La relación de Tsukiko con el maestro prosigue con altibajos. Se distancian, se acercan. En un encuentro casual, ella le comenta que tiene una cita con otro hombre y el maestro súbitamente la invita a ir a jugar a un salón de pachinko, Tsukiko abandona sus planes y se va con él, están claras sus preferencias, pero le pregunta, como sin darle importancia, por la profesora Ishino. Ambos están celosos pero ambos quieren estar juntos: Los pequeños brotes recién nacidos habían dado lugar a un follaje exuberante. El maestro y yo caminábamos despacio, bajo el mismo paraguas. De vez en cuando, su brazo rozaba mi hombro accidentalmente.
Aun así, Tsukiko ha quedado ya cinco veces con Takashi, y en la última cita éste le propone ir de viaje con él a comer truchas. Le apetece pero le da largas: me gustaba la risa de Takashi. Estuve a punto de aceptar la invitación, pero seguí esquivando la respuesta. Se compara con él. A sus treinta y tantos años, le ve como un hombre: siempre hacía lo que tocaba según la edad que tenía. Su vida transcurría de forma equilibrada, y su cuerpo y su mente se desarrollaban proporcionalmente a su edad. Yo, sin embargo, todavía no me podía considerar una “adulta” hecha y derecha. Cuando iba a la escuela primaria era bastante madura. Empecé a estudiar secundaria y luego pasé a bachillerato, pero mi nivel de madurez disminuía a medida que transcurrían los años. Nunca me he llevado muy bien con el tiempo. En un nuevo encuentro con el maestro se da cuenta de que no quiere ir con Takashi: tumbada en el suelo, con la mejilla apoyada en el tatami, evoqué la vaga incomodidad que sentía cada vez que estaba con él. Era una molestia casi imperceptible, pero que nunca se desvanecía del todo. Y le propone al maestro ir con ella de viaje a comer truchas. Ante su negativa, Tsukiko se desespera tanto que le grita: con usted iría al fin del mundo, maestro. Y añade: lo que pasa es que estoy enamorada de usted. El maestro la mira perplejo y le dice que se ha vuelto loca, que solamente es una niña que teme los truenos, pero la abraza: nada tenía sentido. Era absurdo que yo le hubiera dicho al maestro que estaba enamorada de él, y que él estuviera tan tranquilo a pesar de que aún no me había dado una respuesta. Aquellos truenos repentinos también eran irreales, así como la asfixiante humedad que se había instalado en la salita desde que el maestro había cerrado la ventana. Todo parecía un sueño.
Finalmente el maestro la invita a un viaje de fin de semana a una isla: no sabía por qué el maestro me había invitado a viajar con él. Cuando le confirmé que lo acompañaría, su rostro no reflejó ningún tipo de emoción. Estarán en habitaciones separadas. Nada más llegar, el maestro le propone dar un paseo. Un largo paseo que terminará en un cementerio en el que, ante una tumba, se pone a rezar: es la tumba de mi mujer […] Quería venir aquí contigo […] Era una mujer extravagante. Todavía sigo pensando en ella. Tsukiko se siente ofendida y celosa y vuelve sola a la pensión. No se da cuenta de que el maestro necesita hacer esa visita para cerrar un ciclo de su vida que le permita abrir otro en el que pueda vivir su amor por la joven. ¡Está tan perdida, la pobre!: ¿Qué estaba haciendo con mi vida? Estaba en una isla que no conocía, arrastrando los pies por un camino desconocido y había perdido de vista al maestro, a quien creía conocer pero en realidad tampoco conocía. No me quedaba otra opción que emborracharme.
Está desesperada porque el amor va invadiéndola y no sabe qué es lo qué quiere el maestro de ella y recuerda cómo se conocieron y de ser su viejo profesor fue lentamente pasando a ser otra cosa: en algún momento, más adelante, al sentarme a su lado empecé a notar la calidez que desprendía. Su presencia dulce y afectuosa se filtraba a través de la tela de su camisa almidonada. Era caballeroso y tierno a la vez. Nunca he sido capaz de describir la presencia que irradiaba el maestro. Cuando intentaba capturarla, se esfumaba para aparecer de nuevo en otra ocasión. Me preguntaba si aquella presencia se convertiría en algo palpable en el caso de que el maestro y yo nos acostáramos juntos. Pero su misteriosa presencia siempre se me acababa escurriendo de las manos. Tsukiko no puede dormir y va a la habitación del maestro. Lo encuentra escribiendo haikus y le pide que le ayude: escribía llena de indignación. Era la primera vez en mi vida que lo intentaba, pero los versos me salían sin pensar. Escribí diez, doce, veinte poemas. Esa noche acaban durmiendo juntos mientras el maestro la acaricia.
A pesar de lo que ocurre en la isla, vuelven a distanciarse: llevaba un tiempo sin ver al maestro. Seguía yendo a la taberna de Satoru, pero no lo veía sentado en la barra como de costumbre. Aquí se intercala un sueño, ¿o realidad?, muy extraño en el que ambos están en algún lugar de la costa bebiendo sake. El maestro hace el pino y en esa situación tan anómala, se superponen escenas de la mujer del maestro y de su vida en común también muy raras. El maestro le dice que están en la frontera. Pareciera que el sueño simboliza un lugar de tránsito entre su otra vida con su mujer y la nueva vida que le espera con Tsukiko. Una frontera que tienen que atravesar. Y cada cierto tiempo, diversos elementos de la naturaleza susurran: ¡Ven! ¡Ven!
Extrañamente, después de este intervalo tan simbólico, Tsukiko decide evitar al maestro a propósito. Dice que la visita a aquel lugar tan extraño no tuvo nada que ver con nuestro distanciamiento. Piensa que si no vuelve a verlo, lo acabará olvidando. Está convencida que el maestro no siente nada por ella. Aunque está acostumbrada a estar sola, no se siente a gusto. Y vuelve a quedar con Takashi pero, una vez más, no funciona. Y entonces, dos meses después, vuelve a la taberna: pensé que después de dos meses ya lo habría superado. Se entera de que el maestro no va porque está resfriado: el grillo seguí cantando. Oía mis latidos y el zumbido del torrente sanguíneo circulando por mis venas. Mi corazón latía cada vez más acelerado. Y va a su casa. No puede remediarlo. Está preocupada: seguía siendo el mismo de siempre. En cuanto le vi la cara, las fuerzas me abandonaron y las rodillas me flaquearon. Tsukiko está enamorada hasta el tuétano y, por supuesto, no ha conseguido olvidarlo. Después de una visita cordial, se marcha: hacía un buen rato que había dejado atrás la casa del maestro, pero seguía dirigiéndome a él como si estuviera a mi lado. Caminaba despacio, siguiendo el curso del río. Parecía que estuviera hablando con la luna.
Y, de pronto, el maestro la llama por teléfono (nunca lo había hecho antes) y le pide una cita: ir juntos a una exposición de caligrafía antigua en el museo de arte. Su voz suena dulce: en cuanto se cortó la comunicación, me dejé caer al suelo. A lo lejos oía los pitidos procedentes del auricular, que seguía sujetando en la mano. Tsukiko está tan asustada que decide mantener una distancia: quería mantener una relación formal, superficial y duradera, sin esperar nada a cambio. Ya había intentado acercarme a él, pero no me había dejado. Era como si hubiera un muro invisible entre los dos. A primera vista parecía blando y maleable, pero por mucho que lo presionara no me devolvía nada. Era un muro de aire. Ella está nerviosa (estaba mil veces más nerviosa que el primer día que salí con un chico), él, como un acto simbólico, paga por primera vez. Una vez vista la exposición se sientan en un sofá: notaba el calor que desprendía el cuerpo del maestro, sentado a mi lado. Mis sentimientos afloraron de nuevo. Aquel sofá duro e incómodo me parecía el lugar más agradable del mundo. Me sentía feliz a su lado. Eso era todo. Y, por fin, el maestro se sincera con ella. Le dice que ha sido un poco obtuso todo este tiempo y la abraza: cuando me abrazó, el tiempo parecía haberse detenido. Y con su formalidad le propone iniciar una relación basada en el amor mutuo. Ella acepta y él se siente feliz: el maestro me rodeaba con su cálido abrazo, y yo no sabía si reír o llorar. Al final, no hice ni una cosa ni la otra. Me tranquilicé y me acurruqué en sus brazos, en silencio.
El último capítulo, titulado, no en vano, “El maletín del maestro”, nos narra el tiempo que pasaron juntos. Ya no se encuentran casualmente, sino que se llaman por teléfono y quedan, pero aun así en las formas las cosas no habían cambiado mucho. La única diferencia era que la incertidumbre había desaparecido. Ella nos cuenta que la bondad del maestro procedía de su estricto sentido de la justicia. No era amable conmigo para hacerme feliz, sino porque analizaba mis opiniones sin tener ideas preconcebidas. Se podría decir que su bondad era más bien una actitud pedagógica. Por eso cuando me daba la razón me sentía mucho más feliz que si se hubiera limitado a decirme que sí para tenerme contenta. Aquello fue todo un descubrimiento. No me siento cómoda cuando me dan la razón sin tenerla. Prefiero mil veces que me traten con justicia. Totalmente de acuerdo. Son felices. Sin más. Pero, falta una cosa: el maestro y yo todavía no habíamos hecho el amor. A Tsukiko no la importa mucho, no entra en sus prioridades. Pero al maestro sí le preocupa: el contacto corporal es básico, Tsukiko […] pero no estoy seguro de si podré hacerlo o no. Y si fuerzo la situación sin estar convencido y las cosas no salen bien, perderé la poca confianza que me queda. Ese miedo es lo que me impide dar el paso. Lo siento muchísimo.
Las citas se suceden, se dicen te quiero y, por fin, un día, hacen el amor apasionadamente. Todo es perfecto. Nuestra “relación oficial”, tal y como solía decir él, duró tres años. No tuvimos más tiempo que compartir. No ha pasado mucho tiempo desde entonces. El maestro me dio su maletín. Lo dejó escrito en su testamento. En el entierro, el único hijo del maestro le da las gracias: cuando oí el nombre del maestro, Harutsuna, las lágrimas me inundaron los ojos. Hasta entonces casi no había llorado. Lloré porque aquel nombre, Harutsuna Matsumoto, me resultaba muy poco familiar. Lloré porque el maestro se había ido antes de que me acostumbrara a él. Después de morir el maestro, Tsukiko lee en voz alta poemas y estudia la poesía japonesa: He recorrido un largo camino, / el frío penetra mi ropa gastada. / Esta tarde el cielo está despejado, / ¡cómo me duele el corazón!
Preparo el tofu hervido como él, con bacalao y crisantemo. “Algún día volveremos a vernos, le digo, y el maestro me responde desde el cielo: “No tengo la menor duda”. En noches como ésta, abro el maletín del maestro. En su interior no hay nada, sólo un vacío que se extiende. Un enorme espacio vacío que crece sin parar.
Plazos
Una vez terminada esta hermosa y sutil historia de amor, de la que la escritora Ángeles Caso dijo que le parecía una de las historias de amor más bellas que había leído, es hora de vuestros comentarios sobre esta parte y la totalidad de la novela. Espero que sean numerosos y que os explayéis, ya que en la primera parte no ha habido muchos comentarios. Dedicaremos una semana a ello. Los espero con ganas. Sean o no favorables, yo creo que hay mucho que comentar.
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