
Fantasma. Foto en flickr de La chica de las medias de rayas. Algunos derechos reservados.
Un paseante podría bordear nuestro poblado sin sospechar ni por un momento de su existencia. Con estas simbólicas palabras comienza la novela. Simbólicas porque se refieren no sólo a la barriada de Sidi Moumen donde viven nuestros protagonistas sino a ellos mismos encerrados dentro de un muro imponente de adobe. Nadie los ve por lo tanto nadie va a saber nada de sus vidas, de sus deseos o esperanzas. No existen. La mayoría no ha salido nunca del poblado, viven en ese micromundo. Enseguida vamos a saber que nuestro protagonista, la voz narrativa, Yashin, está muerto: No me quedé mucho tiempo en la vida, porque en la vida no había gran cosa que hacer. Y tengo empeño en decirlo sin más demora: no lamento haber terminado con ella. No echo de menos ni poco ni mucho los puñeteros dieciocho años que me tocó vivir […] En fin, me alegro de estar lejos de las chapas onduladas, del frío, de las alcantarillas reventadas y de todos los miasmas que anduvieron por mi infancia.
Yashin nos va introduciendo en su vida, en su familia con la omnipresencia de Yemma, la madre, a la que adora, y de su hermano mayor, Hamid, su ídolo y su protector: de todos los rebuscadores del vertedero, puedo decirlo sin presumir, mi hermano Hamid era el que más valía. Tenía algo así como un sexto sentido para encontrar la perla de valor. Su olfato animal, al que se sumaba una inteligencia precoz, lo hacía, de entrada, superior al conjunto […] A mí me fascinaba mi hermano Hamid. Me protegía. También me mimaba. Podía ponerse violento si alguien se metía conmigo. Pronto vamos a descubrir que Sidi Moumen es una “ciudad sin ley” donde puedes matar a alguien sin que nadie se entere y sin que nadie lo busque enterrándolo en el vertedero y pensando todos que había huido de la barriada para buscarse la vida en la ciudad, un lugar donde la violencia es omnipresente, donde crecen con sus propias leyes: Sí, a veces mi hermano era injusto. Y eso que me quería. Habría hecho lo que fuera por mí.
Yemma es el alma de esa familia de once miembros, la mujer más limpia y la más previsora con quien me haya topado jamás […] pendiente de todos, nos cuidaba como una gallina a sus polluelos. El padre, Magdul, al que casi nunca llama por su nombre, al contrario que a su madre, es un hombre que había decidido hacerse viejo antes de tiempo, sentado a lo moro en su rincón, pasando sin parar las cuentas del rosario de ámbar. El antiguo obrero de las canteras es como un cero a la izquierda sin ninguna autoridad, sin hablar siquiera, todo lo contrario de Yemma que ayuda a todo el mundo: tenía un corazón de oro. Parecía cargar ella sola con todo el desvalimiento de Sidi Moumen. A Yashin le cuesta imaginarse otra relación entre sus padres diferente a la que contempla todos los días: me costaba imaginarme a mi padre en el mundo de los vivos y a Yemma como una mujer enamorada.
A continuación le toca el turno a sus amigos que son como su familia si no más importantes. El hermoso Nabil, su mejor amigo, cuya belleza la había sacado de su madre, Tamu, una puta que había decidido consagrar sus encantos a los ociosos de Sidi Moumen y que es respetada por todos porque vuelve locos a los hombres y también desempeña ocasionalmente el oficio de cantante en las diversas celebraciones del barrio. Los dos inseparables amigos trabajan para Hamid recogiendo cosas en el vertedero y se han construido un refugio, un chamizo donde poder estar solos, aunque más tarde se convertirá en el cuartel general de todos, y soñar con una vida más allá del muro de adobe. Pero también aman a su barrio: no me da vergüenza deciros que a veces fui feliz entre esos escombros repugnantes, en las basuras de esa cloaca maldita, sí, fui feliz en Sidi Moumen, mi tierra.
De todas las Estrellas de Sidi Moumen, sólo Fuad tuvo la oportunidad de asistir a la escuela, que estaba a unos cuantos kilómetros del poblado de chabolas. Quizá porque su padre es el almuédano, guardián e imam de la mezquita. Y quizá también por ese motivo no deja jugar al fútbol a Fuad, aunque él se escapa porque su único sueño es jugar al fútbol con nosotros. Luego, cuando su padre le pilla le dará una paliza. Toda la vida de estos chicos gira alrededor del equipo de fútbol y los partidos memorables que juegan en el vertedero. No son religiosos: cuántas veladas pasamos en aquella chabola, acurrucados unos contra otros oyendo los cánticos del Atlas Medio y los ritmos endemoniados de Nass el Ghiwan… ¡Cuántos porros nos fumamos y cuantas historias rocambolescas soñamos allí. A los catorce años Fuad se queda huérfano de padre y se convierte en cabeza de familia, lo cual tiene sus ventajas porque ya no recibirá las palizas de su autoritario padre y dejó en el acto de ir a la escuela y encargó que le hicieran un puesto con ruedas donde empezó a vender los dulces que cocinaban su madre y su hermana Ghizlane. Maduró de golpe.
