Archivo | febrero, 2017

¿No eran a menudo los débiles los que revestían mayor peligro?

18 Feb

Dublin Castle. Foto en flickr de Sebastian Dooris. Algunos derechos reservados.

Comenzamos la segunda parte con un nuevo flashback sobre Deirdre, en este caso con respecto a su relación con Kreutz. Todo lo que rodea a Kreutz es misterioso y parece que quiere ser como una especie de maestro para Deirdre intentándola introducir en el sufismo, algo que a ella no parece importarle demasiado y que además no entiende bien. La joven simplemente está fascinada con el personaje y sus maneras. Todos los clientes de Kreutz son mujeres, aunque ella no sabe muy bien para qué van a verle. Un día, Deirdre, sigue a una de ellas y ve cómo se encuentra con un hombre: tenía el cabello largo y de un tono plateado que ella nunca había visto. Larga descripción de nuevo, hay muchas, de nuestro “Silver Swan”, Leslie White. Ella intuye cuál era la situación entre ellos y siente un ligero mareo. Hay atracción y rechazo hacia lo que está contemplando y lo que más le preocupa es qué tiene que ver todo esto, que es algo sucio, con su maravilloso e intachable Doctor Kreutz: una mancha acababa de contaminar la fantasía que ella había ideado con gran trabajo en torno a la figura del doctor Kreutz, una mancha de realidad.

Volvemos a la realidad pero seguimos con Leslie White, el lánguido seductor de mujeres. Esta vez es el turno de Phoebe. La chica le llama y quedan aunque intuye que no es una buena idea: sabía que de él no podía esperar otra cosa que complicaciones. Pero tal vez las complicaciones eran justo lo que ella deseaba. No sabe qué es lo que le atrae del tipo, quizá lo diferente que es de ella, su desfachatez, el misterio de que pueda ser un asesino… Es parecida a su padre: no sabe por qué hace las cosas que hace y le atrae el peligro. Y además, Leslie le hace gracia, a él no podía tomárselo en serio; no podía dejarse provocar, ni ofenderse, por nada de lo que él dijera, y no quiere que se vaya. Pasean y termina por invitarle a subir a su casa: Tiene una mujer que lo ha echado de casa, se dijo pasmada, y una amante que se quitó la vida, y yo le estoy invitando a entrar en mi vida […] ¿Y cuál de los dos es la araña, digo yo, y cuál es la mosca? La besa, se acuestan, pero la manera de hacer las cosas de Leslie es soñadora, casi distraída, ausente. A ella no le gusta esa indiferencia. La verdad es que Phoebe está perdida pero también atraída sin remedio por este hombre: cuando terminó, él estuvo igual que antes, liviano, juguetón, aunque de una manera un tanto amenazante, como si no hubiera ocurrido entre ellos nada en absoluto, o nada que tuviera una gran importancia de todos modos. Para ella, todo estaba cambiado, transformado hasta un punto situado más allá de todo reconocimiento […] como si el mundo se hubiera tornado irreconocible. Pero además hay algo más. Phoebe va a sentir a partir de ese momento que alguien la está espiando.

Alguno habéis comentado que el personaje que más os gusta es el inspector Hackett. A mí también me gusta. Es peculiar y algo parecido a Quirke. Él mismo no se considera el más implacable de los investigadores. Es socarrón y, aunque está de vuelta de todo, le gusta la vida. Un solitario, como el forense, de procedencia humilde, como el forense, y en busca de algo, sí, pero sin saber nunca el qué, con la esperanza de que algo le saliera al paso, lo que fuera, algo que le interesara o le divirtiera. Aquí, sin embargo, sí hay una diferencia con el forense: los motivos que les mueven a investigar. En un encuentro casual con Billy Hunt, en un partido de fútbol donde éste está jugando, le cita en la comisaria: sólo unas preguntas, mera rutina. Hackett observa que había algo en él que no inspiraba confianza, algo que parecía producirle a él mismo un picor, como si no estuviera del todo cómodo dentro de su propio pellejo. Durante el interrogatorio, Billy parece perdido, dubitativo. El inspector no se pierde detalle de sus reacciones y gestos. Su mirada. Contenía algo de sorpresa, desde luego, pero también algo calculado, y algo más, algo hosco, resistente […] En el césped había sido una figura completamente distinta de la imagen de tosco espantajo que daba allí sentado, medio derrumbado en la silla. El inspector había conocido a tipos así […] que con una sola palabra pasaban de la tolerancia y el buen humor a una cólera asombrosa, cegados por un velo de sangre, liándose a puñetazos con todo lo que se moviera. Hackett le va acorralando: ¿Qué motivos podía tener su esposa para quitarse la vida? Billy contesta: Yo creí que estaba bien. Yo creí que era feliz, o que al menos estaba contenta. O que no estaba descontenta, vaya. Tuvimos nuestros altibajos como todo el mundo. Tuvimos discusiones, riñas… Pero al inspector lo que más le interesa es lo que observa mientras Billy habla: le llamó la atención que pareciera todo un amasijo de cambios constantes, de bruscas interrupciones, de saltos de temperamento; ¿de qué forma, se preguntó, pudo su esposa apañárselas con él?

Billy le hace un retrato de Deirdre: solitaria, sin amigos, muy suya, con la cabeza bien puesta sobre los hombros. Le habla de un médico indio al que iba a ver a veces. El inspector le saca a colación a su socio en “The Silver Swan”, Leslie. Billy habla de los detalles del negocio pero Hackett le corta: ¿Y usted no tuvo celos?” […] Supongo que sí. Pero ese tipo era… era tan… tan mosquita muerta, ya sabe. Siempre pensé que era un poco marica, la verdad. Claro que con las mujeres nunca se sabe […] Que yo sepa, Deirdre no amaba a nadie […] Si hubiera usted conocido a su padre, sabría qué quiero decir.

Desde el día de su encuentro íntimo con Leslie, Phoebe pensaba en él de una manera obsesiva […] ¿Estaba tal vez enamorada de él? El pensamiento mismo era tan ridículo que casi le dio ganas de reír. Se siente estúpida y, a la vez, nerviosa, desconcertada, atrapada en una maraña de recuerdos no del todo retenidos, de anómalas fantasías. Así están las cosas cuando será el propio Leslie el que le venga al encuentro, pero en un maltrecho estado, tirado en la entrada de su casa (¿Por qué has venido a la puerta de mi casa, por qué?). Tenía la cara tan destrozada que habría sido difícil reconocerlo. Phoebe está asustada. Leslie le habla de una banda: Él no sabía quiénes eran, ni por qué le habían dado semejante paliza. Pero ellos sí sabían perfectamente quién era él. Phoebe sólo piensa un nombre: Quirke. Estaba segura de que había tenido que ser él quien azuzara a esos individuos […] ¿Por qué? ¿Para avisarle de que se mantuviera alejado de ella? También tenía que haber sido Quirke quien la siguiera […] ¿Acaso aquel hombre – no se permitía el lujo de llamar padre a Quirke, ni siquiera en su fuero interno – no la iba a dejar nunca en paz? […] ¿Acaso iba a seguir arruinando las cosas, ennegreciendo las cosas, ensuciando todo lo que él tocase? Lo aborrecía con verdadera pasión y también le quería con auténtica amargura. La tela de araña los sigue cercando y acercando a todos cuando Leslie le pide a Phoebe que vaya a ver a un hombre, un médico, Kreutz: él te dará algo para mí, una medicina. La necesito. La apremia a que vaya aunque sea de noche. La primera parte de la novela termina cuando Quirke recibe esa misma noche una llamada de Mal anunciándole que el Juez ha muerto.

La segunda parte comienza con la aparición de un nuevo personaje: Rose Crawford. La rica y tercera esposa, ahora viuda, de Josh Crawford, el padre de Sarah y Delia, las “dos madres” de la joven, y gran amigo del difunto Juez. Fue en la mansión de Rose, el día del funeral del viejo, donde Phoebe supo por fin, directamente de los labios de Quirke, los detalles de su verdadero origen familiar. Rose, la despreocupada y amoral Rose, se lleva muy bien con Phoebe y está enamorada, siempre lo ha estado, de Quirke: ella le había pedido que la amase, que se quedara con ella. Entonces Sarah aún estaba viva, Sarah quien… Quirke siente muy lejana y antipática a su hija y se pregunta, con preocupación, qué es lo que la pasa: qué desdichada le parecía, qué desdichada y, sin embargo, ¿qué otra cosa había en ella? ¿Avidez? ¿Excitación?

Nuevo flashback que nos va a contar el momento en que por fin se conocen Deirdre y Leslie en casa de Kreutz: ella le dio la mano, y la del hombre le pareció suave como la de una muchacha, y fría, y húmeda, pero olvidó decirle cómo se llamaba de tan hipnotizada como se encontraba ante aquella sonrisa malvada […] ante aquellos ojos en los que se mezclaba la curiosidad, la osadía, la diversión, aunque también contenían un destello atribulado, como si le estuviera diciendo que “Sí, ya sé que soy un granuja y un desalmado, pero también puedo ser divertidísimo, ya lo verás”. ¿Qué les une a Leslie y a Kreutz? ¿Por qué el doctor se pone tan nervioso cuando se presenta de improviso la muchacha? Deirdre intuye cosas turbias, no es tonta. Pero a la joven la va a pasar lo mismo que a Phoebe: después no pudo dejar de pensar en él. La obsesionaba como si fuera un espectro elegante y desenvuelto, animoso y, a fin de cuentas, demasiado real. ¿Qué tiene ese tipo (¿tipejo?) que vuelve locas a mujeres tan diferentes? ¿Qué opináis vosotros? Pero Deirdre se siente culpable, no por Billy, que sería lo lógico (aunque, ¿alguna vez le ha importado Billy?) sino por Kreutz.

Volvemos a Phoebe camino de casa de Kreutz en busca de la “medicina”. Era el médico más extravagante que hubiera visto en su vida. Éste no se la da: no hay más medicina, se acabó. Phoebe se ha embarcado en una historia, ávida quizá de emociones fuertes en su vida gris o simplemente porque está muy perdida, que le queda un poco grande y muy lejos de su mundo: ella pertenecía a una especie distinta. Son muy diferentes y la distancia entre ellos es mucha. La muchacha se da cuenta, aun así le cuida esos días: fue en realidad como si una criatura exquisita, a medias salvaje, y herida, se hubiese arrimado a ella, se hubiese puesto a su cuidado. Tampoco quiere saber nada de la vida de Leslie, cree que es mejor no saber. Era su fragilidad, su insustancialidad, lo que más le excitaba […] Sonrió para sus adentros, y emitió sin querer un sonido felino en lo más profundo de su garganta. Sí, era un pecado, era por fin algo auténtico, y era en todo inesperado. Pero también le tiene miedo. Sabe que se ha metido en un lío. Hasta que un día Leslie desaparece de su casa y ella cerró los ojos, entregándose casi con voluptuosidad al llanto.

Habían tenido los dos la certeza, sin ningún asomo de duda, de que se volverían a ver. A Quirke le ha gustado mucho esa mujer: Kate White ofrecía mucho más que la mera perspectiva que él tenía por costumbre pedir a una mujer. Le gusta aunque también quiere saber más cosas de su marido y de que se trae entre manos con su hija. Pero Quirke no se puede permitir que las cosas le vayan alguna vez bien, y cuando siente que aquella mujer luminosa, cálida, plena le podría hacer feliz, saca al espíritu de “Carricklea” (el orfanato en el que se crió) para que lo estropee todo: Carricklea necesitaba introducir un dedo en el ojo de esta tarde espléndida, una tarde inocente, de verano, oro y azul. ¿Y cómo lo hace? Diciéndole a Kate que ha visto a su marido con su hija Phoebe. Aun así terminan acostándose pero no se cristaliza ni siquiera un inicio de algo, él lo ha estropeado todo y una vez más no sabe lo que quiere: ¿De veras le daba ella tanto miedo? Y, como no hay salida para esa situación, cambian de tercio y Kate se pone a hablarle de la relación de Leslie con Laura y de cómo un día encontró una maleta debajo de la cama con fotografías de mujeres desnudas, de mediana edad la mayoría, enseñándose mientras aún les quedase algo que enseñar, aunque por los pelos, y de cartas de Laura Swan dirigidas a su marido, un cajón revuelto de guarrerías, de imágenes, de fantasías. Quirke finalmente se va aunque ella le pide que se quede: sí, se dijo ella, son todos iguales. Son como niños que han crecido demasiado. Cuando se les da el pecho pierden todo interés.

Terminamos esta parte de la lectura de nuevo con un flashback sobre el despegue del “Silver Swan”, el salón de belleza que deciden montar Laura y Leslie, a la vez que comienzan su relación. Todo es felicidad y dinero. Todo les va a las mil maravillas. Y aparecen las fotografías en la vida de la joven que Leslie le enseña porque sabe que en el fondo a ella le van a encantar: se sintió asqueada de sí misma, pero al mismo tiempo también excitada de una manera horrible, que la llevó a pensar que debía avergonzarse, a pesar de lo cual no se avergonzaba, en realidad no se avergonzaba, ni mucho menos. Y le dice que es Kreutz el que se las hace a sus pacientes: ¿Por qué las hizo? Pues porque ellas querían que las hiciera, por supuesto. Hay personas a las que les gusta verse haciendo… cosas feas. Aunque Laura se escandaliza en el fondo lo que las fotografías le producen es placer: sí, placer, un placer oscuro, caliente, aterrador. En pleno éxtasis sexual, Leslie le sugiere que el Doctor Kreutz estaría encantado de hacerle fotos a ella. Y un día va Deirdre a visitar a su querido doctor y se toman un té y ella se siente mareada y él la lleva al sofá mientras la dice: descansa, mi querida señora, mi queridísima señora. ¿Y dónde está Billy mientras tanto? Pues aceptando que su mujer monte un salón con un socio mientras se toman los tres unas copas: cuando ella lo miraba se sentía no culpable, no exactamente, sino más bien… apenada; sí, ésa era la única palabra que podría describir su estado de ánimo, sentía pena por él, el torpón de corazón tan blando.

Plazos

Es hora de vuestros comentarios sobre esta segunda parte. Espero que sean numerosos. La acción, aunque lenta, continúa y la evolución de los personajes va en aumento. Fijémonos también en los detalles que muchas veces son más importantes que lo evidente. Comentad lo que queráis y daos la réplica unos a otros: personajes, relaciones, sospechosos… (¡sin desvelar nada!). Y, por favor, como estoy comprobando que algunos ya habéis leído la novela entera, tened mucho cuidado de no comentar nada que no esté en esta segunda parte. Guiaos por mi análisis, si es necesario. ¡Gracias!

Mientras comentamos, seguiremos con la lectura de la tercera y última parte que va desde el capítulo 6 de la segunda parte (pág. 242) hasta el final de la novela.

Ahondar en las tinieblas, desentrañar lo oculto; en suma, saber

10 Feb

A walking Tour of Dublin City Center- George’s Street Arcade. Foto en flickr de William Murphy (infomatique). Algunos derechos reservados.

Como ya os adelanté, y algunos así lo habéis comentado, esta novela no tiene mucha acción. En ese aspecto es una novela negra atípica. Se centra en los personajes, en las descripciones, muy prolijas, y en las reflexiones personales. Al contrario de otras novelas negras no hay mención a la situación política o social, de hecho ni nombra la ciudad en la que se desarrolla la acción, Dublín, ni la época. Leyéndola tengo la sensación de que todos los personajes es como si vivieran para adentro, resultan algo opacos y se callan muchas cosas.

Verano. Quirke lleva seis meses sin beber. Este tema va a estar muy presente en toda la novela: había pasado casi dos años sumido de continuo en el abismo del alcohol, cayendo casi hasta los mismos extremos en que había caído dos décadas antes, cuando murió su mujer, y ahora, de golpe, se había interrumpido la caída. Le cuesta y piensa mucho en ello pero lo va llevando. ¿Es alcohólico? Pues yo creo que sí. ¿Sus razones? Se pueden intuir en el retrato que de él he hecho, de su pasado, de su personalidad, de sus errores, de su naturaleza dubitativa y atormentada.

Un antiguo compañero de universidad, Billy Hunt, un tipo tranquilo, aunque propenso a las agarradas ante la menor provocación, se pone en contacto con él. Su mujer, Deirdre, se ha suicidado. Billy no llegó a ser médico y trabaja como representante de productos farmacéuticos. Viaja mucho por todo el país y, a veces, por el extranjero. Su perplejidad ante la muerte de su mujer es grande. Supone que se sentía sola, tampoco había querido tener hijos pero nunca se quejó de nada. ¡Nunca!

Hago un inciso para resaltar la importancia ya desde el principio que tienen los olores en esta novela, sobre todo los olores de las personas: despedía ese olor, acalorado y crudo y salado, que Quirke reconoció al punto, el olor de los que recientemente han perdido a un ser querido. Cada personaje desprende un olor, también los lugares. Me parece muy original esta manera de caracterizar que utiliza como recurso el autor, y la adjetivación es soberbia.

El motivo por el que Billy se pone en contacto con él es pedirle que no corten su cuerpo en la autopsia: no quiero que la rajen de arriba abajo, como si fuera una especie, un…eh… Como si fuera una res. Se le ve muy alterado y afectado. Quirke, aunque le tranquiliza, no va a hacerle caso, máxime cuando, examinando el cuerpo, vio entonces la minúscula huella de un pinchazo en la cara interna del brazo, blanca como la leche. En ese pinchazo hay un caso, un caso que resolver. Aunque no sea un investigador privado ni un policía, Quirke quiere siempre saber por qué ocurren las cosas. Es superior a sus fuerzas, y aunque quedó escaldado del último caso que arrasó a su familia y a su propia vida, no puede evitarlo y sabe que se va a meter de nuevo a investigar: algo seguía sin encajar del todo […] Quirke fue consciente de la antigua comezón que le incitaba a llegar hasta el tuétano de las cosas, ahondar en las tinieblas, desentrañar lo oculto; en suma, saber.

A continuación viene un flash-back que nos lleva a la infancia de Deirdre. La niña pobre de la barriada de extrarradio de Los Bloques, de la que muy pronto es consciente de que quiere huir. Ella que es tan guapa, ¿qué pinta allí? De nuevo los olores para describir: el olor que se adhería a las escaleras y a los pasillos, en verano y en invierno, el hedor marronáceo y cansino de los colchones con meadas y la hediondez de los váteres atascados, el olor, el olor exacto de lo que era la pobreza, un olor al que ella nunca podría acostumbrarse, nunca jamás. El olor para situarnos en quién es quién y qué es qué. A los dieciséis años entra de aprendiza en un establecimiento de perfumería y farmacia y allí conoce a Billy Hunt, que le saca casi dieciséis años: tampoco es que fuera guapo, ni inteligente, pero tenía un encanto algo torpón que a ella le gustó muy a su pesar, y que con el tiempo le llevó a convencerse de que estaba enamorada de él. Se hacen novios, pasan los años y de pronto el Doctor Kreutz entra en su vida, un hombre de origen indio, “sanador espiritual”, que también tiene su olor propio que a ella le pareció oscuro, y especiado. Deirdre se siente desde el principio muy atraída por él. Tanto, que busca su consulta y se presenta allí. Un impulso casi atávico la arrastra a ese hombre. Y comenzará a visitarlo con frecuencia porque siente que ha entrado en contacto con algo especial que la hace sentir fuera de todo peligro e inmensamente feliz.

Volvemos al presente. Quirke va a visitar a su padre adoptivo, el juez Garret Griffin, que está paralizado debido a un derrame cerebral: el hombre al que durante la mayor parte de su vida había considerado la bondad en persona, y había tenido por un ser humano grande de verdad. Y que parece que no lo es tanto. Eso es lo que debió descubrir en la anterior novela, pero no nos lo desvelan, aunque nos dejan saber lo suficiente: el Juez había sido un gran pecador, un pecador secreto, y fue Quirke quien expuso sus pecados. Murió una joven, fue asesinada otra mujer, y ambos sucesos fueron culpa del anciano. Suponemos el shock de Quirke al descubrir quién era realmente ese hombre supuestamente bueno.  Pero parece que él se encontró solo en su descubrimiento, nada pudo con la intachable reputación del poderoso juez. Y, entonces, ¿por qué va a visitarlo todas las semanas? Tenía sus propios pecados y debía dar cuenta de ellos, tal como podría atestiguar su hija, la hija a la que durante tanto tiempo no reconoció. La culpa le hace ir a ver a ese hombre como un pequeño gesto de expiación.

Quirke no puede dormir dándole vueltas sin parar al caso de Deirdre. No sabe qué hacer (algo que le pasa con frecuencia), qué camino tomar y sigue dudando si meterse o no en materia: no hagas nada, le decía su juicio más lúcido; quédate donde estás, no te mojes. Pero ya sabía que se iba a lanzar de cabeza a esas profundidades. Algo en su interior anhelaba las tinieblas de allá abajo. Así que temprano en la mañana va a visita al inspector Hackett, que ya le ayudó en el anterior caso, y al que no ve desde entonces, hace ya dos años. El inspector es un hombre burlón que tampoco habla claro y se ríe mucho. Pero Quirke no le dice la verdad, se calla lo del pinchazo, ¿por qué? De lo que sí hablan es del suicidio que intuyen que en el juicio se omitirá: la mayoría de los suicidios se encubren, eso lo sabe usted tan bien como yo. El encuentro es como si estuvieran tomándose el pulso en una primera toma de contacto. Como si el simple hecho de ir a verle, y no decirle la verdad y no hablar claro ninguno de los dos, ya fuera suficiente para que el inspector tomara nota del interés de Quirke por el caso.

Llega el momento de conocer a Phoebe, que va a ocupar un lugar muy importante en esta historia: a lo largo de los dos años anteriores se había forjado una personalidad que resultaba atractiva, quebradiza, irónica; tenía veintitrés años y podía haber pasado por una mujer de cuarenta. Fue hace dos años cuando Phoebe supo de quién era realmente hija. Una joven muy delgada, vestida de manera monjil, solitaria, extraña, que guarda las distancias y también calla mucho. Quirke no quería ocuparse de la hija que de un modo tan trágico había irrumpido en su vida […] lo malo fue que él creyó de veras que la hija de Delia había muerto; lo malo fue que terminó convencido de que Phoebe era en efecto hija de Sarah. Y ahora Phoebe sabía la verdad, y Sarah ya no estaba, y Mal estaba solo, y Quirke era como siempre había sido Quirke. Y su hija le daba miedo. Además es muy dura, muy fría, igual que Delia, su madre: Delia había sido la mujer más endurecida que él nunca conociera; Delia había sido una mujer de acero puro, sin aleación, en todo momento. Era lo que más le gustaba de ella, de aquella mujer exquisita, atormentada y atormentadora. Personas complejas, vidas complejas. Lo mejor para una novela de personajes como ésta. Y ahora llega la casualidad que algunos habéis dicho que está metida con calzador, y, sí, es posible, aunque la vida está llena de casualidades. Casualidad que va a desencadenar que el caso se enrede y ruede, porque Phoebe conocía a Deirdre/Laura ya que la encargaba productos de su salón de belleza. Un día, ante la tardanza en recibir noticias suyas, la intenta localizar y termina hablando con la mujer del socio que se desahoga largamente con ella y le cuenta que ambos estaban liados. Quirke, cuando escucha la historia de su hija, se da cuenta al momento de quién está hablando y ambos se sinceran sobre todo lo que saben. De esa manera entra en acción el personaje más interesante de esta novela: Leslie White: Inglés, me parece. Alto, flaco, tremendamente pálido. Incoloro incluso. Con un pelo extraordinario, blanco plateado. Se podría decir que el nombre le sienta como un guante: White […] Anda siempre yendo y viniendo. Es un tipo que da mala espina. No diría yo que no sea capaz de arrojar a una mujer al mar.

Quirke sabe, como resultado de la autopsia, que Deirdre no murió ahogada, sino que sí encontró un fuerte rastro de alcohol en sangre y residuos de morfina, en una dosis elevada y casi con toda certeza fatal. Todo apunta a que no se suicidó sino que alguien la inyectó esa morfina letal y después arrojó su cuerpo al mar. Pero ante el tribunal de instrucción miente: no quiso engañarse pensando que de ese modo protegía los sentimientos de Billy Hunt ni que escudaba su reputación. Por así decir, lo que hizo fue sellar el escenario del crimen a toda investigación ulterior. Eso fue todo. ¿Por qué lo hace? Esto no me queda claro, ¿y a vosotros? ¿Es porque quiere investigarlo él mismo? Quirke está lleno de preguntas sin respuestas y concluye en sus reflexiones con que nada es lo que parece.

Hackett visita a Quirke días después: desde el día de la investigación judicial contaba con recibir una visita del inspector. Hackett tiene las mismas ganas que Quirke de investigar en el caso pero siguen su juego de simulación: ¿Investigando? Oh, no. No, ni mucho menos. No es más que curiosidad. Más o menos. Son gajes del oficio… que yo diría que tenemos los dos en común. Ambos saben que esa muerte no ha sido nada clara. El inspector ha investigado ya por su cuenta sobre quién era Deirdre y también sobre Leslie White: asume riesgos. Riesgos financieros. Su mujer tuvo que arrimar el hombro hace un par de años para impedir que se ensuciara su reputación. Entonces quebró lo de la peluquería.

Volvemos a Phoebe. Se percibe muy claramente el interés que el autor siente por este personaje tan complejo, tan literariamente interesante. Después de la conversación mantenida con su padre, la joven reflexiona sobre su vida y la de los demás: ahora consideraba que su vida era una serie de pasos cuidadosos que iba dando sobre un alambre fino y vibrante que salvaba un siniestro abismo […] no se fiaba de nadie. Piensa mucho en Deirdre/Laura y en su suicidio. Se lo imagina. Es algo morbosa. A Phoebe le resultaba simpática, le caía bien Deirdre, quizá porque la percibía algo quebradiza, como ella misma. La joven se encuentra en un momento difícil y siente que tiene que cambiar: sin duda. Aunque, ¿cómo? Sale de trabajar sin tener nada que hacer ni adonde ir. Y, oh, casualidades, se dirige al Salón de Belleza “The Silver Swan” sin dejar de pensar ni un momento en el misterio que supone la muerte. Y, claro, aparece Leslie White. Larga y certera descripción del peculiar y lánguido Leslie: supuso que se le tendría por un hombre apuesto, aunque fuera de una manera un tanto hastiada, desvaída. Leslie, al que tanto le gustan las mujeres, máximo si es una joven que le está mirando fijamente desde la otra acera, se dirige a ella y la invita a tomar una copa que por supuesto Phoebe acepta. La joven no le nota nada afectado por la muerte de su socia, ¿y amante? Deirdre. Inexplicablemente, ¿o no tanto?, Phoebe se siente atraída por este buscavidas. Y, para terminar de atar más las cosas, cuando se marcha del pub, su padre, que pasaba por allí, la ve. Se queda intranquilo y pocos segundos después ve salir a Leslie, al que reconoce por la descripción que ha hecho de él su hija: un hombre ahuecado: si se le golpease con los nudillos, tan sólo devolvería un eco amortiguado, plano.

Quirke se queda preocupado: era Phoebe la que le había hablado de Leslie White. ¿Lo conocía tal vez mejor de lo que dio a entender? En tal caso, ¿qué clase de conocimiento tenía de él? La rocambolesca idea de que Phoebe pueda estar implicada en la muerte de Deirdre, le empuja a ir a verla a su casa, algo que habían acordado no hacer nunca sin previo aviso. Quiere saber. Pero Phoebe no se lo pone fácil, se burla de él y le niega la información que le pide: no te voy a dar los datos de Leslie White. Su hija le pregunta que qué se propone, él le contesta que no sabe: ni siquiera sé con certeza qué es lo que estoy haciendo. Pero sí, te doy la razón. Debería mantenerme al margen. Algo que Phoebe sabe que no va a hacer e incluso se permite decirle “casi con cariño”: Qué inocente eres, Quirke. El forense no sabe qué es lo que su hija piensa realmente de él: ¿estaba resentida, o tal vez lo despreciaba, o lo odiaba incluso? Todo lo que sabía era cuánto más fácil había sido todo entre ellos durante los muchos años que pasaron hasta que ella descubrió que él era su padre. A él le habría gustado que volvieran aquellos años.

Quirke consigue el número de Leslie White por su cuenta y después de dudar, es su línea habitual, si llamar o no, por supuesto que le llama. Y contesta su mujer que le dice que ha echado de casa a Leslie. Quirke le pregunta si puede ir a hablar con ella, y la mujer acepta. Según avanzamos en la trama, los personajes se van relacionando cada vez más entre sí. Es como si se fuera tejiendo una tela de araña que los va cercando y acercando a todos. Kate White es una mujer atractiva, con personalidad, de treinta y muchos, que se ha vestido y preparado para intentar seducir al desconocido visitante. Quirke se da cuenta al momento. Quizá no le disgusta la idea. Comienza un diálogo sobre Deirdre y Leslie: es probable que yo empujase a esa putita a hacer lo que hizo. La llamé por teléfono. Había descubierto algunas pruebas que la incriminaban: cartas, fotografías. La llamé por teléfono y le dije lo que había descubierto […] mucho me temo que le dije lo que pensaba y se lo dije con demasiada crudeza […] ¿Y qué le puedo decir, señor Quirke? No tengo ni idea de lo que pretende usted saber. Y, según dice, usted tampoco lo sabe. ¿Hay algo sospechoso en la muerte de Deirdre Hunt? ¿Cree tal vez que la empujaron? […] ¿No habrá pensado que Leslie ha tenido algo que ver, verdad? […] Créame, Leslie sería incapaz de matar una mosca. Se moriría de miedo de que la mosca le picase. Se queda unas horas más. Se percibe claramente el proceso de seducción de Kate (¿lo hará con todos los hombres?) y cómo, de alguna manera, Quirke se deja. Pero al final, el hombre escapa y ella le despide con un beso en la boca aunque acto seguido le pide perdón: como le dije antes no soy la misma de siempre.

Plazos

Creo que queda claro ya en esta primera parte que es una novela de personajes por eso me he extendido en ellos. Hay trama, poca todavía, que avanza entre personaje y personaje. Es hora de vuestros comentarios sobre esta parte (¡y sólo sobre esta parte!). Espero que sean numerosos y que os deis la réplica unos a otros: ¿qué opináis de los personajes? ¿Y de las descripciones? ¿Os atrapa la historia? ¿O, por el contrario, no os gusta nada?… Todos los comentarios son bienvenidos y cuantos más mejor. 😉  A la vez que comentáis, seguiremos leyendo, a lo largo de una semana, desde el capítulo 11 de la primera parte (pág. 128) hasta el final del capítulo 5 de la segunda parte (pág. 241). ¡Nos vemos en el blog!

El otro nombre de Laura: una novela negra de personajes

2 Feb

Pregó de la Lectura de Sant Jordi 2015, a càrrec de l’ escriptor John Banville – Foto en flickr de Xavier Trias. Algunos derechos reservados.

El otro nombre de Laura, cuyo título original es The Silver Swan, se desarrolla, como toda la serie que protagoniza Quirke, en el Dublín de los años cincuenta. Quirke es un médico forense que trabaja en el Hospital de la Sagrada Familia. Su infancia fue difícil: huérfano, pasó parte de ella en un orfanato dirigido por frailes, La Escuela Industrial de Carricklea, donde sufrió abusos de compañeros y profesores. Fue rescatado de allí por el importante y rico juez Garret Griffin que se lo llevo a vivir con su familia. Su hermanastro es Malachy, médico tocólogo, que se casó con Sarah, la mujer de la que estaba enamorado Quirke. El forense terminó contrayendo matrimonio con la hermana de ésta, Delia, que muere al dar a luz a su hija Phoebe. Viudo y desolado, piensa que lo mejor es entregar a su hija a Malachy y Sarah, que no pueden tener hijos, que la crían como si fuera propia y, lo que es más importante, sin que Phoebe sepa quiénes son sus verdaderos padres. Quirke, muy joven, se queda solo y se da a la bebida. Para ponernos en situación hay que hablar algo de la primera  novela de la serie, El secreto de Christine, en la que se investigan unos turbios sucesos relacionados con el tráfico de niños. Estos sucesos acabarán salpicando directamente a Quirke y a sus familiares más cercanos: el juez, su hermanastro e incluso a la familia de Sarah y Delia que es de Boston. En el transcurso de los hechos, Phoebe sabrá de quién es hija lo que le producirá una crisis de identidad convirtiéndola en una joven especial y que no se lleva muy bien con su verdadero padre.

Cuando comienza El otro nombre de Laura, Quirke ha dejado el alcohol y ha recuperado en parte a su hija a la que creía perdida. Phoebe tiene veintitrés años, trabaja de dependienta y cena una vez a la semana con su padre, unas cenas en las que no hablan mucho. El juez Griffin sufrió un derrame cerebral el año anterior, a los setenta y tres años, que le ha dejado completamente paralizado, y Sarah ha muerto. Quirke (cuyo nombre viene de “quirk” que significa “raro”) vive en una constante crisis vital. Es un hombre de edad madura, solitario, reservado, desencantado con la vida, de fuertes principios pero frágil. Posee una capacidad innata para meterse en líos pues siempre quiere saber la verdad de cualquier situación turbia o que esconda un secreto, de ahí sus dotes detectivescas que le convierten en un investigador sin licencia enfrentándose a su entorno y a sí mismo. Le atrae el lado oscuro de la vida. Es un hombre parco en sentimientos, inmaduro, frío, dubitativo, contradictorio pero muy lúcido y en el fondo romántico. Se le califica en algún momento como una bestia herida (es muy corpulento) ya que su pasado le pesa como una losa, tanto su infancia en la que pasó de la pobreza y el maltrato a la riqueza y el afecto de una familia, como la pérdida primero del amor de Sarah y después de su mujer y su hija. Que Quirke sea médico forense no es casual. Su profesión le lleva a diseccionar los cuerpos buscando respuestas. Lo mismo que hará después indagando en las vidas y en los misterios de los muertos a los que ha realizado las autopsias. Disección que el creador de Quirke, Benjamin Black, traslada a la sociedad en la que vive. Como toda buena novela negra, la trama va más allá de saber quién es el asesino. La novela negra siempre es psicológica, moral y social. Es una disección del ser humano y la sociedad en sus lados más oscuros: nada pone de manifiesto con mayor intensidad los dilemas existenciales que un crimen. Como dice Quirke en El secreto de Christine: a lo largo de mi vida he abierto un sinfín de cadáveres pero nunca he hallado el sitio dónde podría estar el alma. En palabras de Banville, Quirke no es muy simpático y admite que se parece a él mismo más de lo que quisiera. Es como una roca en el mar con verdín encima.

En El otro nombre de Laura, la ciudad de Dublín es tan protagonista como los personajes. En ese Dublín de los años cincuenta creció el autor, John Banville, por eso la recrea tan bien, con tanto detalle. Hay un paralelismo entre la historia sórdida que se cuenta en esta novela y el Dublín gris en el que se desarrolla la acción. Una sociedad en la que el catolicismo parece invadirlo todo, tradicional, hipócrita, donde las cosas no son tan justas y honradas como esa sociedad quiere simular. Hay chantaje, drogas, alcoholismo, sexo, corrupción. Esa época, en palabras del propio Banville/Black era excepcional, tanto en Irlanda como en Estados Unidos: paranoica, culposa, acicateada por el miedo y el odio, sacudida aún por los efectos secundarios de la guerra. Una época ideal para una novela si uno se inclina por una visión sombría del ser humano. Y añade: una atmósfera conquistada por la niebla, el hollín, los efluvios del whisky y el humo rancio del cigarro.

El otro nombre de Laura, una deslumbrante novela negra de crímenes, hipocresía y desencanto, en palabras del periodista Enric González, se centra en la investigación de un caso que se le presenta a Quirke cuando un antiguo compañero de universidad, Billy Hunt, va a visitarle para hablarle del aparente suicidio de su esposa, Deirdre, y pedirle que no le haga la autopsia ya que no podría soportar la imagen del cuerpo de su mujer partido en dos. La bella Deirdre, que viene de  una infancia sórdida y miserable en un barrio pobre, Los Bloques, de la que siempre ha querido escapar, entra a trabajar de joven en una perfumería y farmacia de Dublín. Allí conocerá a su marido Billy y también al Doctor Kreutz, un hombre de origen indio, “sanador de almas” con el que establecerá una extraña y ambigua relación de atracción mutua pero no sexual. Poco después, y a través de Kreutz, conocerá a Leslie White, el verdadero “Silver Swan” que da título a la novela, un perverso, seductor y atractivo buscador de vidas con el que montará el salón de belleza del mismo nombre, que la engatusará y la conducirá a una vida muy diferente y peligrosa que acabará con su cuerpo en la morgue. Y ahí empieza todo. Con ese cadáver que empuja a Quirke a investigar ayudado por el inspector Hackett. Deirdre Hunt es también Laura Swan, el nombre que adopta cuando comienza su “otra vida” y que refleja otra personalidad, más bien turbia, que posee en su interior la dulce Deirdre y que Leslie se encargará de sacar a la luz y potenciar. Una novela de amor, pasión, intriga, miedo, desesperanza, anhelos, dudas, belleza, tristeza, poesía, verdad, soledad, vacío y muerte.

La novela se despliega en varios personajes robándole el protagonismo a Quirke. Como digo en el título, es una novela de personajes, excelentemente descritos, que se estructura alrededor de ellos en varias tramas paralelas en el presente y con numerosos flash-back sobre la vida pasada de Deirdre. Pero todos los personajes están relacionados entre sí lo que completa a la historia de una manera muy lograda. La prosa es muy descriptiva, marca de la casa Banville. Su prodigiosa prosa también está presente en su alter ego Black. Mucha descripción, pero también reflexión y no tanta acción como una novela negra demandaría: la trama no importa, la vida no es trama, lo importante es como actúas. Los gestos de las personas nos muestran como son.

El escritor Marcos Giralt Torrente (al que leímos, recordad, hace muy poco) nos describe magistralmente a los personajes de las novelas tanto de Banville como de Black : psicológicamente al límite, en permanente estado de crisis, acostumbrados a descender a diario a las catacumbas de la duda o la culpa, narradores que se ocultan y se pierden y huyen y juegan consigo mismo y con nosotros y nos engañan y se engañan sabiendo que lo hacen, entretejen, desde esa oscuridad en la que están sumidos, desde la misma raíz del dolor o de su propia abyección, el discurso de su cerebro en ebullición, una autopsia en vivo cuando donde lo importante no es tanto el conocimiento de aquello que les ha conducido a ese estado como los infinitos matices, de juicio o de sensibilidad, que el centrifugado especulativo de sus conciencias volcadas sobre sí mismas saca a la superficie.

El nombre que utiliza Banville en su alter ego, Benjamin Black, duplica la B de su apellido y hace referencia al “noir”, el género negro en el que se va a mover. Las influencias de Black son principalmente el Simenon de sus “romans dur”(las buenas, las que no son de Maigret) , Raymond Chandler, James M. Cain y Richard Stark. Todos maestros de la novela negra. No hay que obviar que muchas veces los novelistas toman otro nombre para escribir novelas policiacas por razones económicas (¿usted cree que Benjamin Black llegará a ganar dinero?), algo lícito, pero en este caso creo que las razones de Banville para crear su alter ego van más allá. Black es un doble de Banville que lo enriquece y sobre todo le da un nuevo significado. Banville, en un juego que establece continuamente con su heterónimo, se refiere a Black como a “mi gemelo oscuro” y “una versión un poco idiota de mí mismo” y Black define a Banville como “el pretencioso”. Benjamin Black está de actualidad ya que en este mes de febrero, Alfaguara publicará la séptima entrega de la serie de Quirke: Las sombras de Quirke (Even the Dead).

Termino dejándoos unos enlaces a diferentes entrevistas realizadas al escritor Black/Banville. La primera es una curiosa entrevista realizada por John Banville a Benjamin Black publicada en ABC en octubre de 2014: “El escritor no existe”. La segunda es una entrevista de Enric González realizada en El País con motivo de la publicación de El otro nombre de Laura en mayo de 2008: «Dublín negro”. Añado sendas entrevistas, en las mismas fechas y por el mismo motivo: una en el diario argentino La Nación: “Soy un poeta que escribe prosa”. Y otra en el también diario argentino Página 12 realizada por el escritor Rodrigo Fresán: “Mi otro yo”. Y por último, una recientísima entrevista en Zenda de enero de 2017: “Puedo vivir sin Benjamin Black pero no sin Banville”.

Os dejo también tres enlaces a vídeos. Uno es una entrevista a John Banville en “Página Dos” de TVE realizada en mayo de 2015 con motivo de la publicación de la por ahora última novela de Black, “Órdenes sagradas”, otro es un extensa e interesantísima “Conversación con John Banville y Benjamin Black”, realizada en la Feria del libro de Bogotá en mayo de 2015 y el tercero es el discurso pronunciado por John Banville  cuando le entregaron el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2014.

Por último os dejo el enlace a la página web dedicada a la obra de Benjamin Black (en inglés) que contiene muchas entrevistas, vídeos e información sobre su obra.

Plazos

Como la novela es algo larga, vamos a dividir la lectura en tres partes. Leeremos a lo largo de una semana hasta el final del capítulo 10 de la primera parte (pág. 127).

Os reitero lo de siempre, sobre todo a los nuevos: escribir en este post, mientras vais leyendo esta primera parte, sólo vuestras impresiones iniciales sobre la lectura o los personajes, o sobre lo aquí escrito o los enlaces dejados, pero no la comentéis, ni esta parte ni mucho menos en su totalidad. Cuando publique el post de análisis correspondiente a esta primera parte de la lectura dentro de una semana, y todos hayáis leído dicha parte, entonces podréis explayaros ampliamente en vuestros comentarios sobre ella en dicho post. Debéis respetar los plazos de lectura y dejar vuestros comentarios en los post respectivos a cada parte. ¡Buena lectura!