«Cada guerra es una destrucción del espíritu humano«. Henry Miller
Se ha escrito mucho sobre la guerra, sobre todo sobre la Segunda Guerra Mundial. Es un filón que parece inagotable. Cada nueva generación de escritores vuelve sobre ella con una mirada diferente. En este caso, la mirada viene del lado de los derrotados en esta contienda. No estamos ante una novela centrada en la violencia y destrucción de las SS o del ejército ruso, sino ante una novela que recupera la memoria del gran desastre europeo que supuso la Guerra y las secuelas psicológicas que dejó en toda una generación y que han pervivido hasta hoy en día. En las primeras hojas de la novela, Rothmann escribe:
«El silencio, el rechazo absoluto a hablar, especialmente sobre los muertos, es un vacío que tarde o temprano la vida termina llenando por su cuenta con la verdad».
En la portadilla encontramos una cita bíblica que nos va a servir de hilo conductor de toda la historia «Los padres comieron las uvas agrias y a los hijos les dio dentera«. Con este refrán los judías querían dar a entender que Dios estaba castigando a los hijos por los pecados que cometieron sus padres. En este libro también, el autor habla de sociedades condenadas a sufrir por los terribles pecados que cometieron otros que nacieron en sus mismas fronteras. Rothmann rememora el final de la Segunda Guerra Mundial, febrero de 1945, cuando el ejército alemán está a punto de sucumbir ante la ofensiva aliada. Los estragos de la guerra son visibles en todo el país.
La novela arranca en los años ochenta del siglo pasado cuando un hijo intenta que su padre moribundo salga del silencio en el que siempre se mantuvo con lo que le pasó en la Guerra. Walter Urban muere a los sesenta años con el cuerpo destrozado en la mina de carbón sin poder relatarle a su hijo su trauma bélico. Y le hace un encargo «el escritor eres tú». ¿Hasta que punto esta novela tiene carga personal? no lo sabemos pero tal como discurre la narración parece que es así ya que el autor trata la historia de estos dos jóvenes amigos con tanta sensibilidad que denota cercanía.
Walter, hijo de minero de la cuenca del Rur, y Fiete son dos amigos que trabajan como ordeñadores en una vaqueriza. Tienen diecisiete años y son reclutados a la fuerza para un comando de las SS. Ellos no tienen inclinaciones políticas y los asuntos de la Guerra les queda lejano, pero aún así no tienen escapatoria y tienen que ir.
Ya en el ejército Walter tiene suerte y conduce un convoy de abastecimiento pero Fiete es enviado al frente en Hungría, donde tras ser herido gravemente trata inútilmente de escapar. Quiere volver con su novia, Ortrud, que le ha dicho que está embarazada y sabe que si no muere en el frente, los rusos lo atraparán igualmente. Una Guerra que sabiéndose perdida por las altas esferas, intuyéndose incluso perdida por aquellos que se envían a luchar, ha de seguir batallándose ante pena de muerte ante la negativa.
Aquí se produce la parte más dura de la historia. Los amigos se reencuentran, pero a Fiete lo condenan a muerte por deserción y a Walter le obligan, junto con sus compañeros de habitación, a formar parte del pelotón de fusilamiento; si se niega, lo fusilan a él también. Intenta suplicar al comandante que lo perdone, intenta por todos los medios no participar en el pelotón, pero finalmente se pone delante de su amigo empuñando un fusil. Tiene que disparar porque después, van a contar las balas. En estas situaciones se consuelan pensando que un cartucho de bala de uno de los rifles está vacío y nadie sabe cual es. Da igual, este hecho marcará el resto de su vida. El sentimiento de culpa por querer «sobrevivir» lo perseguirá el resto de su existencia.
Rothmann muestra un dominio narrativo absoluto al situar este conflicto en la mitad del relato, como punto culminante y sin retorno. Se centra en la culpa del inocente. Se habla del silencio de un hombre recio, de cuerpo agotado por el duro trabajo en la mina, y alma forjada mucho tiempo atrás. Un silencio que solo mantienen quienes sufrieron lo indecible, aunque ni siquiera fueran heridos. Y que reconocemos desde las primeras páginas como uno de esos que llaman silencios de vida, que marcan a todo aquel que rodea a quien lo sufre, como si ellos fueran los que lo padecen.
El autor también es hijo de uno de esos padres que nunca ha querido hablar de su experiencia durante el nazismo. La responsabilidad alemana y la específica de los escritores alemanes ante esta parte de la historia es como una deuda que quiere saldar el autor, con un relato serio y crudo lleno de sensibilidad.
A partir de entonces, el ciclo de vida de Walter es únicamente el de la supervivencia. Sobrevivir al final de la Guerra, al campo de internamiento americano, al reencuentro de su hermana y de su madre en la casa familiar donde se da cuenta de que no hay sitio para él. Sobrevivir a su etapa de trabajo en la granja donde ahora tampoco tiene cabida. Su única salida es volver a la cuenca minera y como había hecho también su padre, instalarse como minero en la cuenca del Rur con su novia de antes de la Guerra, Lisbeth.
En definitiva, una gran novela que no habla de campos de concentración ni de grandes batallas, sino de la crueldad de las guerras en general y como obligan a forjar caminos encontrados donde la brutalidad no tiene límites y destruye familias y más aún, rompe corazones.
¡¡Ahora os toca a vosotros!!
¿Qué os ha parecido esta novela? ¿Conocíais a este autor?
¿Os ha gustado el planteamiento del relato y su forma de narrarlo?
Para los que tenéis un ejemplar en casa: necesito que lo devolváis el próximo lunes/martes para enviar a la Biblioteca de Santiago. El siguiente viene también de allí y no creo que llegue antes del lunes 28 de marzo (os aviso). Ese lunes también publico la presentación del siguiente libro, así que hasta entonces escribid vuestras impresiones de esta novela.
«Hay causas por las que merece la pena morir, pero no por las que merece la pena matar». Albert Camus.
Nos leemos,
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