Las Estrellas de Sidi Moumen tienen muchos rivales, otros equipos de las barriadas, con los que juegan partidos: nos reuníamos los domingos en el vertedero para celebrar encuentros legendarios que solían terminar en combates de gladiadores. Peleas inmisericordes de las que regresábamos todos más o menos descalabrados. Sin embargo, no podíamos por menos de repetir la semana siguiente. Necesitábamos enfrentarnos, pegarle golpes a un balón o a la cara de alguien. Nos servía de desahogo.
Ali es hijo de un carbonero tacaño que explota a su hijo y que cuando sospecha, cosa muy frecuente, que le ha robado dinero le pegaba con todas su fuerzas hasta hacerlo sangrar […] Como muchos de nosotros, había domesticado esos golpes. Ahora ya formaban parte integrante de su vida, igual que la amargura de la humillación, igual que la fealdad que nos rodeaba por todas partes, igual que ese condenado destino que nos había entregado, atados de pies y manos, a estas ruinas innominables.
Jalil es con el que menos afinidades tiene Yashin: nos pasábamos la vida peleándonos en el campo. Y, a veces, fuera del campo. Jalil es defensa en el equipo y Yashin el portero por lo cual necesita del buen hacer de Jalil: tengo empeño en rendir público homenaje a ese muchacho de talento. El motivo de sus peleas quizá fuera que Jalil no había nacido en Sidi Moumen y por ese motivo los mira por encima del hombro, aunque Yashin piensa que debía de ser más desdichado que la mayoría de los granujas de la zona. Nacer entre el barro es más tolerable que verse en él sin remedio ya con cierta edad […] era indudable que tuvo que padecer esa caída. Las callejas más sórdidas de la medina valen mucho más que nuestro poblado de chabolas. El milagro de Sidi Moumen es que todo aquel que fracasa en la ciudad o viene de una pobreza mayor que la del poblado de chabolas se adapta con gran facilidad a su nueva vida en la barriada: se meten en el molde de una derrota resignada, se acostumbran a la mugre, echan por la borda la dignidad, aprenden el arte de la chapuza y a remendar la existencia […] Ahí están y sueñan. Saben que anda rondando la de la guadaña y que se mete primero con los que han dejado de soñar. Pero ellos no tienen intención de morirse. Se apiñan hombro con hombro, se apoyan. Jalil acaba adaptándose a su nueva vida y los demás le aceptan. Deja de ir a la escuela y se hace limpiabotas. Es el único que va a la ciudad y, cuando están todos reunidos en el refugio, les cuenta sus andanzas. Una ciudad que los demás no conocen. El otro lado. La otra vida soñada.
Ya conocemos a la pandilla, a los protagonistas de esta historia. Son una familia: si uno de nosotros se encontraba con un marrón, los demás se presentaban como un solo hombre para sacarlo del apuro. Se apoyan, se quieren, comparten su vida, el fútbol, las peleas, las risas, los sueños. Tienen su refugio para reunirse y dar rienda suelta a la alegría a través de los porros, la música y el baile. Nabil siempre se lanza a bailar imitando a su madre. Al bello Nabil de pelo castaño ensortijado, piel blanca y ojos claros lo arrastraba una ola poderosa y secreta. Una noche, después de ganar un partido a su mayor rival, van todos a celebrarlo al refugio: porros, café, alcohol, música y Nabil eufórico contoneándose: estábamos en un mundo irreal, lejos de la basura y de la mugre, lejos de la miseria y de los fantasmas que rondan por ella. Lo único que contaba era esa sensación de ser invencibles en que estábamos sumergidos todos. Éramos los reyes del mundo. Borrachos, bebiéndonos las nubes, dando palmadas y vociferando de dicha. Nabil giraba tanto sobre sí mismo que la gandura se inflaba. Echaba miradas provocativas y daba más y más vueltas. Luego, igual que un paracaidista en el centro de su tela, se desplomó y cayó al suelo desmayado. Habría podido jurarse que un ángel enamorado y celoso había intrigado para que ocurriera esa caída.
Lo que ocurre a partir de ahí es que todos, empezando por Hamid, van a violar al inconsciente Nabil. Sólo Yashin está escandalizado: yo me había vuelto para no ver ese espectáculo desolador del que no oía sino jadeos mezclados con las canciones de Nass el Ghiwan. Cuando le toca el turno en vez de salir corriendo de ese lugar maldito del que se había adueñado Satanás se queda dudando porque teme que le tomen por un marica (¡!) y se acerca a Nabil sudando y llorando. Le salva que éste se despierta en ese momento. Todos se van avergonzados mientras Yashin le baja con delicadeza los faldones de la gandura. Respecto a este tema, os transcribo las palabras de Mahi Binebine en una entrevista concedida a “La Razón”: Tenemos una cultura en la que las mujeres deben permanecer vírgenes, a pesar que estamos en 2015. Todavía hay mujeres que pueden ser repudiadas si el día de su matrimonio se descubre que no son vírgenes. El resultado es que las familias protegen mucho a las niñas. Eso ya no sucede tanto en las grandes ciudades, pero en el campo y en los barrios de chabolas sí es una costumbre muy arraigada. Así que los chicos se las apañan entre ellos como pueden, y a lo mejor las chicas también, quién sabe. Introduje el elemento sexual en la historia porque me gusta meter el dedo en todo aquello que no sea tabú y decir: “No es tan grave”.
A continuación viene un “flashforward” o prolepsis en el que vamos a asistir al entierro de Yashin visto por él mismo: una muerte casi sin cadáver, porque el mío lo recogieron con cucharilla. Lo irónico es que enterraron conmigo unos restos de Jalil […] Henos aquí reposando juntos en el mismo cuadrilátero, a la sombra de un azufaifo, al fondo del cementerio, nosotros que nos llevábamos tan mal. No nos ha correspondido plegaria alguna porque en las tumbas de los suicidas no se reza. Aún estoy viendo a mi padre, a mis hermanos y a los más arrojados de las Estrellas de Sidi Moumen alrededor del agujero donde acababan de meterme. Yemma, o más bien lo que quedaba de ella, que ha desaparecido el día que le comunican la carnicería que mi hermano Hamid, yo y otros terroristas habíamos hecho en la ciudad; las decenas de muertes inocentes, los considerables daños materiales, el pánico en todo el país, aparece en el cementerio. Ese ser andrajoso que andaba descalzo por el paseo invadido por zarzas, despeinado, con la mirada ida, allí en medio del recinto, era desde luego mi buena y anciana madre. Venía a despedirse de nosotros. Transgrede la tradición inmutable de que las mujeres no entren en el cementerio los días de entierro. Se hace un silencio inmenso y todo el gentío se abre para dejarla pasar hasta el borde de la tumba de su hijo Yashin mientras masculla un versículo del Corán. Así fue como una mujercilla de nada, que algunos tomaban por loca, consiguió imponer a los hombres un entierro digno para sus hijos. Sobrecogedor todo el capítulo.
No, no hubo solo momentos sombríos en Sidi Moumen. También me correspondió mi parte de felicidad. Una prueba: mi historia de amor con Ghizlane, la hermana pequeña de Fuad. Con esta hermosa historia termina la primera parte en que he dividido la lectura. Si existió algo por lo que habría renunciado al “adiós”, ese algo era desde luego mi amor por Ghizlane. Y pensar que se podrían haber ahorrado varias vidas si ella me hubiera retenido. La mía para empezar, y luego las de los demás; esos a quienes no conocía y me llevé en el morral, igual que un cazador furtivo […] En vida, no habría sabido describirla como ahora. No me enseñaron palabras para nombrar la belleza de los seres y de las cosas, la sensualidad y la armonía que los ensalzan. Y resulta que este fantasma enamorado que soy ahora siente la necesidad fútil de explayarse. De contar por fin esta historia que rumia mi pensamiento desde el día de mi muerte. Os dejo a vosotros que os explayéis como Yashin sobre Ghizlane, esta sensible, risueña y profunda muchacha y su incipiente y truncada historia de amor.
Plazos
Ahora sí ya es hora de vuestros comentarios sobre esta primera parte y sólo sobre ésta 😉 Disponéis de una semana para comentar todo lo que consideréis interesante. ¡Espero que sean muchos los comentarios! La novela lo merece, desde los personajes, sus vidas, la barriada, la voz narrativa, el estilo, los acontecimientos que se suceden… A la vez que comentamos seguiremos leyendo la novela desde el capítulo 10 (pág. 85) hasta el final de la novela.
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