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Ser aquella mujer

17 Mar

Pajarera. Foto en flickr or M. Martín Vicente. Algunos derechos reservados.

A pesar de que en Japón está a punto de comenzar una guerra civil fomentada por las fuerzas que se oponían a la entrada de extranjeros en el país, Hervé Joncour emprende su tercer viaje a la isla. En este tercer viaje, el lago Baikal es definido como “el último”. Ya en los dominios de Hara Kei, pudo ver, al final, de repente, el cielo sobre el palacio tiznarse por el vuelo de cientos de pájaros, como si fuera un estallido de la tierra, pájaros de todo tipo, desorientados, huyendo hacia cualquier parte, enloquecidos, cantando y gritando, pirotecnia explosión de alas y nube de colores disparada en la luz y de sonidos asustados, música en fuga, volando en el cielo. La pajarera ha sido abierta por la mujer quizá porque ella también desea salir volando. Hervé se ha encaminado con calma infinita hacia ella: era un hilo de oro que corría recto en la trama de una alfombra tejida por un loco. El hombre devuelve a la mujer la pequeña hoja de papel, regresad o moriré, que ella coge, mientras aprieta su mando con dulzura, y esconde en su vestido con una sonrisa. Aparece Hara Kei que sentencia sobre la huida de los pájaros: volverán. Es siempre difícil resistir la tentación de volver, ¿no es cierto?. Exactamente como le pasa a Hervé que no puede evitar volver a Japón a pesar de los peligros que conlleva. Está claro que desea ver a la joven, quizá sea lo que más desea en el mundo. En una fiesta en casa de Hara Kei, Hervé mil veces buscó los ojos de ella y mil veces ella encontró los suyos. Era una especie de triste danza, secreta e impotente. Hervé Joncour la bailó hasta bien entrada la noche. Después, se va a su casa, pero la noche le guarda una sorpresa: la chica le ha llevado a otra joven para que haga el amor con ella: la amó durante varias horas, con movimientos que nunca había hecho, dejándose enseñar una lentitud que desconocía. En la oscuridad, no importaba amar a aquella joven y no a ella.

Hervé vuelve bastante trastornado a Lavilledieu: por la noche entró en el lecho de Hélène y la amó con tanta impaciencia que ella se asustó y no consiguió retener las lágrimas. Lágrimas de felicidad porque quizá sea la primera vez que su marido la haya amado de esa manera (que es lo que ella debe desear más que nada en el mundo). Como un hombre. Aquí cobra importancia la teoría que hemos aventurado en los comentarios sobre que Hervé busca (¿buscaba?) en Hélène a una madre y no a una mujer, ¿qué opináis los demás? Hervé se retira de la vida social del pueblo y compra la casa de Jean Berbeck, aquel que dejó un día de hablar y no volvió a hablar hasta su muerte (más simbolismos), se encierra en ella de vez en cuando y trabaja en su proyecto del parque en el que quiere incluir una pajarera para llenarla de pájaros y después, un día en el que suceda algo feliz, se abren sus puertas de par en par y se mira cómo vuelan libres (más simbolismos).

Hervé sigue raro y su mujer lo lleva a Niza convencida de que la serenidad de un refugio apartado conseguiría apaciguar el humor melancólico que parecía haberse apoderado de él. Allí parecen ser felices y sienten la suerte de amarse. Pero, de nuevo, vuelve la necesidad de comprar más huevos y para ello hay que ir a Japón. Pero en Japón ya ha estallado la guerra y están matando a muchos extranjeros. Es tan peligroso ir que Baldabiou no se atreve esta vez a pedirle que vaya y además tiene otras alternativas. Pero Hervé lo único que desea es volver y toma él la decisión bajo su única responsabilidad: Yo voy a ir al Japón, Baldabiou. Voy a comprar esos huevos, y si es necesario, lo haré con mi dinero. Tú debes decidir únicamente si os los venderé a vosotros o a cualquier otro.

El 10 de octubre de 1864, Hervé Joncour partió para su cuarto viaje al Japón. En este cuarto viaje, el lago Baikal es definido como “el santo”. Al llegar se encuentra con un país en guerra y con la aldea de Hara Kei destruida: no quedaba nada. No quedaba ni un alma. El fin del mundo. A pesar de darse cuenta de la inutilidad de su empresa, no era capaz de marcharse. Y de pronto surge un chico de la nada que, además, lleva el guante que Hervé había dejado caer al lado del vestido de la joven en la orilla del lago en su segundo viaje a Japón. Y decide seguirle más allá del fin del mundo. El chico no tiene más de catorce años: tocaba constantemente un pequeño instrumento de bambú, con el que reproducía el canto de todos los pájaros del mundo. Tenía el aspecto de estar haciendo la cosa más hermosa de su vida. Después de cinco días de viaje encuentran una caravana que dirige Hara Kei, el chico desaparece buscando un ademán para decir que había sido un viaje bellísimo. Hara Kei le recibe diciéndole que se marche, aquí no hay nada para vos. Pero Hervé no se va y poco después encuentra al chico ahorcado: el Japón es un país antiguo, ¿sabéis? Sus leyes son antiguas: dicen que hay doce crímenes por los que es lícito condenar a muerte a un hombre. Y uno de ellos es llevar un mensaje de amor de la propia ama le dice Hara Kei que sabe perfectamente el motivo por el que el hombre está allí. Y precisa: Él era un mensaje de amor […] Marchaos, francés. Y no volváis nunca más. Hervé parte sin haber llegado a ver a la joven no sin antes comprar huevos de gusanos de seda que morirán en el camino.

El negocio de la seda se ha ido a pique y para salvar de la miseria a las gentes de Lavilledieu, Hervé contrata a decenas de personas para que construyan su parque. Pero él no es feliz. Baldabiou sabe que algo le ha pasado desde que comenzó a viajar a Japón: total, a alguien tendrás que contarle, antes o después, la verdad. Hervé se la cuenta: ni siquiera llegué a oír nunca su voz. Es un dolor extraño. Morir de nostalgia por algo que no vivirás nunca.

A los seis meses de su regreso, Hervé Joncour recibe una carta de siete hojas escrita en ideogramas japoneses, sin nombre, sin dirección, sin ninguna palabra escrita en caracteres occidentales: cenizas de una voz quemada. Durante cuatro días llevará la carta consigo sin abrirla nunca, sólo una noche la mirará a contraluz: en transparencia, las huellas de los minúsculos pájaros hablaban con voz desenfocada. Decían algo absolutamente insignificante o algo capaz de desquiciar una vida: no era posible saberlo, y eso le gustaba a Hervé Joncour (¿Por qué?). Al quinto día (de nuevo, el quinto día) se dirige a Nimes con la intención de que Madame Blanche le traduzca la carta. Han pasado tres años desde la última vez que la visitó. La carta: sexo, deseo, amor, entrega, pero, también un adiós definitivo.

Hervé Joncour pasó los años que siguieron escogiendo para sí la vida límpida de un hombre ya sin necesidades. Sus días transcurrían bajo la tutela de una mesurada emoción. En Lavilledieu la gente volvió a admirarle, porque en él les parecía advertir un modo exacto de estar en el mundo. Viaja de vez en cuando con Hélène: todo les sorprendía; en secreto, incluso su propia felicidad. Hervé ha recuperado la calma, la indestructible calma de los hombres que se sienten en su lugar. Pareciera que la carta ha terminado con sus ansias y su infelicidad. Su intensa insatisfacción. Ahora parece un hombre satisfecho que ha optado por una vida sin sobresaltos donde todo ocupa su lugar. De vez en cuando, en los días de viento, Hervé Joncour bajaba hasta el lago y pasaba horas mirándolo, puesto que, dibujado en el agua, le parecía ver el inexplicable espectáculo, leve, que había sido su vida. El lago. ¿Qué simboliza el lago según vosotros?

El 16 de junio de 1871, Baldabiou abandona Lavilledieu. Nadie sabe adónde va. Hélène le abraza llorando, ¿quién sabe qué secretos les habían unido? Quizá Baldabiou le había dado a Hélène la llave para que abriera y entendiera todo lo que le había pasado a su marido. Quizá. Tres años después, Hélène enferma y muere. En su tumba, Hervé, hace esculpir una sola palabra: “Hélas” (que significa: desgraciadamente, por desgracia. Pero también: ay, ojalá. ¿Con cuál de las dos nos quedamos? ¿O valen las dos?). Hervé, sin desesperación, continúa su vida ordenada trabajando incansablemente en su parque. Vivirá todavía veintitrés años más con serenidad y buena salud. Sus costumbres le preservarán de la infelicidad y cuando la soledad sea muy grande, irá al cementerio a hablar con Hélène, su amada esposa. Como veis no he desvelado el gran secreto final que contiene esta novela. Eso os lo dejo a vosotros para que os explayéis en vuestros comentarios. Sólo una última pregunta: ¿qué os parece ese final? ¿Os lo esperabais? O, por el contrario, ¿os ha sorprendido? ¿Es un buen broche final? ¿Sí? ¿No?

Plazos
Disponéis de una semana para comentar esta segunda parte de la novela así como para exponer vuestras conclusiones finales sobre esta hermosa historia. ¡Espero con muchas ganas vuestras opiniones!

Era como tener la nada entre las manos

7 Mar

Foto en flickr por rrbhs99. Algunos derechos reservados.

Comienza Seda, con la concisión que la caracteriza, situándonos en el espacio y el tiempo, presentándonos a su protagonista, Hervé Joncour y explicándonos en qué consiste su profesión y cómo es su vida en Lavilledieu. Las repeticiones, que marcan el ritmo de la novela, están presentes ya desde el primer momento. En el capítulo 5 aparece Baldabiou, el artífice de esta historia, el mago que convierte a Lavilledieu, veinte años atrás en uno de los principales centros europeos de cría de gusanos y de producción de seda. El original y único Baldabiou que no se quiere quedar con todo el negocio, revelándoles a otros empresarios los secretos del oficio porque eso le divertía mucho más que ganar dinero a espuertas. Enseñar. Y tener secretos que contar. Así era aquel hombre. Asimismo, Baldabiou cambia el destino de Hervé doce años después de comenzar el negocio de la seda convirtiéndole en el viajero que irá en busca de los gusanos a Egipto: viajó en un barco que se llamaba Adel. Hasta los camarotes llegaba el olor de la cocina, había un inglés que decía que había combatido en Waterloo, la noche del tercer día vieron delfines que brillaban en el horizonte como olas embriagadas, en la ruleta salía siempre el número dieciséis. Cuando vuelve de su primer viaje, Baldabiou sólo le pide que le hable de los delfines: así era Baldabiou. Nadie sabía cuántos años tenía.

Pero la epidemia de prebina que había destruido los huevos de los cultivos europeos se extendió a través del mar, alcanzando a África. Todo parece indicar el principio del fin del próspero negocio de la seda pero, una vez más, Baldabiou tiene la respuesta al problema y la solución. Hervé, como ochos años antes, dejaba que aquel hombre reescribiera ordenadamente su destino y éste es que tiene que ir siempre recto. Hasta el fin del mundo: Japón. Una isla que durante doscientos años había vivido completamente separada del resto de la humanidad, rechazando cualquier contacto con el continente y prohibiendo el acceso a todo extranjero. Pero serán los americanos los que en 1853 conseguirán la apertura a los extranjeros de dos puertos en el norte del país y el establecimiento de las primeras, mesuradas, relaciones comerciales. Baldabiou sabe que allí se produce la seda más bella del mundo. Lo hacían desde hacía más de mil años, según ritos y secretos que habían alcanzado una mística exactitud. El aislamiento de Japón, piensa acertadamente Baldabiou, la ha preservado de cualquier epidemia. El problema es que los japoneses no se oponen a vender su seda, pero los huevos, ésa es otra historia. Los huevos no los sueltan. Y si intentas sacarlos de la isla estás cometiendo un crimen. Pero nada arredra a Baldabiou ni, consecuentemente, a su fiel servidor, Hervé Joncour. El seis de octubre se despide de Hélène, su mujer, que era una mujer alta, se movía con lentitud, tenía un largo cabello negro que nunca se recogía en la cabeza. Tenía una voz bellísima.

Comienza el primer viaje de Hervé a Japón. Cada vez que comience uno de estos viajes el narrador repetirá el itinerario que seguirá el viajero en un extenso párrafo exactamente igual, excepto en la frase: viajó durante cuarenta días hasta llegar al lago Baikal, al que la gente del lugar llamaba mar. En sucesivos viajes la palabra “mar” será sustituida por “el demonio”, “el último” y “el santo”. ¿A qué creéis que se debe este cambio de nombres? ¿Cuál podría ser su significado simbólico? ¿Creéis que cada una de estas palabras puede tener que ver con las características de cada uno de los viajes? Yo os adelanto que para mí es un enigma que no he logrado descifrar así que espero con mucho interés vuestras opiniones al respecto.

Una vez allí, Hervé será conducido hasta el hombre más inexpugnable del Japón, al amo de todo lo que el mundo conseguía arrancar de aquella isla, Hara Kei, que quiere saber quién es este francés. El autor se demora con todo tipo de detalles en este encuentro a lo largo de cuatro capítulos porque tiene un poderoso motivo ya que junto al amo de todo se encuentra una mujer tendida junto a él, inmóvil, con la cabeza apoyada en su regazo, los ojos cerrados, los brazos escondidos bajo el amplio vestido rojo que se extendía a su alrededor, como una llama, sobre la estera color ceniza. Mientras Hervé, a petición de Hara Kei, le está contando su vida como nunca en su vida lo había hecho, la muchacha abre los ojos y es en ese momento, crucial en esta historia, cuando éste se da cuenta de que aquellos ojos no tenían sesgo oriental, y que se hallaban dirigidos, con una intensidad desconcertante, hacia él: como si desde el inicio no hubieran hecho otra cosa, por debajo de los párpados. A partir de ahí, el encuentro gira alrededor de esa mirada fija en los ojos de Hervé Joncour. Todo parece paralizarse a pesar de que Hervé conserva la compostura y continúa hablando. El único gesto de la muchacha será deslizar lentamente su mano hacia la taza de té en la que él ha bebido y llevársela a sus labios en el mismo lugar en el que Hervé había depositado los suyos momentos antes: los ojos abiertos, fijos en los de Hervé Joncour. Él beberá de nuevo en el mismo lugar de la taza. Ese gesto tan sutil pero tan lleno de significado y simbolismo será el inicio de un cambio que trastocará por completo la vida de Hervé Joncour.

Ya de vuelta en Francia, cuando Baldabiou le pregunta cómo es el fin del mundo, él le contestará: invisible. Al igual que la seda que varias veces es definida como “la nada”. Parece como si lo que está pasando, en realidad no está pasando, como si fuera un sueño, algo irreal. Quizá es así como lo está viviendo nuestro protagonista que, rico, decide comprar un terreno y diseñar para él un parque donde sería leve, y silencioso, pasear. Lo imaginaba invisible como el fin del mundo. Es como si Hervé hubiera entrado en otra dimensión, etérea, inmóvil, debido a ese encuentro mudo con la enigmática muchacha. Estamos en 1862, Hervé cumple treinta y tres años y llovía su vida, frente a sus ojos, espectáculo quieto.

Nuestro protagonista emprende su segundo viaje a Japón. Es hospedado durante cuatro días por Hara Kei. El encuentro inicial será en las orillas de un lago. De nuevo, cruce de miradas con la muchacha que se despoja de un vestido naranja y se sumerge en el lago. Cuando los dos hombres abandonan la orilla después de pasar horas hablando y callando, Hervé dejó caer uno de sus guantes junto al vestido de color naranja, abandonado en la orilla. De nuevo un gesto lleno de simbolismo. Durante esos cuatro días la vida discurría en voz baja, se movía con una lentitud astuta, como un animal acorralado en su madriguera. El mundo parecía estar a siglos de distancia. Para hacer todo más extraño, más irreal, un inglés, que está de paso, le comenta a Hervé ante su pregunta sobre si conoce a una mujer joven blanca que viva allí: no existen mujeres blancas en Japón. No hay ni una sola mujer blanca en Japón. El silencio, el enigma, la soledad rodean a Hara Kei y a su casa. Hay numerosos pájaros, bien volando con grandes alas azules en cuyo vuelo la gente lee su futuro o bien, en una gigantesca jaula, loca prenda de amor, que hace que a Hervé todo le parezca un teatro, una representación cargada de símbolos. La última noche, durante el ritual del baño, una mano de mujer joven le pone un paño en los ojos, le baña con toda la delicadeza del mundo y, finalmente, le deja un papel dentro de su mano: se puso a observar la luz que temblaba, borrosa, en la lámpara. Y, con cuidado, detuvo el Tiempo durante todo el tiempo que lo deseó. No fue nada, después, abrir la mano y ver aquella hoja de papel. Pequeña. Unos pocos ideogramas dibujados uno debajo del otro. Tinta negra.

Hervé regresa a Francia con su cargamento de huevos de gusanos de seda (que siempre consigue sacar a escondidas de la isla). Su mujer le recibe con dulzura y amor. Transcurren cuarenta y un días de vida tranquila pero no se ha olvidado del papel, imposible, necesita saber qué dice y de nuevo recurre a Baldabiou que lo envía a visitar a Madame Blanche, una rica japonesa propietaria de un burdel en Nimes que lleva en los dedos, como si fueran anillos, unas pequeñas flores de color azul intenso. “Regresad o moriré”, eso es lo que dicen los ideogramas. La enigmática madame le recomienda que lo deje estar: no morirá y vos lo sabéis. El narrador no nos dice explícitamente en ningún momento lo que piensa o siente Hervé. Todo son signos cargados de simbolismo, todo es sutil, todo lo tenemos que descifrar de sus gestos, miradas o acciones. Así que, sin saber lo que piensa o siente ante esas palabras, Hervé por primera vez en su vida llevó a su mujer aquel verano a la Riviera. La vida continúa y quieren tener un hijo que se llamará Philippe. Él la ama y se lo dice, le dice: te amaré siempre. Esa parece la respuesta a todo aunque en un rincón escondido de su despacho conservaba una hoja doblada en cuatro, con unos pocos ideogramas dibujados uno debajo del otro, tinta negra.

Plazos
Disponéis de una semana para comentar esta primera parte de la lectura. Espero que sean numerosos vuestros comentarios e impresiones y podamos entre todos descifrar todo el simbolismo que contiene esta lectura. A la vez, seguiremos leyendo desde el capítulo 31 (página 61) hasta el final de la novela. ¡Por favor no comentéis nada de la segunda parte hasta que publique el post sobre ella dentro de una semana! Gracias. 🙂

Seda: una fábula exquisita

1 Mar

Silk. Foto en flickr por eatswords. Algunos derechos reservados.

Como dice su autor, Alessandro Baricco, ésta es una historia decimonónica. Sucede en la segunda mitad del siglo XIX entre Francia y Japón. Dividida en sesenta y cinco breves (a veces, brevísimos) capítulos, esta novela corta, más allá de lo que cuenta, se caracteriza por su estilo: sencillo, preciso, claro, casi transparente como la mejor seda, conciso y original. Casi ascética, Seda va a la esencia en su manera de narrar una sutil historia de amor. Su economía de palabras la suple el autor con una gran riqueza de imágenes, es muy visual. Es etérea, irreal, misteriosa, mágica, toda ella está impregnada de un halo de melancolía casi lacónica y, sobre todo, posee una gran cantidad de elementos simbólicos que quizá pueden dificultar su interpretación (lo veremos en los comentarios). Está narrada de tal manera que deja mucho a la imaginación del lector. El título se refiere tanto al tema como a la forma: la novela está escrita con la misma delicadeza con que se teje la seda. Asimismo, la seda aparece en varios momentos como símbolo de la nada: una vez había tenido entre los dedos un velo tejido con hilo de seda japonés. Era como tener entre los dedos la nada” […] “A su mujer, Hélène, le trajo de regalo una túnica de seda que ella, por pudor, nunca se puso. Si se sostenía entre los dedos era como coger la nada.

Otra característica de Seda es el ritmo que posee. Se aprecia que Baricco ha cuidado mucho este aspecto. La novela tiene música. Utiliza mucho las repeticiones para conseguirlo así como la estructura de cada uno de los capítulos que se establecen como si de una canción se tratase. También la alternancia de capítulos breves y algo más extensos sigue un ritmo perfectamente regular. La línea narrativa sube y baja, ondula rítmicamente. Al respecto dice el autor: todas las historias tienen música propia. Ésta tiene una música blanca. Es importante decirlo porque la música blanca es una música extraña, a veces te desconcierta: se ejecuta suavemente y se baila lentamente. Cuando la ejecutan bien es como oír el silencio y a los que la bailan estupendamente se les mira y parecen inmóviles. La música blanca es algo rematadamente difícil. En estas palabras se percibe el listón tan alto que se ha puesto Baricco para hacer de Seda una novela diferente, única. Con sus palabras el autor nos quiere decir que detrás de su aparente sencillez hay mucho trabajo y reflexión. Que podría parecer una novela simple pero que, si escarbamos un poco, descubriremos que es muy compleja. Respecto a esto hay que decir que la novela tiene tantos defensores como detractores. Hay quien dice que es sublime y, por el contrario, otros afirman que es casi un bluf, que apenas hay nada detrás de su empeño. Cuando llegue el momento de comentarla, podremos discutir sobre lo que nos parece a cada uno de nosotros. Esta novela hizo famoso a su autor en casi todo el mundo. Su éxito de ventas y lectores le hicieron un hueco entre los autores actuales más conocidos, pero la polémica siempre ha ido con él. ¿Es bueno? ¿Es mediocre? ¿Es profundo? ¿Es superficial? En su debido momento lo comentaremos.

Seda narra gran parte de la vida de Hervé Joncour, un comprador y vendedor francés de gusanos de seda que recorre el mundo en su búsqueda. Casado y sin hijos, vive en un pueblo tranquilo, Lavilledieu, que se dedica casi por entero a la producción de seda. Ha sido Baldabiou, un peculiar personaje clave en esta historia, el que ha introducido esta empresa en el pueblo y ha sido también el que ha escogido a Hervé para que sea el que vaya a la compra de los huevos. El padre de Hervé, alcalde de Lavilledieu, había imaginado para él un brillante porvenir en el ejército, pero finalmente será la voluntad de Baldabiou la que cambiará el destino de Hervé Joncour. Cuando los huevos en Europa comienzan a ser pasto de epidemias, Hervé irá a Siria y a Egipto a por ellos, pero pronto también se verán contaminados por las plagas por lo que Baldabiou decide que hay que ir al fin del mundo, a la misteriosa Japón que lleva doscientos años viviendo completamente separada del resto de la humanidad, rechazando cualquier contacto con el continente y prohibiendo el acceso a todo extranjero. Pero Japón se está abriendo paulatinamente al comercio con el exterior y así comienzan los viajes de Hervé a este misterioso y exótico país en busca de las larvas de seda de la mejor calidad que le harán rico. Será allí donde vivirá una experiencia amorosa (¿o un deseo erótico?) no consumada con una joven no oriental que condicionará su vida. Además de los viajes físicos y reales, paralelamente hay un viaje interior del protagonista, que propiciará el viaje externo, hacia sus propios sentimientos y hacia la esencia de su ser. El autor nos muestra el conflicto existencial que vive Hervé Joncour. Y aunque Baricco diga que no es una novela de amor, éste, en todas sus facetas, es el tema principal: entrega, deseo, seducción, obsesión, erotismo…

Los personajes apenas están esbozados, nunca sabemos mucho de ellos ni de sus sentimientos, sólo el protagonista está algo más perfilado y ya desde el principio el narrador, en tercera persona, nos lo describe como uno de esos hombres que prefieren asistir a su propia vida y consideran improcedente cualquier aspiración a vivirla. Hervé se moverá entre dos tipos de amor, uno sereno, cotidiano, real y otro misterioso, prohibido, idealizado, pasional, sobre todo a través de las miradas pero que le abrirá una brecha profunda en su vida y su sentir convencional y mesurado. El milagro es que ambos conviven y que uno no desplaza al otro. También se nos hablará sucintamente sobre esa Francia y ese Japón de los años sesenta y setenta del siglo XIX, de los viajes, del cultivo de la seda. Hay en toda la obra una aire de fábula, ¿con moraleja?, que la hace, ya he dicho, irreal y atemporal. La no-historia en el no-tiempo. Es un triple salto mortal literario el que Baricco intenta en esta breve novela en la que apenas hay diálogos, y cuando los hay están cargados de significado, en la que predominan las descripciones precisas, las miradas, los gestos, los sentimientos… todos marcados por un ritmo musical muy pausado.

Hay quien ha dicho que Seda consigue emular la estructura narrativa de los haikus. Una forma de poesía tradicional japonesa compuesta por tres versos de cinco, siete y cinco moras. En ellos, el poeta describe una emoción profunda generalmente provocada por la percepción de la naturaleza, siempre manteniendo un estilo asimétrico caracterizado por la sencillez, la austeridad y la naturalidad de sus composiciones.

En declaraciones al diario El País, realizadas en mayo de 1997 con motivo de la publicación de Seda en España, Alessandro Baricco afirmaba: no me gusta tratar con las cosas que ya conozco, por eso mis personajes son bastante mágicos, las historias poco corrientes y los lugares inexistentes en el mapa. Añadiendo respecto a la influencia de la música en la estructura de sus novelas que yo no me doy cuenta, pero lo cierto es que voy escribiendo y de repente advierto que me ha salido, por ejemplo, un rondó. A menudo mis libros se pueden leer como una partitura, están construidos sobre una estructura musical.

Existe una versión cinematográfica de 2007 titulada Silk, del director canadiense François Girard, protagonizada por Michael Pitt, Keira Knightley, Alfred Molina y Miki Nakatani. Las críticas no fueron muy buenas.

Os dejo también tres enlaces sobre la obra. Uno es una crítica literaria realizada por Fernando Fuentes Pinzón en YouTube. Otra, muy breve, es un fragmento animado de la novela. Y, por último, una entrevista a Alessandro Baricco (subtitulada en español) de treinta minutos realizada en 2014 por Héctor de Mauleón para el Círculo Editorial Azteca de México. En ella, el autor habla de su obra en general, de su manera de enfrentarse a la escritura, de sus influencias… Es muy interesante porque además Baricco no se prodiga mucho en entrevistas.

Plazos
Como la novela es corta, 125 páginas, he dudado si dividir la lectura en dos partes o no. Finalmente he decidido dividirla para intentar profundizar más en ella y en sus símbolos. Leeremos a lo largo de una semana hasta la página 60 inclusive. Como he observado que algunos no respetáis los plazos (seguramente por desconocimiento de las reglas si sois nuevos o por despiste) y dejáis vuestros comentarios (a veces en el post que no le corresponde) no únicamente sobre la parte establecida sino, a veces, sobre la novela en su totalidad cuando estamos todavía en la primera parte, por favor, os reitero lo de siempre: escribir en este post, mientras vais leyendo esta primera parte, sólo vuestras impresiones iniciales sobre la lectura o sobre lo aquí escrito o los enlaces dejados, pero no la comentéis en su totalidad. Cuando publique el post de análisis correspondiente a esta primera parte de la lectura dentro de una semana, y todos hayáis leído dicha parte, entonces podréis explayaros ampliamente en vuestros comentarios sobre ella. ¡Buena lectura!

Nuestro próximo libro: SEDA de ALESSANDRO BARICCO

22 Feb

Portada de Seda de Alessandro Baricco. Editorial Anagrama.

Nos vamos a Italia de la mano del maestro Alessandro Baricco (Turín, 1958). Y lo hacemos con su obra más famosa y celebrada, Seda (1996). Dejo al autor que os hable de ella: Ésta no es una novela. Ni siquiera es un cuento. Ésta es una historia. Empieza con un hombre que atraviesa el mundo, y acaba con un lago que permanece inmóvil, en una jornada de viento. El hombre se llama Hervé Joncour. El lago, no se sabe. Se podría decir que es una historia de amor. Pero si solamente fuera eso, no habría valido la pena contarla. En ella están entremezclados deseos, y dolores, que se sabe muy bien lo que son, pero que no tienen un nombre exacto que los designe. Y, en todo caso, ese nombre no es amor.

Una sutilísima y breve historia narrada con el especial estilo de Baricco, único y diferente a todo que nos invita a sumergirnos en un mundo donde las cosas se cuentan de otra manera. Espero que os guste la elección.

Una empresa a la vez muy difícil y muy seductora que lleva a cabo como jugando, como un sueño, ¡he aquí un artista!… Baricco es un elegido de los dioses (Pierre Lepape, Le Monde).
Con su ternura, su erotismo, su despojamiento, Seda es una de las novelas más sorprendentes y conmovedoras que he leído jamás (Stephane Merrit, Daily Telegraph).

A partir de mañana lunes 22 podéis pasar a recoger vuestro ejemplar en la Biblioteca Fórum. Los que vivís fuera de Coruña disponéis de una semana para conseguir el libro editado por Anagrama.

No os olvidéis de devolver vuestro ejemplar de El vino de la soledad. Gracias.

Nos encontraremos aquí en una semana para empezar a leer Seda. Mientras, los que todavía no habéis dejado vuestros comentarios finales sobre el libro de Irène Némirovsky podéis hacerlo a lo largo de esta semana.

Ya no era un niño y a cambio era aproximadamente nada

3 Nov

Erri de Luca. Foto en flickr por Paolo Benegiamo (paolobenegiamo.weebly.com). Algunos derechos reservados.

Dejamos al niño Erri recuperándose de sus heridas gracias a los cuidados de la madre y de la chica sin nombre. Ha vuelto a hacer la vida de la isla pero con signos bien visibles de la paliza en su cara, aunque esa nariz rota y esos cortes le hacen “más hombre”, así se lo dicen y él, además del centímetro que ha crecido, siente que sí que algo está cambiando no sólo en su cuerpo sino en su cara: no pensaba que la cara también tiene que crecer. La chica está tramando una venganza como veremos más adelante, su sentido de la justicia así se lo pide: estaré un poco fría contigo en la playa, no me hagas caso. No nos bañaremos juntos. Intentaremos vernos por las tardes, ¿entendido? El niño la ve en la playa paseando con sus agresores y él lo único que desea es ser invisible, no quiere verlos, sólo el mar abierto y nada más. Nada mucho: la superficie del mar es un techo sobre las profundidades y visita a los pescadores: allí mi nariz no causaba risas. Se prestaba poco atención a los desarreglos de la naturaleza, a las heridas, a las lisiaduras. Mientras quedara vida, ésta tenía una finalidad y un lugar útil en tierra.

Esta parte del libro contiene numerosas reflexiones y recuerdos posteriores de su vida que el autor intercala en la acción principal. Hay mucho del Erri adulto. Destaco la importancia que el cine del Neorrealismo italiano tuvo para Erri así como la música, las viejas canciones napolitanas que él toca ahora a la guitarra, una guitarra que no quiso cuando su madre se la ofreció. Pero, sobre todo, están muy presentes el padre y la madre, la muerte de ambos en sus brazos viviendo ya en la casa que él construyó con sus propias manos y el amor tan intenso que les tuvo.

El cine italiano de posguerra me enseñó a mirar, por lo menos cuanto las voces de las mujeres de Nápoles me enseñaron a permanecer a la escucha. Mirar. Escuchar. Verbos muy presentes en la vida de Erri desde su infancia. Verbos fundamentales para un escritor. Amé ese cine de artesanos excelentes que en el momento justo adquiere la intensidad del arte. El blanco y negro daba luz al patio de butacas de los pobres, relucía por el sudor en la frente, no por las lentejuelas. Aquel cine narraba barracas y no palacios, a nuestra gente abarrotada en tercera clase, no los vagones del Orient Express. Iba solo, no quería a nadie a mi lado que se mofara de mi conmoción, que estorbara la sacudida de una compasión, que atenuara la consternación de una ira. Aprendía lo que era Italia. De nuevo la preferencia por los más humildes: he amado mucho ese cine, como espectador puro. Como delante de los cuadros: no me situaba en el punto de vista del pintor, sino en el de quien está en un lateral y echa un vistazo por encima de las cabezas desde un asiento en el gallinero.

Un extraño sentimiento de culpa por haber obstaculizado el amor de sus padres con su llegada al mundo, un deseo de no haber existido nunca le atormentan al ya narrador adulto Erri: se amaban los dos, se regalaban libros. Ella estaba embarazada de mí. La fecha de la dedicatoria denuncia mi intrusión en sus vidas. Se las obstaculicé cual extraño. Querían un hijo, me tuvieron a mí. Ellos son mi gente, pero yo fui poco y mal la suya […] Me entra el deseo maldito de no haber existido, de dejarlos a los dos vivir en paz […] Para quien tiene el tullido impulso de no haber existido nunca, queda el oficio de fantasma. Duras palabras, ¿no creéis? ¿Qué opináis de ellas? Pareciera que siempre se sintió una carga para ellos. Y la insistencia en no valorarse, en pasar siempre desapercibido, en ser casi invisible, está muy presente ya en él desde niño. Aparece con frecuencia en este libro, también en sus recuerdos de adulto, y en las entrevistas.

El padre encuentra trabajo en América y le pregunta por carta a la madre si quiere vivir allí. La madre duda pues yo sólo sé vivir en mi tierra, pero enseguida le pregunta al niño si quiere ir allá. Es la primera vez que le pide su opinión sobre algo importante: me atraía un lugar donde volver a empezar sin conocer a nadie. Podría quitarme el uniforme de invisible, lo sería sin esfuerzo de imaginación. Podía ser un buen sitio para mí un país llamado allá. Pero le contesta que para él es igual. Exactamente le dice que «no quiero tener peso”. No quería contar para nadie, sólo quería pensar en buscar gusanos excavando en la arena, en leer libros, en pasarme los días mudo. Piensa que la decisión es sólo de sus padres ya que su padre sólo le ha preguntado a ella.

En septiembre ocurren días de cielo descendido a la tierra. Se abre el puente levadizo de su castillo en el aire y, bajando por una escalera azul, el cielo se apoya durante un rato en el suelo. A los diez años, podía ver los peldaños escuadrados, y recorrerlos hacia arriba con los ojos. Hoy me contento con haberlos visto y con creer que siguen existiendo. No me he resistido a transcribir este párrafo. ¡Contiene tanta belleza y melancolía! No he hablado de la presencia casi permanente de la nostalgia en esta novela. ¿No creéis que es así? Además de la intensidad, de la poesía, de la verdad, hay un halo de melancolía que impregna todas sus palabras. Me he emocionado, a veces hasta las lágrimas, leyendo y releyendo este libro único. Casi todos los libros de Erri hablan de su infancia en Nápoles. Como si todo lo que hubiera vivido posteriormente ya viniera de allí, de esa ciudad y esas vivencias que abandonó a los dieciocho años para no volver. ¿Por qué se iría Erri? También habla de eso en esta novela más adelante. Pero no da razones.

Dentro de poco me marcho. Antes tengo que arreglar una cuestión de justicia. Ahora vas a escucharme y a hacer lo que te diga […] Mañana por la tarde, bájate a la playa. Te encierras en la caseta y te quedas allí. No salgas hasta que te llame. Oigas lo que oigas y veas lo que veas por las rendijas de los tablones, no salgas hasta que te llame yo. ¿Me has entendido bien? La chica está a punto de llevar a cabo su plan. El niño Erri más que escucharla está mirándola: fue la primera noción cierta de la belleza femenina. Que no está en las portadas de las revistas, en las pasarelas, en las pantallas, que en cambio está de repente a tu lado. Que te sobresalta y te vacía. El niño toma consciencia de su cuerpo por primera vez al lado de ella: del latido de la sangre a flor de muñeca, del ruido del aire en la nariz, del tráfico de la máquina corazón-pulmones. Junto a su cuerpo exploraba el mío, calado en su interior, zarandeado como el cubo en el pozo.

Finalmente el niño se ha puesto del lado de lo que decida su madre respecto a irse o no a América. La madre decide escribirle al padre que no irán. Él se siente molesto consigo mismo: había transgredido mi verdad, que era de sincera distancia entre sus razones y las de papá. Me había puesto de su lado porque la había visto extraviada y despeinada en la cocina por la noche haciendo garabatos. Le había dicho unas palabras de ayuda que para mí no eran verdaderas. Me las había inventado por afecto […] Le había quitado a papá, sin embargo, su esperanza de reunirnos allá y eso me confundía […] Había intervenido entre ellos dos. Debía de ser ésta la consecuencia del cambio en el cuerpo. Crecer conllevaba un precipicio de efectos desconocidos. Había bastado un centímetro. Y de nuevo un flashforward. El narrador recuerda cuando ocho años más tarde se iría para no volver: cerré despacio y bajé los más hondos escalones de mi vida, que no volvería a subir para habitar de nuevo […] en la cabeza me retumbaban los adioses que no había dicho […] desertaba de ellos, del tiempo transcurrido me arrancaba como una hierba del muro, dejándolo limpio […] De haber encontrado a alguien que me hubiera dicho: “Vuélvete a casa” me lo hubiera abrazado. Pero se va y se une a un partido revolucionario en el que conocí entonces el peso y la amplitud del pronombre nosotros. Erri de Luca no nos da ninguna razón, únicamente narra lo que pasó con un poso de tristeza y quizá de ¿arrepentimiento? No me atrevería a afirmarlo. Sólo están los hechos.

Pero el padre renuncia a América: la vida en Nápoles fue para él un exilio sin viaje. Y nos habla de la pérdida de su padre muchos años después con ¡tan bellísimas palabras de dolor y ausencia!: el encuentro con el sueño, donde lloro sin lágrimas. Mi luto por él es una poza de agua marina evaporada. Entre las rocas queda la sal desecada, unos sollozos en seco […] Vuelven cogidas del brazo, las lágrimas, de dos en dos, se asoman por el borde y se zambullen desde las pestañas sobre los pantalones, mientras apoyo la frente sobre las manos vacías. Son las mismas lágrimas de niño, de impotencia antigua. No tienen nada que pedir y cesan por sí solas. Y un poco más adelante en la narración le toca el turno a la madre, a su final junto a él: mamá que me vuelve huérfano de viejo. Me posaba su mano tibia y exhausta sobre la frente y así volvía a respirar tranquilo. La madre que le dio las canciones, la música de su tierra, y con ellas le empujó a hablar, a cantar, a escribir. Las pérdidas de los míos, de los dos, que acabaron en mis brazos, no he podido equilibrarlas con el nacimiento de los hijos […] La vida de los míos, de los dos, están en la prisión de los ausentes y no pasa día sin que espere fuera.

Por fin llega el día del duelo entre los dos agresores que se disputan a la chica. Todo lo ha preparado ella para que la venganza la pueda presenciar el niño Erri encerrado en la caseta: sin armas, con las manos y los pies desnudos, el primero que grite pierde. Y, claro, pierden los dos. El acto de justicia se ha hecho realidad pero para el niño ha sido la inutilidad del odio y de la sangre. Para la chica él es el ganador, le hace salir de la caseta y le besa a la fuerza en la boca delante de los dos derrotados: pero ¿tú no cierras los ojos cuando besas? Los peces no cierran los ojos. Él niño intenta convencerla de que esa justicia no sirve para nada pero no tenía palabras ni ímpetu para oponerme a las suyas. Ella era en aquella hora la voluntad personificada […] Había meditado y ejecutado después la sentencia. Me la enseñaba en su evidencia, no buscaba consenso ni gratitud. El niño Erri se ha enamorado, por fin comprende lo que no entendía e incluso rechazaba cuando lo leía en los libros: la palabra amor: aquel amor cerraba la infancia. Aunque deciden pasar la última noche juntos no volverán a verse, así lo establece la niña y él lo acepta: hoy sé que aquel amor cachorro contenía todos los adioses siguientes. Ninguna se detendría, yo no conocería las bodas […] El amor sería una parada breve entre los aislamientos. Hoy pienso en un tiempo final en común con una mujer, con la que coincidir como lo hacen las rimas, al término de la palabra.

Poco después reacciona ante su cobardía por no haber detenido la pelea: había fallado. No había sido quien exijo ser […] Tras la sorpresa de poder nombrar la palabra amor, venía la experiencia física de la vergüenza […] Ya no era un niño y a cambio era aproximadamente nada. Es muy exigente consigo mismo este niño y ese hombre. Uno siente que la ética en él es palabra principal.

