El fundamento histórico de esta novela está a principios de la década de los noventa del siglo pasado, cuando China liberalizó la venta de sangre, un negocio que halló su punto más álgido en Henan, la provincia natal de Yan Lianke, donde las autoridades locales, en connivencia con la Cruz Roja regional, animaron a la población a enriquecerse vendiendo su propia sangre.
Al parecer, con este comercio se perseguían dos objetivos: agilizar el comercio de la sangre en China y tentar al capital extranjero. Buena parte de los 90 millones de habitantes de la región empezaron a vender su sangre. El proceso de extracción se llevaba a cabo sin la higiene suficiente, utilizando las agujas hasta que se mellaban y mezclando sangres diferentes sin el más mínimo control. El resultado fue la propagación sin medida del sida o la «enfermedad de la fiebre», como se la llamaba en las zonas rurales.
La planicie de la provincia de Henan siempre fue el granero de China. Una región azotada en repetidas ocasiones por catástrofes naturales y tragedias motivadas por el designio humano como la terrible hambruna que propició el maoísmo. Los restos de las ingentes canalizaciones construidas durante la Revolución Cultural, encaramadas sobre arcos al estilo romano, son testigo de aquellos atribulados años, donde la pobreza más absoluta fue una constante.
«La gente vendía sangre porque no teníamos para comer. Los que ganaron algún dinero [con ese negocio] compraron ladrillos y pudieron construirse una casa. Antes usábamos barro» (testimonio de Ma Shenyi, de 46 años)
Durante años, lugares como Wenlu, Meng Lou y toda una plétora de pequeños villorrios de Henan eran conocidos como las «aldeas del sida». Fueron los mismos enclaves que durante la década de los 90 se vieron dominados por la fiebre de la compraventa de sangre apadrinada primero por las autoridades locales y después por toda una legión de avispados negociantes.
Al principio la gente iba a los hospitales a vender la sangre. El problema surgió cuando aparecieron los comerciantes privados que solían ir a las aldeas por las noches para que no los detuvieran. Pagaban a 45 yuanes (poco más de 6 euros) por 800 centímetros cúbicos. En una época en que ganar 100 o 200 dólares anuales se consideraba una proeza, esas cantidades les parecían una fortuna. Sólo les quitaban el plasma y volvían a introducir el resto en las venas, lo que disparó el contagio del sida.
La campaña pública derivó en un frenesí colectivo para miles de empobrecidos campesinos que se agolpaban en los hospitales, viajando de una ciudad a otra para poder volver a vender su sangre… Las autoridades permitieron que se crearan cientos de «bancos de sangre» en la provincia, no sólo en hospitales sino bajo el auspicio de unidades militares, factorías o minas de carbón.
El proyecto era vender ese «producto» a las firmas extranjeras. El propio responsable del departamento de Salud de Henan, Li Quanxi, viajó a EEUU para promocionar este «negocio».
Durante aquellos tiempos de fervor común, algunos consiguieron mejorar de forma ostensible su nivel de vida. Los locales se percataron cuando les vieron construir nuevas viviendas. En el ánimo colectivo se pensaba que si había más miembros en la familia y todos donaban sangre eso significaba ganar más dinero. De todas formas, al final el beneficio que obtenían los campesinos seguía siendo ínfimo.
Entonces un día apareció la fiebre. Nadie sabía lo que significaba el sida, pensaban que era solo un resfriado. Todo comenzó con un poco de fiebre y manchas en la piel. Pero pronto empezaron a morir los contagiados y los funerales se hacían de forma repetitiva en todas las aldeas.
Aunque las propias víctimas comenzaron a denunciar el escándalo en 1998, el Gobierno no reconoció la magnitud del problema hasta agosto de 2001, cuando asumió que entre 30.000 y 50.000 personas se habían contagiado. El viceministro de Salud de aquellas fechas, Yin Dakui, reconoció que era una estimación a la baja y que podían ser hasta 100.000. Los activistas que denunciaron lo ocurrido multiplicaron por cinco o 10 esas cifras y alertaron de que el contagio se había extendido por al menos cinco provincias, aunque Henan fuera el epicentro del polémico comercio.
En realidad nadie conoce con precisión la magnitud del infortunio, pero los habitantes concuerdan en que más de la mitad de los que comerciaron con su sangre se infectó.
Bajo la presión del escándalo, Pekín prohibió la venta de sangre en 1998 e intentó minimizar el alcance de la controversia. Muchos de los expertos que alertaron de las graves consecuencias, como la veterana doctora Gao Yaojie, el también médico Wang Shuping o el activista Wan Yanhai, tuvieron que exiliarse. Las visitas de los periodistas extranjeros a los villorrios del sida solían concluir con su detención y expulsión de la zona.
El legado sigue siendo devastador. En la región es habitual ver orfanatos de niños cuyos familiares sucumbieron a la enfermedad y hospitales que intentan paliar su expansión.
A partir del 2003 el Gobierno comenzó a distribuir de forma gratuita medicamentos antirretrovirales. De esta forma se consiguió frenar algunas muertes, aunque no todas.
Las previsiones oficiales consideran que en total los afectados por el virus VIH y el sida en China son unas 700.000 personas, aunque expertos internacionales aseguran que los infectados podrían ser hasta seis millones.
Aquí os dejo varios artículos que pueden ser de vuestro interés:
- Cientos de miles de chinos han contraído el sida por vender su sangre al gobierno (El País, 2001)
- China reconoce la existencia de una epidemia de sida a causa de los bancos ilegales de sangre (El País, 2001)
- China: los pueblos del sida (Revista Fiat Lux, 2016).
Nos leemos,
Has dicho: