
Un claro en el bosque. Foto en flickr de Jordi Armengol. Algunos derechos reservados.
Astrid y Veronika comienza con una estrofa del poema Insomne de Bo Bergman. Una loa a la escritura como salvación. A continuación hay un prólogo que contiene dos cortos párrafos encabezados por los nombres de ambas protagonistas y unas fechas y lugares. Lo que dicen es enigmático porque todavía no sabemos nada de sus vidas. En cada párrafo hay un “nosotros” y la naturaleza omnipresente.
Veronika llega al lugar que va a ser su hogar a lo largo de ocho meses. Es invierno, principios de marzo. Todo está nevado, oscuro y en silencio. Lo primero que divisa son dos casas, una más grande que la otra. La suya es la pequeña. La joven se ha pasado la vida viajando: toda su vida había viajado en compañía de su padre, cogida de su mano, rumbo a un nuevo destino en algún lugar lejano. Desde que su madre los había abandonado, padre e hija jamás se habían separado. Pero ya no son compañeros de viaje. Su padre vive en Tokio. Sabe que este viaje es distinto: éste sería un trayecto solitario. Una huida, una escapada. Un viaje sin objetivo. Su vida le parecía tan vacilante como la luz, suspendida en medio de una nada blanca. No sabe cuánto tiempo va a quedarse, había sido una decisión repentina. Hay algo que la ha empujado a aquel remanso de paz. Desde el principio la casa se personifica: la casa guardaba aún las distancias […] Era una inquilina huérfana en una casa huérfana. También desde el principio percibimos que a Veronika le ha pasado algo, algo que tardaremos tiempo en saber y que intuimos que no es bueno. La joven necesita silencio y soledad. Quiere escribir. Lo intenta desde los primeros días pero no puede: era como si el libro que había empezado a redactar en otro mundo, en otra vida, lo hubiera escrito alguien distinto. Las palabras ya no guardaban relación con la persona en que se había convertido. Da paseos matutinos y se fija en la otra casa que seguía oscura y silenciosa. La tendera del pueblo le informa que su vecina es Astrid Mattson, la bruja del pueblo. No le gusta la gente. Vive aislada. Me temo que no es una buena vecina. Veronika la ve por primera vez a las dos semanas de llegar. Una mujer mayor y encorvada.
Ahora es Astrid quien contempla a Veronika llegar a través de la ventana entreabierta. A oscuras, refugiada en su casa que constituía una parte orgánica de sí misma. El silencio lo envuelve todo y también la soledad. Su vida era una cuestión de sustento, de supervivencia, y sus necesidades eran mínimas. No hacía planes para el futuro. El jardín se desmoronaba, la casa se desmoronaba […] Era un edificio moribundo que albergaba un cuerpo moribundo. La una huérfana y la otra muriéndose en casas que son un reflejo de sí mismas. Astrid mantiene a raya al pasado, no tiene futuro y el presente era un vacío en calma donde existía físicamente, pero sin presencia emocional. Esperaba, con los recuerdos sumergidos, lo que suponía una tarea constante y agotadora que consumía todas sus energías. Y había momentos que flaqueaba. Astrid espía a su vecina pendiente de sus idas y venidas y, un día, responde al saludo que le hace Veronika y se sorprende. La anciana no está bien, un peso muy grande la habita. Un peso que cada vez soporta peor, y, a veces, llora.
Dos meses después, Astrid se da cuenta de que en la otra casa no hay señales de vida. Se empieza a preocupar y, pasados varios días, decide, sin saber el porqué, ir a ver qué pasa: cuando la puerta se abrió y se encontró cara a cara con la joven, se dio cuenta de que la vida había cambiado de manera irrevocable. Ahora le importaba. Veronika está enferma, con fiebre, con pesadillas que la llevan siempre a una playa en Nueva Zelanda con un mar tempestuoso. Y Astrid ha ido a ayudarla. Por fin se conocen. Y comienza su amistad. Dan su primer paseo. Hablan poco. Pero será Astrid quien rompa el hielo: y durante este tiempo infinito he estado sola en mi casa. Esperando. Guardando mis secretos. He aprendido a guardar bien mis secretos y soy una experta en soledad. Pero ahora… Una mujer que ha estado la mayor parte de su vida sola, anciana ya, de pronto se desborda en confesiones. La primera será sobre su madre. Su adorada madre.
