Archivo | noviembre, 2016

Astrid y Veronika: déjame ahora cantarte dulces canciones

24 Nov

Beautiful Swedish Home. Foto en flickr de Let Ideas Compete. Algunos derechos reservados.

La primera novela de Linda Olsson, Astrid y Veronika, al igual que Canciones de amor a quemarropa, es una historia de amistad, en este caso de dos mujeres, que surge de un curso de escritura (Astrid y Veronika es el resultado concreto del curso inaugural de posgrado “Escribir novelas” de la Universidad de Auckland (Nueva Zelanda). Si no hubiera seguido ese curso, seguramente jamás habría contemplado la posibilidad de escribir este libro). Los ahora tan de moda talleres de escritura comienzan a dar sus frutos. Los países anglosajones son pioneros en ellos. No sé qué pensáis de esta manera de escribir novelas, tan diferente de la clásica: un escritor y su memoria e imaginación a solas en su estudio ante un folio en blanco.

Astrid y Veronika se desarrolla en Suecia, el país natal de la autora: el proceso de escritura me ha llevado al otro lado del  mundo; es, de hecho, el viaje más largo que puede hacerse sin volver atrás. Mi país de origen ha estado presente en mí con una intensidad sin precedentes. Pero este libro sólo podría haberlo escrito aquí, en Nueva Zelanda. La distancia era esencial. Y es verdad que la novela está totalmente impregnada del paisaje sueco así como de sus costumbres. Ambas mujeres viven en sendas casas vecinas y aisladas a las afueras de un pequeño pueblo. Con frecuencia pasean solas o juntas por el bosque cercano o a las orillas del río que pasa por él, se bañan en el lago, se tumban en prados o recogen frutos del campo. La naturaleza, descrita con todo detalle, es un personaje más de la novela así como el tiempo atmosférico y la sucesión de las estaciones que inciden en sus estados de ánimo: la nieve y la oscuridad del invierno, la aparición del sol y el aire tenue en la primavera, el estallido del verano o la llegada del otoño con sus promesas de vida nueva. Un homenaje de la autora a su país escrito desde la distancia necesaria.

Veronika es joven, treinta y un años, y Astrid tiene casi ochenta. Una ha viajado por todo el mundo y es escritora y la otra prácticamente no ha salido nunca del pueblo y no se relaciona con nadie. La llaman “la bruja” porque es huraña y solitaria y camina por los campos o se recluye en su casa. Veronika se ha refugiado en este lugar porque necesita estar sola y además quiere escribir. Llega al pueblo en invierno. Un manto de nieve lo cubre todo. Ambas han sufrido mucho, están heridas, y ambas están solas. Y tienen secretos guardados. Y son vecinas. Tardan un poco en conocerse pero cuando lo hacen, la amistad surge lenta pero profundamente. Son muy diferentes en muchas cosas pero hay algo esencial que las une. Astrid, que lleva muchos años completamente sola por decisión propia, se abre a Veronika con una gran naturalidad, quizá porque su soledad es muy grande pero también porque siente que con ella puede hacerlo. A Veronika le pasará algo muy parecido. Su sufrimiento y su deseo de compartirlo con la persona adecuada será lo que las una. Sus recuerdos irán surgiendo a medida que la amistad avanza, y con ellos sus emociones. Y la ayuda mutua que se ofrecen les hará mucho bien en su proceso de reconciliación consigo mismas. Otro aspecto muy importante de su relación es que ninguna juzga a la otra sino que la acepta con todas sus imperfecciones. Una amistad sincera desprovista de interés. Una amistad que las salva.

Relato intimista, melancólico, reposado, de ritmo sosegado para leer muy despacio y recrearse en lo que las protagonistas nos cuentan y en cómo nos lo cuentan. Sus confesiones nos van atrapando sin necesidad de grandes acontecimientos. No hay mucha acción y sí mucho sentimiento y sensaciones. Y rodeándolo todo, las descripciones que van del paisaje a lo más nimio deteniéndose en los detalles. Al leerlo es como si nos hubiéramos retirado al campo haciendo un paréntesis en nuestras vidas. Aunque las confesiones sean a veces duras, todo está narrado con una gran calma y sutileza por lo que la autora consigue que las aceptemos como una parte más de la complejidad de la vida.

Hay una serie de elementos muy importantes en la novela: la(s) casa(s) que cobra vida, que se convierte en un ser animado, en un personaje más de la novela. La casa acoge, es un refugio: tal vez fue entonces cuando la casa y yo nos convertimos en una sola cosa. Se transformó en mi piel. Mi protectora. Ha oído todos mis secretos; lo ha visto todo. En las casas de ambas es donde pasa lo más importante, también en el bosque. Lo interior y lo exterior. Porque el bosque, la naturaleza, ya lo he dicho, es otro personaje más.

Otro elemento importante, pero sutil, es la música, presente a lo largo de toda la novela. Se asocia a lo positivo, a la vida, a la alegría, al cambio: la música. Hubo silencio, un silencio muy largo. Luego entraste tú en mi vida y me trajiste de vuelta la música. Escuchan música que pone Veronika cuando cenan, Astrid recuerda cómo jugaba con el piano de su abuelo o cuando escuchaba cantar a su madre canciones infantiles.

El silencio. Asociado a los momentos malos, a la parálisis que provoca el dolor. También a su soledad, la soledad es silencio y en él surgen los fantasmas y los recuerdos que hacen daño, el pasado que las hace sufrir.

La poesía. Cada capítulo comienza con unos versos extraídos de poemas de diversos autores, casi todos nórdicos (hay una lista al final de la novela de todos los poemas y de sus autores), que funcionan a manera de títulos y que nos dan información sobre lo que va a ocurrir en ese capítulo. Probad a leedlos todos seguidos y veréis cómo componen un bello poema. El título de este post es el verso con el que se inicia el capítulo treinta y dos que es de Karin Boye y que será el título que dará Veronika al libro que está escribiendo. Además de estos versos, en sus paseos, a veces leen poemas.

Otros elementos importantes son la oscuridad y la luz. El invierno, oscuro, con el que empieza la novela y la luz que traerá la primavera. Símbolos ambos de su transformación: tú me has abierto una nueva perspectiva. Has vuelto a sacarme a la brillante luz de la vida, me has abierto los ojos. Has hecho que el hielo se derrita. Y te estoy muy agradecida.

En cuanto a la estructura, la novela se compone de treinta y siete capítulos cortos más un prólogo y un epílogo. En cada capítulo el punto de vista es de una o de otra alternándose sin un orden. La historia salta del presente al pasado con flashbacks en los que cada una narra sucesos de su vida en monólogos que comienzan con el nombre de la narradora. Monólogos intensos, porque intenso, y muchas veces duro, es lo que cuentan y, a veces, también son poéticos. Con frecuencia, cuando alguna de las dos va a empezar a hablar, inicia su relato, al final del capítulo anterior, con expresiones del tipo: déjame que te cuente como ocurrió, o te voy a contar cómo fue… dándole al relato un carácter de narración oral.

No he encontrado ninguna entrevista a la autora ni ninguna crítica del libro. Sólo el enlace a la página web de la autora en inglés. Si encontráis vosotros algo sobre ella o el libro, os agradezco que lo pongáis en los comentarios.

Bien. Os dejo con Astrid y Veronika: amistad, amor (en todas sus facetas), infancia, familia, pérdidas, sentimientos, recuerdos escondidos o enterrados…

Plazos

Como la novela no es muy larga, vamos a dividir la lectura en dos partes. Leeremos a lo largo de una semana hasta el final del capítulo 20, “Sólo a ti te cuento lo que nadie más imagina. En caminos interminables tú fuiste mi soledad”, (Pág. 113).

Os reitero lo de siempre, sobre todo a los nuevos: escribir en este post, mientras vais leyendo esta primera parte, sólo vuestras impresiones iniciales sobre la lectura o los personajes, o sobre lo aquí escrito, pero no la comentéis, ni esta parte ni mucho menos en su totalidad. Cuando publique el post de análisis correspondiente a esta primera parte de la lectura dentro de una semana, y todos hayáis leído dicha parte, entonces podréis explayaros ampliamente en vuestros comentarios sobre ella en dicho post. Debéis respetar los plazos de lectura y dejar vuestros comentarios en los post respectivos a cada parte. ¡Buena lectura!

Nuestro próximo libro: ASTRID Y VERONIKA de LINDA OLSSON

15 Nov

Portada de la novela «Astrid y Veronika» de Linda Olsson. Ediciones Salamandra.

Saltamos el charco de vuelta a Europa de la mano de la escritora sueca Linda Olsson. Y del mundo masculino nos vamos al femenino con la primera novela de la autora: Astrid y Veronika (2005). Una mujer que nos va a contar una historia de amistad entre dos mujeres. Dos mujeres muy diferentes. Veronika es una escritora joven que se refugia en una casita de campo de una zona boscosa del interior de Suecia después de haber recorrido medio mundo. Allí conocerá a Astrid, una anciana que nunca ha salido de su pueblo y que no se relaciona con nadie. Ambas comienzan una frágil relación que se tornará más compleja a medida que vaya pasando el tiempo.

La novela fue muy bien acogida en Suecia, donde obtuvo, entre otras distinciones, el prestigioso premio de los libreros. Asimismo, se convirtió en un sorprendente éxito de ventas en Estados Unidos, siendo destacada por el suplemento de libros del New York Times como uno de los mejores libros del año.

A partir de mañana miércoles 16 podéis pasar ya a recoger vuestro ejemplar en la Biblioteca Fórum. Disponéis de una semana para ello. Los que vivís fuera también contáis con una semana para conseguir el libro editado por Salamandra.

No os olvidéis de devolver vuestro ejemplar de Canciones de amor a quemarropa. Gracias.

Nos encontraremos aquí en el plazo de más o menos una semana para empezar a leer Astrid y Veronika. Mientras, los que todavía no habéis dejado vuestros comentarios finales sobre el libro de Nickolas Butler, podéis hacerlo a lo largo de estos días.

Tras treinta y tantos años por fin habíamos dejado atrás la infancia

9 Nov

Rodeo. Foto en flickr de Carol Von Canon. Algunos derechos reservados por Big Grey Mare.

Y llegamos a la última parte de Canciones de amor a quemarropa en la que se suceden numerosos capítulos, la mayoría cortos. El mayor protagonismo lo van a tener Henry y Lee que vivirán una rocambolesca situación que a manera de símbolo servirá para solucionar la brecha que se ha abierto en su amistad. Todos van a terminar por encontrar su lugar en el mundo, como no podía ser de otra manera en una historia vitalista y positiva. Amigos para siempre, como dice la canción.

Mientras todos están buscando a Ronny, Beth recuerda cómo un día en aquella época confusa de su vida (no sé qué hacía ni qué límites quería romper), justo después de acostarse con Lee, Ronny la invita a un rodeo en Minneapolis en el que va a participar. Como dos buenos amigos pasan la noche bebiendo y charlando y será Ronny quien la ayude a salir de su confusión: Deberías volver con Hank. Te quiere. ¿Te das cuenta? Te quiere muchísimo, te quiere de verdad […] Hank es mi amigo, y es un buen tipo y está loco por ti, joder. Desde siempre… Ya lo sé, se supone que deberíamos estar todos por ahí viviendo a tope y todo eso, pero, la verdad, me parece que al final ese rollo es una chorrada enorme. Todo el mundo espera a esa persona única. Y Beth, una semana después, vuelve con Henry: al cabo de un año nos casamos. Al cabo de cuatro, tuvimos a nuestra primera hija, Eleanore. Para Beth, Ronny es un ángel que siempre ha estado y estará ahí para ayudarte.

También Lee tiene buenos recuerdos de su gran amigo Ronny. Mientras le está buscando junto a los demás, con la nieva casi hasta el cuello, recuerda cómo le llamó todo entusiasmado para decirle que se casaba y que quería que fuese su padrino (muy al contrario que él que, cuando se casó, únicamente les envió una invitación y unos billetes de avión). Lee, que aunque sólo lleva un mes casado con Chloe, siente que las cosas no van bien entre ellos, no puede dejar de alegrarse infinitamente y sentir cómo sus amigos siempre están ahí. Y será Lee, junto a Eddy, el que acabará encontrando a Ronny tendido en el patio de la escuela con los pies casi congelados, pero a salvo.

Cuando encontraron a Ronny volví a la fábrica, me hice un poco de café y me quedé sentado en el despacho mirando por la ventana. Kip toma la palabra. Está solo y se encierra en el único lugar en el que se siente él mismo. Esa fábrica que ha reformado, ya no sabe muy bien para qué, y que le ha arruinado: desde el mismo día de mi boda, pensé en cuánto me habría gustado volver a empezar, haber hecho las cosas de otro modo. En primer lugar, Felicia y yo hubiéramos hablado sobre todo lo que teníamos que hablar, todo aquello que siempre había estado latente. Hijos, Little Wing, la fábrica de piensos, el dinero, todo. Es justo en “su” fábrica dónde se va a celebrar la boda de Ronny. Y eso le lleva pensar en su propia boda y en Felicia. Decidí coger el coche para ir adonde estaba ella, a ese motel entre Little Wing y Eau Claire. Kip le propone que se marchen de Little Wing (él, en el fondo, quiere volver a Chicago), ella le pide tener un hijo: me dejas embarazada y nos vamos. Y Kip se rinde y accede. La reconciliación es un hecho. Serán felices y tendrán una casa llena de niños, tal como Felicia desea.

Y por fin llega la boda de Ronny y Lucy: pese a los dedos congelados y a la nariz colorada, Ronny insistió e casarse en el día y la hora convenidos. Será Lee quien nos la cuente. Todo el pueblo va a estar presente. Fue una boda preciosa, la típica boda luterana. Y va a unir a todos los amigos: no sabía cómo, pero el muy cabrón se había salido con la suya, había vuelto a juntarnos a todos. En ese espíritu de hermandad y felicidad, Lee decide que ya va siendo hora de reconciliarse con Kip, al que se le ve muy feliz, y le invita a salir fuera a tomarse una cerveza: Venga tío, ¿no vas a dejar que me disculpe? Lee siente que Kip ha cambiado y, además, sabe apreciar que el éxito de esa boda se debe a su buen hacer: lo que él había hecho era algo fuera de lo común, era algo bueno. Era una de esas cosas que se han perdido en América, me temo. Pueblos enteros, comunidades enteras unidas para celebrar algo, para divertirse. Sin política, sin negocios de por medio, sin un orden del día […] América, diría yo, consiste en gente pobre tocando música y en gente pobre compartiendo comida y en gente pobre bailando aun cuando llevan una vida tan desesperante y tan deprimente que ya ni debería haber sitio para la música o para algo de comida extra, cuando no deberían quedarles energías ni para bailar. Y ya me pueden venir con que no tengo razón, con que somos un pueblo puritano, un pueblo evangélico o un pueblo egoísta, pero yo no lo creo. No quiero creerlo. Estos dos párrafos, creo yo, contienen una de las ideas centrales que Nickolas Butler nos quiere transmitir con su novela. La visión, positiva, que él tiene y que nos quiere hacer llegar de la sociedad americana, sobre todo de lo que un día fue su país: todos juntos celebrando algo aunque no tengan donde caerse muertos. ¿No creéis?

Y sumidos en esta onda de buenrollismo, llega el turno de que se reconcilien los únicos que quedan por hacerlo: Lee y Henry. Será este último el que empiece a contárnoslo. Todo girará alrededor de un absurdo tarro gigante de huevos encurtidos. Decenas de huevos, cientos, tal vez, suspendidos en ese líquido amniótico turbio y verdoso que está detrás de la barra del bar de los veteranos. Los dos amigos están tomándose una cerveza en el bar: estábamos taciturnos y apesadumbrados. Los dos queríamos, muy en el fondo, volver a ser amigos, pero no sabíamos si eso sería posible, si lograríamos olvidar y deshacer […] Tomábamos un trago tras otro con ansía. Bebíamos para emborracharnos, para soltarnos. Y, de pronto, Lee, seguramente ya algo borracho, decide que va a robar ese tarro que lleva allí olvidado años, siglos, y que Henry, por supuesto, le va ayudar. Antes le pide perdón pero Henry se resiste, incluso Lee le propone pegarse porque dejaría que me molieras a palos si así volviéramos a ser amigos. Pero Henry está lleno de rabia y celos y siente que su amigo le ha traicionado: cada vez que se despertaba en mí algo parecido al perdón, evocaba alguna imagen de él y Beth juntos en la cama y me volvía loco. Y como no saben qué hacer, pues ¿por qué no robar ese maldito tarro de huevos y así convertirse en cómplices?, piensa Lee. Todo muy rocambolesco, todo muy americano, ¿no creéis? Yo creo que lo hemos visto en cientos de películas “made in USA”. No sé cómo vamos a arreglar esto, tú y yo, sin recurrir a algún acto juvenil de, ya me entiendes, solidaridad mutua.

Hablan claro y Henry finalmente le dice que para volver a confiar en él necesita tiempo, pero yo estaba tristísimo, más que nunca, y más solo que nunca, también. Porque sabía que podíamos seguir siendo amigos, pero sabía también que nunca, nunca, podría confiar en él lo bastante como para poder meterlo otra vez en casa o como para estar tranquilo cuando mi mujer anduviera por ahí. El tiempo había pasado. Todos habíamos tomado decisiones. Así que sólo les queda robar el tarro para salvar su amistad y, mientras Lee entretiene a los parroquianos que hay en el bar, será Henry el que lo robe (gana Lee y su poder de convicción, por fin cómplices en su acto simbólico de salvación de la amistad). Y por fin desaparecimos en la neblina de la noche de Wisconsin, sin un lugar adonde ir y con un inmenso tarro de huevos encurtidos entre los dos. Ya borrachos y en la calle comienzan a coger los  huevos y a tirárselos a los coches. Entre huevo y huevo, Lee le confiesa que se va quedar para siempre en el pueblo: he comprado la fábrica. Se la he comprado a Kip […] Puede que esté tirando el dinero […] Voy a montar un estudio de grabación, abriré un pequeño teatro y el pueblo tendrá música en vivo lo quiera o no. Y lo ha hecho para salvar a Kip de la quiebra y que se pueda marchar a Chicago, que es lo que desea. También, porque en el fondo quiere vivir en su Little Wing pero sin abandonar la música. Ahora estarán sólo los tres en el pueblo: Henry, Beth y Lee.

Y para que la amistad entre ambos quede sellada completamente, Lee terminará herido de bala en una pierna por un chaval que, al romperle el parabrisas con uno de los huevos, le ha disparado (también muy americano). Pero, como, afortunadamente, no es una herida muy grave, todo se arreglará incluso sin ir al hospita, sacándose el propio Lee la bala con la inestimable ayuda, claro, de su ya gran amigo Henry. Asunto resuelto “a la americana”. Entre medias de todo este desaguisado, hay un corto capítulo en el que Ronny nos cuenta que Chicago me gusta. A veces me subo al tren elevado con Christina, la niña, sólo por salir un rato del apartamento. Es un ángel (como no podía ser de otra manera, siendo hija de él)  […] Y ya nadie se fija en mí. Nadie me dice lo que tengo que hacer o dejar de hacer. Y cuando me pierdo, pido ayuda y ya está, porque llevar a un bebé en brazos no va nada mal. También Beth tomará la palabra en un breve capítulo en el que a través de una serie de recuerdos llegará a la conclusión de que todo ha merecido la pena: cada pelea, todos estos años de experimentación y de inmadurez, el desengaño aislado, la mísera cuenta corriente, las camionetas viejas de segunda mano. Haber vivido con otro ser humano, otra persona, con este hombre, todo este tiempo, y haberlo visto cambiar y crecer. Haber visto cómo se volvía más respetable, más paciente, más fuerte y más capaz; cómo quiere a nuestros hijos, etc, etc. Otro asunto resuelto.

La novela se está terminando y Lee nos cuenta con todo detalle, en un largo flashback, la boda de Henry y Beth (muchas bodas, ¿no?) y nos confiesa que todavía la quería, esperando, loco de amor y de tristeza. Y se permite soñar por un momento: ella y yo juntos sobre una cama blanca, con los brazos y las piernas enredados, su pelo castaño, la luz del sol por la mañana y la alegría de hacer un bebé juntos […] Qué tristeza despertar de ese sueño, Dios, para ver mi futuro tal y como se presentaba en realidad: décadas sin esa mujer, décadas viéndola con mi mejor amigos. Pero así estaban las cosas. Incluso se va a las cuatro de la madrugada hasta la habitación del hotel donde sus amigos están pasando la luna de miel. Y cuando está a punto de llamar a la puerta no sabe muy bien ni por qué, pasa ante sus ojos la vida que le espera, que se resume en su éxito y su soledad. Así que bajé el puño hasta la cadera y dejé escapar por la boca años de amor.

Creo que se me nota que no me ha convencido demasiado cómo el autor plantea y resuelve el autor el triángulo Henry-Beth-Lee. Pero, por lo demás, es una novela agradable que ensalza la amistad, el amor y las cosas sencillas de la vida. Aprender que en ellas se encuentra la respuesta a ese algo que todos estamos buscando creo que es el objetivo de esta historia. Y, sobre todo, quiero destacar al que yo considero el verdadero protagonista de Canciones de amor a quemarropa: Little Wing. Cuando el autor nos habla de este pequeño pueblo y lo que implica vivir en él, así como de la naturaleza que le rodea, su prosa se hace grande y ensombrece a todo lo demás que contiene esta novela.

Plazos

Es hora de vuestros comentarios sobre esta última parte de la novela y sobre toda ella en general. Saquemos conclusiones. Espero que sean numerosas como así lo han sido en el anterior post. Disponéis de una semana para ello.

Polvo de maíz amarillo ascendiendo a los cielos

2 Nov

Wisconsin Winter Snow (In Color). Foto en flickr de sswj. Algunos derechos reservados.

Esta segunda parte que vamos a comentar también está dividida en cinco capítulos correspondientes a los cinco amigos. Comienza con un largo capítulo en la voz de Lee. Han pasado unos meses desde su boda y el músico vuelve a Little Wing, esta vez con la intención de quedarse para siempre, porque su matrimonio con Chloe ha fracasado, tal como pronosticó Beth. Llama la atención que por encima de su tristeza está la alegría por volver: en casa, repetirá varias veces. Es muy fuerte lo que le une a Lee con este pueblo, tanto como para conseguir que la fama no se le suba a la cabeza y siga siendo un hombre sencillo con los pies en la tierra. En este capítulo se alternan dos vueltas al hogar de Lee motivadas por dos fracasos en diferentes tiempos. El fracaso de su carrera como músico en el pasado que le hace volver a Little Wing derrotado y el fracaso personal de su divorcio en el presente que también le hace volver. Lee siempre vuelve a su origen. Sobre todo cuando está vencido por su propia vida. Y Little Wing le da respuestas o el impulso necesario para continuar. Ahí radica la fuerza de ese pequeño lugar tan importante para todos ellos.

Cuando vuelve diez años atrás sin saber muy bien qué va a hacer respecto a su música y se va a vivir a una granja a las afueras con una anciana y varios mexicanos acabará componiendo las canciones que siempre ha querido componer y que nunca había conseguido antes. Y será el principio de su éxito como músico. En un viejo gallinero sin apenas medios compondrá su disco “Shotgun Lovesongs” que le llevará a lo más alto de la fama. Un disco que nace de su propia desorientación y, sobre todo, del desamor. Todas serán canciones dedicadas a su amor por Beth (El disco, ese disco en cuya producción no gasté más que seiscientos dólares, vendió un millón seiscientas mil copias. Cada semana vende más que la anterior. Y las canciones de amor. Las escribí todas para Beth). Porque, como ha contado ella en el capítulo anterior, será en esa granja donde ambos vivirán una noche de amor que queda en nada pero que le dará el impulso necesario para convertir en canciones todo lo que siente por ella y no puede ser vivido (esa noche la recordaré durante el resto de mi vida. Me he acostado con cientos de mujeres. Más de mil, tal vez. Habré tenido más amantes que Little Wing vecinos. Pero esa noche con Beth es la única que recuerdo. Es la que me confunde, la que hace que el corazón me duela, la que me acelera el pulso). Es curioso cómo Lee encuentra su voz y la fama consiguiente a través de un desengaño amoroso. Mi música se parecía mucho a ese gallinero: un lugar frío sediento de calor. Las canciones arrancaban muy despacio; luego llegaba el deshielo y comenzaba a fluir. Si a media pista, en plena grabación, la estufa dejaba escapar un ruido, allí se quedaba.

Y a su vuelta a Little Wing diez años después, ya famoso pero fracasado de nuevo en su matrimonio con una actriz célebre, un matrimonio que no ha durado ni medio año, Lee siente renacer su amor por Beth a la que cree que  nunca dejó de querer. Pero Beth está felizmente casada con Henry, su mejor amigo, con el que ha tenido dos hijos. Y Lee, probablemente perdido y confuso por el dolor que le ha provocado el abandono de Chloe, mezcla sentimientos y se aferra a lo que sintió en el pasado por Beth (no sabría distinguir entre el amor, la soledad, la añoranza y la debilidad. ¿Qué coño sé yo del amor?). Y no se le ocurre nada mejor que, ciego de porros (¿una excusa para justificar su comportamiento?), contarle a Henry todo lo que pasó entre Beth y él hace diez años. Y mientras se lo va contando hay una voz interior que le dice que no está haciendo lo correcto pero él continúa impulsado no sé sabe muy bien porqué, como si quisiera estropearlo todo entre él y Henry (estás saltando por un puto barranco. ¿Qué coño haces? No les jodas la vida a ellos también), o es simplemente el dolor y la confusión lo que le ciegan, además de los porros: Puede que esté enamorado de Beth. “Demasiado tarde”. […] En realidad, creo que llevo mucho tiempo enamorado de ella. “Es guapísima…” […] Creo que ella también me quiere  […] Lo siento, pero tenía que decirlo  […] Hace años nos acostamos. “Cállate ya”. Henry le contesta: “¿Tú quién coño eres? Y la voz interior prosigue: “Me había equivocado” […] Tú y yo hemos acabado. ¿Me entiendes? Y que no te vea por ahí. Hemos acabado.

Lee siempre ha envidiado a Henry y a su matrimonio feliz. Algo que él nunca ha conseguido: nunca los he visto pelearse […] Siempre tan naturales […] Hace años que le tengo envidia a Henry: casado con una mujer preciosa y haciendo exactamente lo que quiere hacer. Al aire libre, bajo el sol, conectado con todo. Los padres de Lee se divorciaron cuando él había terminado el instituto. Cada uno se fue a vivir a otro lugar y me dejaron sin un hogar. A pesar de la de vueltas que había dado, Little Wing era el único lugar que conocía de verdad. Little Wing, donde estaban todos mis amigos.

Le toca el turno a Henry en un capítulo corto que centra en su padre: mi padre no tenía amigos. A través de un hermoso canto de amor al padre ya fallecido hace tres años, Henry, que está profundamente decepcionado de la amistad al saber que su mejor amigo le ha ocultado todos estos años lo que pasó con Beth y lo que parece que continúa sintiendo por ella, piensa que la mejor postura ante los demás es la que mantuvo su padre que nunca tuvo amigos y centró todo su amor en su familia. Un hombre enamorado de su mujer (la única amistad que le había importado a mi padre era la de mi madre) y que compartía noches de futbol por televisión sólo con su hijo. Henry, que siempre ha tenido amigos, al contrario que su padre, piensa ahora que invitar a otro hombre a tu casa es como jugar a los dados. Porque cuando de hombres y mujeres se trata, cuando se trata de sexo, es probable que no se pueda confiar en nadie, que todos seamos unos animales. Tú crees que conoces a alguien, pero nunca puedes llegar a conocerlo del todo […] Cuando ahora pienso en todas las veces que Lee vino a vernos, siento que allanaron mi casa, que me violaron, que me mintieron. Es el momento de preguntaros qué pensáis de la reacción de Henry al saber de la noche de amor que tuvieron su mujer y Lee. Algo que ambos le han ocultado, algo que pasó cuando todavía no estaban casados en un periodo en el que, incluso, no estaban ni juntos ya que habían dejado la relación. Es decir, eran libres. A mí me parece un poco exagerada pero, por otro lado, la puedo entender si la vemos desde el punto de vista de que Lee era, es, su mejor amigo. Y, sobre todo, porque le dice que todavía la sigue queriendo y que ella también le quiere a él. En fin, contadme qué opináis vosotros.

Beth toma la palabra junto con Felicia, de la que se ha hecho muy amiga. Ésta la ha citado en el bar de los veteranos para comunicarle que se separa de Kip porque no quiere tener hijos y eso es lo único que ella desea. A pesar de su brillante carrera profesional de ejecutiva el gran anhelo de Felicia es ver su casa llena de niños: no quiere hijos, ni los quiere ahora ni los ha querido nunca. No sé en qué andaría yo pensando. No tengo ni puta idea. Casarme con él. Venir aquí. Al ver el cariz que toman las cosas, Beth pide unos chupitos. También lo hace por ella porque desde que Lee había perdido la razón y se había ido de la lengua sobre lo que había pasado hacía ya casi diez años, Henry estaba cabreadísimo conmigo, como jamás lo había estado. Todo aquello era más de lo que yo podía digerir. Cuando Henry se lo cuenta, para los secretos, era de los peores, Beth se hunde: me puse a llorar. Era como si me hubiera pegado un puñetazo en la tripa y me hubiera dejado sin aire. No estaba deshecha por mí; estaba deshecha por Henry –este hombre tan, tan bueno, tan bondadoso –, mi marido. Beth decide darle tiempo ya que en su voz iba derritiéndose el hielo. Pero, después de un tiempo, sintiendo que, de alguna manera, lo está perdiendo, decide hablar seriamente con él: no estábamos casados, Henry. Pasó una vez. Sólo una vez […] No le quiero. Te quiero a ti. Eres mi marido y te quiero a ti. A Henry lo que más le duele es que haya sido con su mejor amigo. Y Beth medita sobre el asunto llegando a la conclusión de que nunca pensé que la  noche con Leland hubiera sido un error, pero ahora sí que lo pensaba. ¿Cómo no iba a pensarlo? ¿Iba a jugarme a Henry sólo por él, a mis hijos, a lo que piensan de mí y lo que pensarán de mí? ¿A perder mi casa, mi vida? Y todo porque me sentía sola, por la curiosidad. Creo que todo este tema de la “infidelidad” se le escapa un poco al autor. Me parece que no está bien planteado. Es como si necesitara que pasara algo en la historia y decide que sea esto, que no me parece tan importante, pero “tiene que serlo”. Pero como no lo es, entonces todos pasan de sentir unas cosas a sentir otras con una gran facilidad. A mi parecer no está bien desarrollado. No sé qué pensáis vosotros.

Nos vamos con Kip a lo alto de la fábrica de piensos. Yo creo que allí arriba es donde se siente él mismo, donde encuentra su esencia. Cuando Kip toma la palabra la prosa crece, es la mejor a mi parecer. Es el que tiene una voz propia más poderosa. Y completamente identificable. ¿No creéis? Es poética, sensible en sus descripciones de la naturaleza y en sus huidas buscando algo que le dé sentido a su vida. Es honesto en sus propias limitaciones, en sus errores. No se engaña. Y eso es mucho. Es el más imperfecto pero lo sabe. Me gusta Kip por esto y porque es el que más se aleja de tanto buenismo y perfección. Esto le humaniza y le hace más creíble que al resto. Sabe que en su relación con Felicia el problema soy yo […] Creo que no soy una buena persona. No le hago bien a la gente, lo sé. Lo que se me da bien es hacer dinero […] Pero vosotros plantificadme en una cena o invitadme al cumpleaños de vuestros hijos, y de repente me veré desamparado. Peor que desamparado, porque, por lo visto, siempre digo lo que no toca, siempre hago algo inoportuno. En lugar de ser simple y llanamente torpe, resulta que acabo siendo cruel […] Creí que esta fábrica, este edificio, sería el catalizador con el que mi vida iba a cambiar. Pensé que me aportaría algo concreto, algo real de lo que ocuparme […] A veces subo aquí y ni siquiera sé por qué. Para escapar, supongo. Para contemplar el mundo. Para ver qué viene después. No se ve capaz de tener hijos: nunca he logrado reunir el entusiasmo y el amor que hace falta para eso. La quería, de verdad que la quería. Y todavía la quiero. Pero no me veía siendo padre, siendo esa clase de hombre recto y respetable. Y se compara con Henry y no se ve a su altura: yo no soy Henry Brown.

Felicia ha terminado por irse a un motel cercano. No se ha alejado mucho porque en unos días va a celebrarse la boda de Ronny y Lucy (que está embarazada de seis meses) y quiere estar allí para ayudar. Pero le ha dejado aunque todavía le quiere: tienes que decidir si quieres ser un hombre o no, ya. Madura de una vez. Kip no se ve en el trajín de tener hijos, en la responsabilidad. Quiere disfrutar de su dinero, de viajes y lujos. Kip no ha madurado. Sigue siendo un niño que huye de cualquier responsabilidad personal a través de carreteras interminables con su Mustang. La fábrica ya está terminada y él arruinado, y no sabe qué va a venir a continuación. Y piensa en el suicido. Saltar desde lo más alto de esa fábrica. La verdad es que ya he subido en tres ocasiones distintas con la intención de acabar con todo. Pero no he podido. Simplemente no he sido capaz. La boda de Ronny se acerca y él lo ha preparado todo para que se celebre en la fábrica. El pueblo entero está invitado. Kip corre con todos los gastos: como ya os he dicho, me estoy esforzando.

La voz de Ronny cierra esta segunda parte de nuestra  lectura. Se está preparando para la boda a la vez que se acerca una tormenta de nieve que justo los va azotar el sábado 5 de enero: el día de su boda con Lucinda Barnes. Lee le acompaña a Eau Claire a comprar su traje de boda. Ronny se preocupa porque ha percibido que él y Henry no se hablan y quiere que su regalo de boda sea que vuelvan a ser amigos pero Lee no le promete nada. Ronny todavía no le ha dicho a Lee que después de casarse se va a ir con Lucy a Chicago a empezar una nueva vida ayudados por Chloe. Lucy sabía que yo había intentado escapar del pueblo y había pensado que tal vez esta era nuestra oportunidad de salirnos con la nuestra, de seguir adelante con nuestras vidas. De intentar algo distinto. Lo que no sabe Ronny es que al volver a Little Wing le espera una fiesta sorpresa en el bar de los veteranos. Una despedida de soltero en toda regla: yo no me lo podía creer. No me podía creer que todo el mundo estuviera ahí: toda la gente que conocía, toda la gente a la que quería. Pero esta vez sus amigos están demasiado borrachos pasándoselo en grande para evitar, como siempre hacen, que alguien le dé un chupito a Ronny. Y luego otro, y otro, y otro… hasta que ya no me acuerdo de nada salvo de tener la conciencia de que ya no estaba en el bar y de que hacía un frío del carajo y yo estaba completamente perdido […] Lo cierto es que perdí el conocimiento. Yo mismo apagué el interruptor. Buenas noches. Cuando vuelve en sí, Ronny está en medio de la tormenta de nieve, solo, mareado y sin ninguna referencia. Lo único que se le ocurre es ponerse a cantar una de las viejas canciones de Lee a ver si alguien le oye pero la nieve le va cubriendo y se tumba en el suelo agotado de tanto andar sin rumbo: sobre todo no te duermas  […] Tú sigue cantando. Te mantendrá caliente […] te mantendrá despierto.

Plazos

¿Qué pasará con Ronny? Tendremos que esperar a la tercera y última parte de nuestra lectura para saberlo. Mientras, podéis ir dejando vuestros comentarios sobre esta segunda parte a lo largo de una semana. Espero que sean muy numerosos. Seguiremos, a la vez, nuestra lectura desde el capítulo “B” (página 241) hasta el final de la novela.