marroquí es responsable ya que no hace nada por mejorar la vida de los habitantes de las numerosas barriadas de chabolas que existen en los extrarradios de las ciudades, simplemente los abandona a su suerte en lugares donde no existen ni escuelas, ni médicos, ni alcantarillado, ni agua corriente… La mayoría no sale nunca de ellas viviendo olvidados por todos. Para Binebine hay una relación directa entre el origen de miseria de estos muchachos y su destino final como terroristas suicidas. Según el escritor, son la pobreza y la falta de futuro una de las razones que les arrojan en manos de los yihadistas (que les tratan bien, que les dan de todo, incluso hasta cariño), y no tanto unas convicciones religiosas o un odio que muchas veces no poseen. Y como dice el escritor Isaac Rosa: si de la periferia europea salen yihadistas, ¿qué podemos esperar de los barrios más miserables del norte de África, donde el único horizonte es emigrar precisamente a esos mismo guetos europeos?

Por este motivo y porque está convencido de que sólo a través de la educación y la cultura se puede frenar el radicalismo islámico, decidió crear, junto al cineasta Nabil Ayouch, un centro cultural en Sidi Moumen llamado igual que el libro, “Les Étoiles de Sidi Moumen” (era hora de devolver a la gente de Sidi Moumen todo lo que habíamos ganado) y tienen planeado hacer lo mismo en otros barrios pobres del país. Es muy grande, cerca de 2.000 metros cuadrados. En él se proyectan películas, se organizan exposiciones, talleres de música, hay una biblioteca con miles de libros, salas de baile y una sala de ordenadores. Tienen también una página en Facebook llamada “Centre culturel Les Étoiles de Sidi Moumen”. Hay que ayudar en el lugar de origen, para que se desarrolle, e impedir la emigración desesperada y evitar, asimismo, que estos chicos caigan en las redes de los extremistas que han sido, hasta ahora, los únicos que han sabido aprovecharse inteligentemente de la desesperación y la extrema pobreza de millones de personas. Estamos haciendo el trabajo que el Estado no hace. Tienen unos cuatrocientos jóvenes inscritos y asisten normalmente sobre 1.000.

En una entrevista concedida a Culturamas en noviembre de 2015, Mahi Binebine nos habla de cómo es ahora Sidi Moumen: el Estado ha tomado consciencia de que el islamismo radical es un peligro y ha decidido acabar con estas barriadas, que es algo que debería haber hecho hace cuarenta años. Está destruyéndolas poco a poco para reemplazarlas pro edificios de realojo. Los vecinos no aceptan estas casas y lo que hacen es alquilarlas para construir otra barriada en una zona más alejada. Es algo muy difícil de erradicar. Creo que llevará unos veinte o treinta años hasta que puedan acabar con ellas realmente. Y ese fallo de crear zonas de recolocación es un error repetido de lo que sucedió en Europa porque al final hacinamos a gente en estos edificios, la olvidamos durante treinta años, y un día nos encontramos con que hay un montón de gente, de múltiples nacionalidades, que han sido marginadas y termina por convertirse en un gueto. Es un grave problema. Yo creo que hay que crear barrios sociales y ligarlos siempre a la sociedad y a la ciudad. Sobre el barrio de Sidi Moumen he encontrado dos reportajes muy interesantes de fechas distintas. Uno, “Las bombas humanas del celuloide marroquí”, es de febrero de 2012 publicado en “El Mundo”. El otro, de diciembre de 2016, es un reportaje de Isabel Ramos Rioja publicado en “La Vanguardia” titulado “El atentado que cambió un barrio”.

Los caballos de Dios obtuvo el Premio de Novela Árabe en 2010 y ha sido llevada al cine. La película, también titulada Los caballos de Dios, dirigida por Nabil Ayouch, ganó La Espiga de Oro en la Seminci de Valladolid en 2012 y el Premio François-Chalais del Festival de Cannes. Binebine, amigo de Ayouch, considera que en Marruecos se lee muy poco y en lugares como Sidi Moumen aún menos. La película es mucho más eficaz. Os la recomiendo ya que es muy buena pero mucho más dura que la novela que con su estilo poético y con humor pone distancia. La imagen siempre impacta más. Creo que ambas se complementan.

Mahi Binebine es, además de novelista, pintor y escultor. Algunas de sus obras forman parte de la colección permanente del Museo Guggenheim de Nueva York. Vivió en esta ciudad así como en París, donde también estudio Matemáticas. Regresó a Marruecos en 2002 porque me encontré con Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales y me dije: tengo tres hijas y no quiero que crezcan en un país racista. De lo que se encuentra a su regreso nace Los caballos de Dios. Os dejo un enlace para que podáis acercaros a su obra como artista plástico.

Asimismo, os dejo enlaces a cuatro entrevistas a Mahi Binebine realizadas en 2015 cuando se publicó en España la novela: “El terrorismo como salida a la miseria”El País. “Comencé a pensar que en su situación yo también podría haber sido una presa fácil para el yihadismo”Culturamas. “Los islamistas son los hijos de las dictaduras que hemos vivido en los países árabes”ABC. “Me gusta meter el dedo en todo aquello que sea tabú”La Razón.

Por último, aquí van dos enlaces a dos entrevistas de audio al autor. Una en el programa “Libros de arena” de Radio 5. Y otra en el programa “Hoy empieza todo” de Radio 3.

Plazos

Aunque la novela no es muy larga, vamos a dividir la lectura en dos partes para poderla comentar con más profundidad. Leeremos a lo largo de una semana hasta el final del capítulo 9 (pág. 84).

Os reitero lo de siempre, sobre todo a los nuevos: escribir en este post, mientras vais leyendo esta primera parte, sólo vuestras impresiones iniciales sobre la lectura o los personajes, o sobre lo aquí escrito o los enlaces dejados, pero no la comentéis, ni esta parte ni mucho menos en su totalidad. Cuando publique el post de análisis correspondiente a esta primera parte de la lectura dentro de una semana, y todos hayáis leído dicha parte, entonces podréis explayaros ampliamente en vuestros comentarios sobre ella en dicho post. Debéis respetar los plazos de lectura y dejar vuestros comentarios en los post respectivos a cada parte. ¡Buena lectura!

Nuestro próximo libro: LOS CABALLOS DE DIOS de MAHI BINEBINE

9 Mar

Portada de la novela «Los caballos de Dios» de Mahi Binebine. Editorial Alfaguara.

Nos vamos a Marruecos de la mano del escritor Mahi Binebine (Marrakech, 1959) con su novela más exitosa, un auténtico best-seller en Francia, Los caballos de Dios (2010). La narración está basada en la historia real de los jóvenes autores de los atentados que sacudieron Casablanca en 2003. Estos chicos han crecido en Sidi Moumen, una barriada de chabolas a las afueras de Casablanca. Un infierno terrenal que huele al vertedero que los muchachos han transformado en campo de fútbol. Vamos a conocer cómo es su vida y qué es lo que les conduce a convertirse en terroristas suicidas.

Un libro de una gran delicadeza. Un escritor de enorme talento. Su maestría queda patente en la neutralidad y humanidad con que retrata a los jóvenes de Sidi Moumen. Marc Dugain, “Le Figaro littéraire”.

Una novela que resulta imprescindible en estos tiempos en que el yihadismo monopoliza el terror del mundo occidental. Es de un realismo escalofriante. Jordi Soler, “El País”.

Binebine nos pasea por todos los rincones de Sidi Moumen y nos descubre un mundo rico en colores, sabores y olores. Una hermosa historia narrada por una pluma elegante y alejada de todo maniqueísmo. E. Flory, “Le Magazine des livres”.

A partir de mañana viernes 10 podéis pasar ya a recoger vuestro ejemplar en la Biblioteca Fórum. Disponéis de una semana para ello. Los que vivís fuera también contáis con una semana para conseguir el libro editado por Alfaguara.

Nos encontraremos aquí en dicho plazo para empezar a leer Los caballos de Dios. Espero que os agrade la elección. Mientras, los que todavía no habéis dejado vuestros comentarios finales sobre el libro de Benjamin Black, podéis hacerlo a lo largo de estos días.

No os olvidéis de devolver vuestro ejemplar de El otro nombre de Laura. Gracias.