Nunca la oí reír en casa, sólo cuando estábamos lejos, nosotras dos solas. Un hermoso día de su infancia pasean por el lago, ríen y juegan. La madre le dice que recuerde siempre que la quiere: y entonces tuve la certeza absoluta de que no habría más días como aquél. Todo está descrito con gran detalle y mucha emoción. Aquél hermoso día de verano que Astrid nunca olvidará, porque ese mismo día su madre se irá, y poco después encontrarán su cuerpo en un hotel de Estocolmo. Se había cortado las venas […] tenía veintisiete años. Yo seis […] No descubrí lo que pasó hasta muchos años después, pero instintivamente supe que aquella noche la había perdido para siempre […] Acepté la soledad como un nuevo estadio en la vida. Inevitable y permanente. Para Astrid el principio y el final de su vida será ese momento en que vio a su madre marcharse para nunca más volver: ese hecho pareció señalar el fin de todo lo bueno, de la vida misma. Veronika recibe su confesión en silencio. Cuando hablan serán casi siempre monólogos que recuerdan pasajes de su vida. No hay un interlocutor que conteste. Hay mucho silencio entre las palabras.
Una nueva cita entre las ya amigas da lugar a una nueva confesión, de nuevo de Astrid. Al morir su madre, la niña es llevada a Estocolmo a vivir con su abuelo materno pero la soledad en la vida de Astrid ha venido para quedarse. Será la única vez que salga del pueblo. El abuelo apenas la habla, casi ni existe. Sólo la criada, la señora Asp, le hará algo de compañía y le dará un poco de afecto. No recuerda ni cuánto tiempo pasó allí. Sólo la biblioteca y el piano la entretienen. Nunca recibirá noticias de su padre. Y es precisamente su padre el causante de la indiferencia del abuelo: yo no pedí que viniera. Es la viva imagen de su padre y me resulta doloroso mirarla. Finalmente vuelve al pueblo, con su padre, para nunca más salir de él.
Veronika también tiene sus secretos, y su dolor, que afloran en sus sueños con la playa y el mar. En Nueva Zelanda. Tal vez necesitaba irse lejos para poder ver con claridad, para permitir que los recuerdos emergieran a la superficie. Pero, aunque empezaba a recordar el pasado, no era capaz de convertirlo en palabras. Permanecía horas frente al ordenador sin escribir. El libro que había empezado se le antojaba cada vez más esquivo. No están bien conectados su pasado, su vida presente en el pueblo y el libro. El verano está llegando y Veronika invita a cenar a su nueva amiga. Prepara con gran mimo la cena. Cenan sin hablar mientras escuchan música. Astrid comenta lo que le gustaba cantar, recuerda las canciones que su madre le cantaba. En un brindis final, la anciana habla de los recuerdos, de los secretos: puedes obligarte a creer que se han borrado. Pero si los buscas con atención, si deseas realmente descubrirlos, están ahí. Astrid necesita contar la verdad de su vida, su verdad, y será Veronika la destinataria de sus confesiones que poco a poco ya ha empezado a desgranar.
Un pequeño claro en medio del bosque tupido, con una suave hierba plateada y fresas silvestres. Di con él por casualidad cuando buscaba setas en otoño, y entonces se convirtió en mi escondite secreto […] A veces pasaba allí el día entero, tumbada sobre una manta. Estaba sola en el mundo y a salvo. Astrid tiene ya dieciséis años. Nadie la echa de menos cuando pasa el día entero en su escondite secreto. Un día, encuentra a un chico en el claro. Está recogiendo fresas. Le sonríe y se las ofrece. Se sientan juntos en silencio. Después de aquel primer día, el deseo de seguridad en mi escondite secreto se convirtió poco a poco en el de encontrarme con él. O tal vez el lugar y el chico se convirtieron en mi mente en una sola cosa. Se llamaba Lars. Tenía un año más que yo […] “Por favor, por favor, por favor, que esté hoy” […] Para mí, el lugar en sí ya no bastaba. Un día su encuentro se convierte en amor. Pero Astrid tiene la certeza de que no durará. Ella no es merecedora de tal felicidad. Sólo la soledad. Lars muere poco después en un accidente pero en el jardín de Astrid los fresales siguen vivos.