Esta hermosísima novela termina con el encuentro final de los dos chicos, en la playa, entre las barcas de los pescadores, besándose por primera vez: después de cada uno, me daba cuenta de estar creciendo, más que de las heridas. Él todavía no sabe si le gusta el amor pero sabe que lo tiene y sobre todo le gustan los besos: todavía hoy sé que son la más alta meta alcanzada por los cuerpos. Desde allí arriba, desde la cima de los besos, puede uno descender después a los gestos convulsos del amor. Incluso iguala al lenguaje, a las lenguas y a sus palabras y a sus letras, con los besos.

En un cruce nos separamos, soltándonos las manos sin necesidad de más despedidas. Eva y su esposo, saliendo del jardín, habían vivido ya todo el bien del mundo. La vida añadida más tarde, lejos de aquel lugar, no fue más que una divagación.

Plazos
De nuevo he transcrito muchos párrafos del libro, ¡no lo he podido evitar! Si pudiera transcribiría el libro entero. Me he enamorado de la palabra de este escritor, se nota, ¿no? Bueno, es el momento para que vosotros comentéis, o transcribáis por supuesto, todo lo que queráis de esta segunda parte y del libro en su totalidad. Para ello, disponéis de una semana. Y como no hay más que leer, ¡espero que sean numerosos los comentarios!

Mantener

27 Oct

Pescando a Ischia Ponte. Isola de Ischia. Foto en flickr por Andrea Parisse. Algunos derechos reservados.

Los peces no cierran los ojos se abre con una hermosa y enigmática cita de Itzik Manger, un poeta y también autor de canciones en yiddish y estudioso de la Biblia que nació en 1901 en el entonces Imperio austrohúngaro y murió en 1969 en Israel. Llama la atención la similitud con Erri respecto a su interés por la Biblia y además De Luca sabe hebreo y yiddish y suponemos que lee en esos idiomas a sus autores. ¿Qué opináis del contenido de la cita? ¿Por qué creéis que la ha puesto para encabezar el libro?

Como bien apunta Lory, el libro comienza situándonos en el mar como en medio de la vida (hermosa comparación, Lory): el mar no enseña nada, el mar hace, y a su manera. En el mar y con los pescadores es como se siente bien este niño sin nombre. Y aprende de ellos incluso a escribir (la presencia de la escritura ya desde el principio), de sus palabras en dialecto que cuando las decía eran escollos separados con muchas olas entre medias. La palabra y el silencio, y el trabajo con las manos de los más humildes. De ahí nace la escritura poética de Erri de Luca, no de la escuela, sino de la vida. Y de los luchadores inmersos en ella como afirma acertadamente Susana: los pescadores, la madre, el padre… Todos vienen de una guerra cercana en la que han sufrido y han perdido muchas cosas. Es un entorno duro y difícil el de ese Nápoles en el que crece el niño y Erri, que son la misma persona. Él no, pero muchos otros niños ya trabajan en una de las ciudades con mayor mortalidad infantil de la época: en tierra firme, en Nápoles, en cambio, sí que estaban, y de qué manera, los instrumentos y las horas de trabajo en los niños. El niño Erri se siente mayor ayudando a esos pescadores, él que vive a sus diez años una maraña de infancia enmudecida que desea dejar atrás alimentado por los numerosos libros que lee. Su mente crece pero su cuerpo no y eso le hace sentirse incómodo, en territorio de nadie. Y al cumplir diez años abandona esa infancia encerrada entre los castillos de libros de mi padre y se asoma al exterior. Un exterior duro que le hace llorar: a la edad en la que los niños dejan de llorar, yo, por el contrario, empezaba. La infancia había sido una guerra, a mi alrededor morían más los niños que los viejos. Y los libros ya no le bastan para aislarse: desde la ciudad llegaron a la vez los gritos, las miserias, las ferocidades a asaltar los oídos que había mantenido a distancia hasta entonces: a los diez se conectó el nervio entre el dolor de fuera y mis fibras. El mundo irrumpe desde la crueldad de la ciudad en la que vive, tanto que incluso vomita además de llorar.

Para aliviar el dolor, empieza a cantar en voz baja con la mano como telón tapándole a medias la boca. Y sigue leyendo los libros de su padre para aprender a conocer a los adultos por dentro: no eran los gigantes que pretendían creerse. Eran niños deformados por un cuerpo voluminoso. Eran vulnerables, criminales, patéticos y previsibles. Podía anticipar sus gestos; a los diez años era un mecánico del artefacto adulto. Sabía desmontarlo y volver a montarlo. Duras palabras porque aunque quiere hacerse mayor no tiene muy buena opinión de los adultos, ¿qué puede hacer entonces? Difícil, muy difícil se le ponen las cosas al niño Erri. Lo que menos le gusta de éstos es la distancia entre sus frases y las cosas. Para un niño al que el verbo mantener es su palabra preferida, los adultos decían, aunque fuera sólo a sí mismos, palabras que no mantenían. Aprende a conocerlos bien pero lo único que no entiende en ellos es el verbo amar. Siente que lo exageran. Para él, el matrimonio de sus padres es responsabilidad del verbo amar. Y él y su hermana son una de las extravagantes consecuencias de la conjugación. Esa palabra tan desconocida lo agobia porque a mi alrededor no veía y no conocía ese verbo amar. Por el contrario, el odio sí lo entiende: la ciudad se tragaba el odio, se lo intercambiaba con los buenos días de griterío y de cuchillos, se lo jugaba a la lotería. No era el de ahora, azuzado contra los peregrinos del sur, meridionales, gitanos, africanos. Era odio de mortificaciones, de pisoteados en casa y apestados en el extranjero. Aquel odio añadía vinagre a las lágrimas. Y la lectura de Don Quijote le abre los ojos a la realidad tan miserable como era. Quijote tenía razón pues nada era lo que parecía. La evidencia era un error, por todas partes había un doble fondo y una sombra.

La misma sombra que existe ante sus iguales: no llegaríamos a encontrarnos nunca. Ni siquiera en la isla durante el verano: ellos todas las tardes en los bares […] yo nadando o en la playa de los pescadores viendo el arrastre de las redes a la tierra. Sabe de los adultos por los libros pero no sabe ni comparte nada con sus iguales. En la isla, el niño Erri, entre los pescadores y no entre sus iguales, ha dejado de llorar y de cantar: la isla era mano abierta. Aun así, se siente inferior pues ha suspendido las matemáticas: el descubrimiento de la inferioridad sirve para decidir sobre uno mismo. La acepté sin humillación, todo consistía en admitirla. Había vastos campos del saber que no llegaría siquiera a rozar […] ninguna habilidad en nada ha podido corregir la noción de escasez que tengo de mí mismo. Sorprende la sabiduría de este niño y su visión de sí mismo y del mundo, es original, única, nada parecido a nada, ¿no creéis? Y humilde, todo el libro es una lección de humildad en el gran sentido que esta palabra contiene.

Y aparece por primera vez el adulto que narra: cincuenta años después me arrimo a esa edad de archivo de mis formatos sucesivos. Sus diez años contienen ya todo su futuro: en aquel cuerpo sumario estaba la conmoción y la cólera de los años revolucionarios, en el latín estaba el adiestramiento para las lenguas sucesivas, en el cráter del volcán estaban las montañas que subiría a cuatro patas. En los escombros reposados de la guerra estaba la de Bosnia que yo atravesaría y las bombas italianas sobre Belgrado del último año del 1900. Todo su destino está detrás, proviene de lo vivido en una ciudad que agota el destino. Y todo lo que ha escrito el autor estaba en los relatos de mamá, de la abuela, de la tía […] sus voces han formado mi sintaxis. Así como los crucigramas, los jeroglíficos, los anagramas, las criptografías: lo que entonces creía un vicio solitario fue en cambio el taller mecánico de la lengua.

Y en este punto es cuando empieza la pequeña-gran historia que contiene este libro. Aparece la chica del norte que devora a su lado en la playa libritos policiacos. Una chica que no se parece a ninguna que haya conocido antes en el colegio: creaba a su alrededor el efecto contrario, de silencio. Se miran con curiosidad y él se sorprende ante la novedad que supone en su vida fijarse en una persona de sus años. La niña, directa, le impreca: ¿tú por qué eres así? Quiere saber porque no está con los demás niños. Le cuenta que quiere ser escritora pero no sobre los mayores, no me interesan, sino sobre los animales: intento hacer lo mismo que ellos, no malgastar el tiempo. El niño Erri está fascinado, tanto que se le derrite el polo que tiene en la mano mientras le escucha hablar con esa determinación. Comienzan a conocerse y el niño le cuenta que su padre está en Nueva York buscando trabajo. Ha ido tras sus orígenes porque papá había deseado América desde que era niño. Les escribe cartas en las que les cuenta todo lo que hace y todo lo que ve: yo creo en lo que veo escrito. Hablando se dicen un montón de mentiras. Pero cuando uno las escribe, entonces es verdad. Leen juntos las cartas su madre y él. El hijo cuida de su madre, están muy unidos, la quiere, también a su padre, tan libre y diferente. Tres chicos los espían, se burlan, le envidian porque la chica le hace caso a él pero el niño no entiende todavía el verbo amar. Él no les tiene miedo, no le importan lo más mínimo esos chicos: hace falta desdén altanero cuando se oye hablar de más.

La niña del norte le habla de los animales. Mientras lo hace, no podemos evitar establecer un paralelismo entre el comportamiento de los animales y el de los humanos. Él la habla de los peces: algunos peces, en su guarida, llegan a resistir la fuerza de una barca, entonces se rompe el hilo de nailon doble y gana el pez. O pierde, y entonces sale a la superficie el furioso mero, todo cuello y mandíbula, hurtado del bolsillo del mar. Otras veces, el pez ha mordido el anzuelo y es atacado y despedazado por otros peces. Algo importante le está pasando al niño: la miro y no me vuelvo ni hacia aquí ni hacia allá, la miro fijamente mientras sigo contando. Ella escucha con los ojos también. La niña le dice que los machos se baten para aparearse con las hembras. Para ella no es más que batalla por el amor. Y el amor, en los animales es el impulso más fuerte. Amo a los animales, saben de nosotros y nosotros nada de ellos. Se bañan juntos y se cogen la mano bajo el agua: mantener, mi verbo preferido, había sucedido […] nunca había tocado algo tan liso hasta entonces. Ahora no sé si hasta hoy. Se lo dije, que la palma de su mano era mejor que el hueco de la caracola […] ¿Sabes que has dicho una frase de amor? […] Pero si ni siquiera sé lo que es.

La niña le advierte de que tiene que tener cuidado con los tres chicos, que van a ir a por él. Al niño no le da miedo, está acostumbrado a tener enemigos pero hay algo más importante: no me da miedo hacerme daño, salir herido. No me importa. No aprecio mi cuerpo y no me gusta. Es infantil, y yo ya no soy así. Lo sé hace más de un año, yo crezco y mi cuerpo no. Se queda atrás. De manera que, si se rompe, no importa. Mejor si se rompe, de allí deberá salir el cuerpo nuevo. Esa es la curiosa idea del niño, su plan secreto para abandonar ese cuerpo para siempre por lo que no va a impedir la agresión, es más, la va a buscar: debo decidir yo cuándo es la hora. Y quien busca, encuentra: empezaron los golpes que no conté […] Sé que no me defendí. Dolores sí, fuertes, pero también una calma testaruda desde el interior no me dejó gritar. El niño despierta en el hospital malherido. Ante las preguntas de su madre, no contesta: quería decirle: he sido yo. La madre le acompaña dos días en el hospital contándole historias de la posguerra: las historias de mamá, acompañadas de su voz enojada, divertida, grata en cualquier caso a su juventud, hacían que se me pasaran los dolores. Me olvidaba incluso de existir, cuando ella relataba.

El narrador adulto recuerda palizas posteriores en las que sí supo defenderse: no puedo reconocerme en ese niño que no se defiende. Su idea obstinada de querer abrir una brecha en el cuerpo para dejar salir del capullo infantil la forma sucesiva: debía de ser para él una certeza […] aquel niño de diez años queda hoy fuera de mi alcance. Puedo escribir sobre él, no reconocerlo.

Detienen a los tres chicos y los llevan ante él. Ni aun así los delata. El carabinero entiende su silencio y le alaba su generosidad (no su miedo): me volvían las lágrimas a los ojos por aquellas palabras, por la voz justa que me trataba como a una persona. Para él, en aquel momento, yo no era un niño. La niña va a verle y le pregunta si se va vengar. Ella cree en la justicia, él no: ¿Cómo podía una justicia resarcirme de mis heridas? Ningún castigo de esos tres me arreglaría el cuerpo. Tenía que curarse por su cuenta, con las historias de mamá, con el libro que estaba leyendo, con los boquerones fritos, no con el carabinero, la acusación ni la ceremonia de la ley […] la justicia no hacía efecto en mí. Pero su diferencia de opinión no es obstáculo para que dentro del niño está creciendo algo muy grande hacia esa niña: era una mujer, la primera que emergía de aquella multitud que no me interesaba. Otras veces he vuelto a vivir la sorpresa de una mujer que avanzaba hacia mí y el resto a su alrededor quedaba desenfocado. Reaparece el narrador adulto para afirmar: le debo la liberación del verbo amar, que en mi vocabulario estaba bajo arresto. Ella lo deducía de los animales, amar era uno de sus compromisos. Tenía que ver también con la justicia. El amor de los animales tenía un reglamento despiadado y leal.

Plazos
Comentaremos esta primera parte del libro a lo largo de una semana. Espero que sean numerosos los comentarios pues hay mucho de lo que hablar. Al mismo tiempo, continuaremos la lectura desde la página 67 hasta el final de la novela. He transcrito más que otras veces frases y párrafos del libro pero es que en este caso es mejor dejar hablar al autor, nada mejor que sus hermosísimas y certeras palabras para intentar comprender su verdad.

Los peces no cierran los ojos: intensidad, poesía y verdad

20 Oct

Napoli. Foto en flickr por **yukiko**. Algunos derechos reservados.

Los peces no cierran los ojos es una novela corta (115 páginas) de tintes autobiográficos narrada en primera persona. Escrita desde la veracidad de la madurez, el narrador y protagonista recuerda, cincuenta años más tarde, el verano de sus diez años en la isla napolitana de Ischia, que es su patria, su paisaje: me arrimo a través de la escritura a mi yo de hace cincuenta años, para un jubileo privado mío. Es importante resaltar a este narrador adulto ya que se hace presente, con frecuencia, en recuerdos de otros momentos importantes de su vida posteriores a la narración principal. Momentos y vivencias que comienzan a forjarse en aquella infancia en la que el niño, recién cumplidos los diez años, asoma su cabeza a la edad adulta para descubrir que la vida es muy diferente a como la había imaginado. Para el autor es muy importante esa cifra: la infancia acaba oficialmente cuando se añade el primer cero a los años. Acaba, pero no ocurre nada, uno se queda dentro del mismo cuerpo de crío atascado […] revuelto por dentro e inmóvil por fuera […] estaba en un cuerpo encapullado y sólo la cabeza intentaba forzarlo. Su mente, a través de las numerosas lecturas que me llenaban el cráneo y me ensanchaban la mente, crece más rápida que su cuerpo. Ese cuerpo que le oprime y del que necesita librarse como si fuera una costra que tiene que caer para poder crecer. El título se erige como metáfora de cómo este niño abre los ojos a la vida adulta. Al igual que los peces que pesca, no cierra nunca los ojos, no sólo cuando le besan sino tampoco a esa etapa de la vida que se abre ante él.

Un niño que se sabe distinto, solitario por falta de empatía con otros niños, pescador con los pescadores con los que se siente bien y de los que admira su sabiduría, esfuerzo y destreza, lector voraz a gracias a la vasta biblioteca de su padre. Los libros le hacen conocer a los adultos por dentro: sabía cómo tratarlos. Apasionado de los crucigramas y jeroglíficos a través de los cuales aprende la lengua y la precisión de las palabras. La omnipresencia del mar, contexto y escenario vital, con el que mantiene una relación directa. Su madre, fundamental en su vida, su padre ausente en Estados Unidos adonde le han llevado sus orígenes y la búsqueda de una vida mejor y su hermana, que no puede ser más distinta de él y que apenas aparece. Pero sobre todo la fascinante niña sin nombre que conoce en la playa, tan diferente como él, audaz, original, sabia, conocedora profunda del mundo de los animales y que quiere ser escritora. La niña con la que vivirá una historia de amor singular que le llevará a sentir y a comprender por primera vez ese amor, aunque él lo mire de reojo, que él lee en los libros y que no entiende e incluso desprecia pues le parece desmedido. Y que le hablará de justicia, de una idea de justicia que él no comparte puesto que cree que un delito o daño no puede ser reparado con el castigo (la inutilidad del odio y la sangre) ya que con éste no se van a curar sus heridas.

La infancia del protagonista ha sido la de la posguerra. La presencia de la guerra todavía cercana, vivida por sus padres y sufrida sobre todo por su madre que sueña cada noche con las sirenas que anuncian los bombardeos. Ser italiano en esa época no es fácil: éramos un país de apestados tras la guerra perdida por el bando obsceno. Y la idiosincrasia napolitana tan presente y determinante en todo el relato: nacer y crecer en esa ciudad agota el destino: vaya uno donde vaya, ya lo ha recibido como dote, mitad lastre, mitad salvoconducto. Para Erri de Luca, Nápoles es un lugar donde sus habitantes están listos para perderlo todo.

En un libro en el que apenas hay trama predomina el estilo: poético, intenso, preciso, profundo, original (no se parece a nadie). Su prosa es pausada, su escritura delicada, sensible. Pequeños párrafos con frases cortas. Consigue algo tan difícil como decir mucho con las palabras justas. Escrito con una sencillez sólo aparente pues contiene en sus palabras toda la complejidad de la vida. Frases que hacen reflexionar y otras que son poesía pura. Es un libro para leer parándote con frecuencia a respirar lo leído, a asimilarlo, a gozarlo. Los peces no cierran los ojos hay que meditarlo, releerlo como todos los libros de los grandes autores. Originales metáforas salpican el texto donde lo cotidiano nos lleva a lo esencial de la vida. El ritmo narrativo está muy medido y hay un amplio despliegue de recursos estilísticos. Hay quien ha dicho que es un poeta que escribe novelas. Pero sobre todo el autor busca la verdad desnuda y lo consigue con creces. Al leerlo sientes que se entrega a la libertad en su escritura, que es un ser libre cuando escribe, que va más allá que la mayoría. Escribir para mí es raspar el fondo de la vida. Este libro te obliga a mirar dentro de ti. En la infancia se encuentra la respuesta a muchas preguntas que nos hemos hecho y no hemos sabido contestar como adultos.

Erri de Luca es uno de los escritores más singulares y de mayor prestigio de la literatura actual. Concibe la literatura como un modo de volver, un modo de habitar de nuevo ya que el tiempo corroe. De Luca ha novelado su vida, es un escritor autobiográfico: cuando escribo no invento casi nada, inventar me parece un abuso de confianza. Nacido en Nápoles en 1950, pasó en esta ciudad su infancia y juventud. A los dieciocho años abandonó su ciudad y los estudios para siempre y se enroló en el grupo revolucionario «Lotta Continua». Trabajó como obrero de la construcción, operario en la Fiat, camionero, mecánico, estuvo en África y fue conductor de vehículos de ayuda humanitaria durante la guerra de los Balcanes. Construyó con sus propias manos la casa en la que vive y practica el alpinismo como un acto de fe física: tengo una gran confianza en el vacío. Aprendió de manera autodidacta diversas lenguas, como el hebreo y, aunque no es creyente, es un lector apasionado de la Biblia, algunos de cuyos libros ha traducido al italiano. Erri siempre ha leído y siempre ha escrito pero se dio a conocer a los treinta y nueve años con Aquí no, ahora no. Hasta su décimo libro no pudo vivir de la literatura. ¿Y por qué escribe? Ser escritor es una manera de hacer compañía a la gente.

Os dejo unos enlaces a diversas entrevistas realizadas cuando publicó Los peces no cierran los ojos para que podáis conocer mejor al autor y a su obra. Son todas muy interesantes: Mediterráneo Sur (por Alejandro Luque); El País (por Javier Rodríguez Marcos); El Cultural (por Alberto Ojeda); ABC (por Inés Martín Rodrigo). Asimismo, os dejo dos enlaces a sendos vídeos en los que el autor, en italiano, habla de Los peces no cierran los ojos. Se pueden entender por lo menos en lo esencial. Una es en Vimeo y otra en Youtube. Y para finalizar incluyo un enlace para que podáis visionar un corto, Di là del vetro (2011), dirigido por Andrea di Bari y proyectado en el festival de Venecia. En él Erri de Luca mantiene un intenso diálogo con la actriz Isa Danieli que interpreta a la madre del escritor, muerta en 2009. Está rodado en la cocina de la casa de Erri y aunque está en italiano se puede entender por lo menos algo y podéis ver al autor en el rol de actor. Además habla algo de la novela que vamos a leer ya que fue publicada cuando se rodó el corto.

Plazos
Aunque la novela es corta y se lee bien, he decidido dividir la lectura en dos partes porque creo que merece una lectura pausada y ser comentada con profundidad debido a las numerosas reflexiones que contiene. Leeremos a lo largo de una semana hasta la frase “la imagino dedicada a proteger ballenas” que está al principio de la página 67.
Ya que hay muchos miembros nuevos, os reitero lo de siempre: escribir en este post, mientras vais leyendo a lo largo de esta semana, sólo vuestras impresiones iniciales sobre la lectura o sobre lo aquí escrito o sobre el contenido de las entrevistas y los vídeos… Pero no la comentéis en su totalidad. Cuando publique el post de análisis correspondiente a esta primera parte dentro de una semana, y todos ya hayáis leído dicha parte, entonces podréis explayaros ampliamente en vuestros comentarios sobre ella. ¡Buena lectura!

Nuestro próximo libro: LOS PECES NO CIERRAN LOS OJOS de ERRI DE LUCA

12 Oct

Portada de Los peces no cierran los ojos de Erri de Luca. Editorial Seix Barral Biblioteca Formentor.

Hace tiempo que tenía ganas de leer con vosotros a Erri de Luca (Nápoles, 1950) y por fin lo vamos a hacer. Es un autor que amo especialmente y quizá algunos ya lo hayáis leído, no en vano es uno de los escritores italianos actuales más importantes y leídos en todo el mundo. Su obra es prolífica en novelas, ensayo, poesía y teatro. Más de sesenta obras publicadas en italiano y muchas de ellas en español. Está traducido a 23 idiomas y posee importantes premios.

La obra que vamos a leer es Los peces no cierran los ojos, publicada en 2011 en Italia y al año siguiente en España por Seix Barral. Un libro no muy extenso en el que un hombre de sesenta años recuerda el verano de sus diez años en una isla cerca de Nápoles. Un niño solitario y especial que anhela crecer. La pesca, los libros, los jeroglíficos y crucigramas, la playa, sus paseos solitarios, la relación con su madre… llenan sus días de ese verano. Hasta que conoce a una niña también muy especial que le descubre el peso de palabras como amor y justicia. Sólo os adelanto que es un libro altamente poético, diferente y profundo. A través de la poesía de sus palabras precisas y limpias no sólo nos narra los hechos sino también nos ofrece sabiduría a raudales. Erri de Luca habla de lo que verdad importa.

De Luca nos cuenta qué es crecer con la cruda sensibilidad de la que es un gran maestro (Il futurista). Un pequeño milagro (L’Unità). La narrativa de Erri de Luca está fuera del tiempo. Ni influencias, ni plagios, ni contagios de ningún tipo (Jacinta Cremades, El Cultural, El Mundo). Con una prosa áspera pero sumamente cuidada, sus novelas afrontan temas absolutos, un cuerpo a cuerpo con las fuerzas primordiales de la vida (La Repubblica).

A partir de mañana martes 13 podéis pasar a recoger vuestro ejemplar en la Biblioteca Fórum. Los que vivís fuera de Coruña disponéis de una semana para conseguir el libro.

No os olvidéis de devolver vuestro ejemplar de La azucarera. Gracias.

Nos encontraremos aquí en una semana para comenzar la lectura. Mientras, los que todavía no habéis dejado vuestros comentarios finales sobre La azucarera, podéis hacerlo a lo largo de esta semana.