Ambas les dan muchas vueltas al lugar que ocupan los recuerdos en sus vidas y al concepto del tiempo con respecto a ellos porque ambas tienen recuerdos dolorosos de los que no han podido liberarse. Pero ahora pueden hacerlo porque cada una tiene en la otra a la persona adecuada que la va a escuchar, y a comprender: Quiero recordarlo todo. Pero quizá necesite más tiempo. Concederme una temporada de reposo. Distanciarme un poco para comprobar si distingo la pauta. Y enfrentarme con la verdad de lo que hay realmente ahí. Es Veronika la que habla y a la que le toca el turno de empezar a soltar su dolor. Su dolor tiene un nombre: James, que ya ha sido un par de veces nombrado, pero que ahora se convierte en protagonista en el relato de Veronika.
Hasta entonces había llevado una vida segura. Había vivido en un mundo lento y cordialmente indiferente que me concedía tiempo para meditar mis acciones. Y ésa era la clase de mundo para la que yo disponía de mapa. En el mundo de James estaba perdida para siempre. James llega como un huracán que barrerá todas las certezas de la joven. Es el amor al que no se le puede preguntar porque no tiene respuestas. Londres, un pub, un camarero de treinta y un años de Nueva Zelanda que está viviendo su experiencia en el extranjero. Un encuentro casual que cambiará la vida de Veronika. Comienzan una relación de la manera más natural: pasaba la noche ante una cerveza, observándolo mientras trabajaba. Riendo de pura alegría de verlo, de oírlo. Me sentía como si jamás hubiera reído antes. Como si nunca hubiera sido feliz. Ahora siento que aquélla fue toda la risa de mi existencia. Mi cuota. Me contó que había prometido a su madre regresar por Navidad, así que yo sabía que pronto acabaría nuestra relación. Veronika no tiene planes. Se deja llevar. Decide vivir ese amor sin pensar en el futuro. Y guarda, guarda imágenes. En Estocolmo está Johan que la espera. Para esto tampoco tiene respuestas. Cuando llega el momento de la partida de James, éste le dice que la quiere y que se vaya a vivir con él: he olvidado cómo vivir sin ti. No recuerdo cómo me las arreglaba solo. Por favor, ven conmigo, Veronika. Pero la joven no le responde y James se marcha.
Llega el verano. Astrid y Veronika no se han visto desde aquella cena. Un día, cercano ya San Juan, la joven visita a Astrid y ésta le comenta que su marido se muere: he ansiado esta muerte desde el día que me casé. Sesenta años. Ahora que llega, me doy cuenta de que no tiene importancia, de que nunca se trató de él. Sabe que esa boda será el día en que renuncie a la vida: mi marido se casó con un granja. Se casó con la tierra y la casa […] Y se casó con mi apellido. Mi padre creyó que había negociado un futuro para sí mismo y la granja. Yo me casé con la muerte. Astrid tiene dieciocho años. Era un hombre insignificante. La primera vez que lo vi estaba de pie junto a mi padre y parecía una mala copia. Menos corpulento, más joven, pero extrañamente semejante a él […] Ahora todo esto es mío, ¿sabes? Cuanto ves por esa ventana. Todo es mío. Aquí no hay nada que te pertenezca. Nada. Astrid tiene que ir a la residencia de ancianos donde su marido está muriéndose: no temo enfrentarme a él, sino a mí misma […] Ha sido una espera muy larga. He permitido que la vida se me escapara de las manos mientras alimentaba mi odio dentro de esta casa […] Ahora veo que todos estos años no he hecho más que aguardar a ser liberada, cuando en realidad no había más ataduras que las creadas por mí. Y ahora ha llegado el momento. Debo enfrentarme a la verdad.
Pero todavía hay más verdades ocultas y dolorosas en la vida de Astrid. Su padre. Otro hombre frío, seco, que la ignora y al que ella teme. La anciana no logra entender qué fue lo que unió a un hombre débil y menudo y a mi madre, alta, hermosa y risueña. Cuando ella tenía trece años su padre la llamó, mi padre no me hablaba casi nunca y jamás usaba mi nombre, y en su estudio la pide que se desnude. Él la contempla y le dice que se dé la vuelta: sólo se oía el rítmico roce de la lana contra la lana, de su brazo contra los pantalones. El tiempo seguía transcurriendo. Toda mi juventud se desvaneció. Terrible. El abuelo, el padre, el marido. Nefastos para ella, sobre todo los dos últimos a los que sufrió largo tiempo. En contraposición, la madre y Lars, a los que amó, desaparecen como una certeza de que la felicidad está prohibida para ella. Pero Astrid quiere enfrentarse a su verdad y acompañada por Veronika se dirige a la residencia a despedirse de su marido moribundo: He venido a verte morir, Anders. Y no me iré de aquí hasta que esto termine. Veronika no se despega de su lado, fiel amiga ya, hasta que el marido muere. En el coche, de vuelta y en silencio, uno de los numerosos silencios que comparten ambas mujeres, Astrid llora: No son por él. Mis lágrimas. No son por él, sino por mí. Es tal la intimidad y la confianza que están logrando estas mujeres que, una vez en la casa de Astrid, ambas se acuestan juntas para compartir su dolor. Es entonces cuando Veronika le habla a la anciana de Johan.
Hace tanto tiempo que conozco a Johan que a veces olvido que hubo un tiempo en que no lo conocía. Veronika está todavía en Londres cuando Johan la llama para que vuelva a casa por Navidad. Ha estado ausente casi un año. Durante la cena de bienvenida que le ofrece, Johan le confiesa: soy muy, muy feliz, Veronika. Justo en este momento es la felicidad absoluta. No me importa el mañana; estoy aquí ahora. Contigo. Y soy feliz. Ella intenta ilusionarse pero el móvil suena y es James: Ven a Nueva Zelanda, Veronika. Ven aquí y quédate conmigo. También aquí es Navidad. Una vez al año. Y el resto tampoco está mal. Ven a vivir conmigo al nuevo mundo. Ambos se quedan en silencio y cuando volvió a hablar, yo ya había tomado una decisión […] Me marchaba. Se me había antojado viajar hasta el fin del mundo para vivir con un hombre al que apenas conocía. Y así podría volver a reír. Va a cenar con Johan: miré su rostro, memorizándolo también […] Cuando se lo dije, supe que no quería causar tanto dolor a una persona nunca más. Johan comienza a llorar: estaba equivocado, Veronika. Estaba equivocado. El momento nunca me bastó. También quería el futuro.
Es triste olvidar el rostro de una persona amada. Muy triste. Tal vez creemos que las cosas son más fáciles si no vemos la cara. Pero no es cierto. Sólo hace que el dolor sea más agudo. He olvidado el rostro de mi hija. Podría describir hasta el último y exquisito detalle, pero ya no puedo verlo […] Desde que nació, no ha pasado un solo día sin que pensara en ella. Pero no la veo. Sara. Su hija a la que puso el nombre de su madre: sus uñas eran escamas de pez diminutas. Apretó mi dedo con fuerza y miré sus negros ojos. Me invadía tal alegría que me sentía como si fuéramos invencibles, mi hija y yo. Mi hija Sara […] Llevaba a mi hija a todas partes. Tenía la impresión de que conocía todos sus deseos y necesidades, y ella nunca lloraba. Cuando el tiempo mejoró, me la llevaba al claro del bosque. Se lo contaba todo mientras caminábamos. Y hacía que todo pareciera hermoso. Le hablaba de cosas bonitas, porque quería que viviera en un mundo bueno. Deseaba ofrecerle un mundo bueno […] Pero cuando volví la vista hacia los fresales, donde las flores todavía eran pequeños capullos prietos, lo supe. Supe que no tendría tiempo. De nuevo la amenaza en la vida de Astrid. Algo ha pasado que le hace presentir que la felicidad no ha sido creada para que ella la pueda vivir.
Plazos
Es hora de vuestros comentarios, que espero que sean muy numerosos, sobre esta primera parte de la lectura. A la vez que la comentáis, seguiremos la lectura de la novela desde el capítulo 21 (pág. 114) hasta el final de la novela. Disponéis de una semana para ambas cosas. Hay mucho que comentar: los personajes, las descripciones, la relación tan especial que están desarrollando las dos mujeres, los recuerdos desgranados, su dolor, los silencios, la naturaleza… Sinceramente pienso que es una historia muy especial narrada de una manera muy delicada.
Etiquetas: amistad, amor, Astrid y Veronika, Linda Olsson, literatura sueca actual, música, mujer, naturaleza, silencio, soledad
Has dicho: