Archivo | octubre, 2015

Mantener

27 Oct

Pescando a Ischia Ponte. Isola de Ischia. Foto en flickr por Andrea Parisse. Algunos derechos reservados.

Los peces no cierran los ojos se abre con una hermosa y enigmática cita de Itzik Manger, un poeta y también autor de canciones en yiddish y estudioso de la Biblia que nació en 1901 en el entonces Imperio austrohúngaro y murió en 1969 en Israel. Llama la atención la similitud con Erri respecto a su interés por la Biblia y además De Luca sabe hebreo y yiddish y suponemos que lee en esos idiomas a sus autores. ¿Qué opináis del contenido de la cita? ¿Por qué creéis que la ha puesto para encabezar el libro?

Como bien apunta Lory, el libro comienza situándonos en el mar como en medio de la vida (hermosa comparación, Lory): el mar no enseña nada, el mar hace, y a su manera. En el mar y con los pescadores es como se siente bien este niño sin nombre. Y aprende de ellos incluso a escribir (la presencia de la escritura ya desde el principio), de sus palabras en dialecto que cuando las decía eran escollos separados con muchas olas entre medias. La palabra y el silencio, y el trabajo con las manos de los más humildes. De ahí nace la escritura poética de Erri de Luca, no de la escuela, sino de la vida. Y de los luchadores inmersos en ella como afirma acertadamente Susana: los pescadores, la madre, el padre… Todos vienen de una guerra cercana en la que han sufrido y han perdido muchas cosas. Es un entorno duro y difícil el de ese Nápoles en el que crece el niño y Erri, que son la misma persona. Él no, pero muchos otros niños ya trabajan en una de las ciudades con mayor mortalidad infantil de la época: en tierra firme, en Nápoles, en cambio, sí que estaban, y de qué manera, los instrumentos y las horas de trabajo en los niños. El niño Erri se siente mayor ayudando a esos pescadores, él que vive a sus diez años una maraña de infancia enmudecida que desea dejar atrás alimentado por los numerosos libros que lee. Su mente crece pero su cuerpo no y eso le hace sentirse incómodo, en territorio de nadie. Y al cumplir diez años abandona esa infancia encerrada entre los castillos de libros de mi padre y se asoma al exterior. Un exterior duro que le hace llorar: a la edad en la que los niños dejan de llorar, yo, por el contrario, empezaba. La infancia había sido una guerra, a mi alrededor morían más los niños que los viejos. Y los libros ya no le bastan para aislarse: desde la ciudad llegaron a la vez los gritos, las miserias, las ferocidades a asaltar los oídos que había mantenido a distancia hasta entonces: a los diez se conectó el nervio entre el dolor de fuera y mis fibras. El mundo irrumpe desde la crueldad de la ciudad en la que vive, tanto que incluso vomita además de llorar.

Para aliviar el dolor, empieza a cantar en voz baja con la mano como telón tapándole a medias la boca. Y sigue leyendo los libros de su padre para aprender a conocer a los adultos por dentro: no eran los gigantes que pretendían creerse. Eran niños deformados por un cuerpo voluminoso. Eran vulnerables, criminales, patéticos y previsibles. Podía anticipar sus gestos; a los diez años era un mecánico del artefacto adulto. Sabía desmontarlo y volver a montarlo. Duras palabras porque aunque quiere hacerse mayor no tiene muy buena opinión de los adultos, ¿qué puede hacer entonces? Difícil, muy difícil se le ponen las cosas al niño Erri. Lo que menos le gusta de éstos es la distancia entre sus frases y las cosas. Para un niño al que el verbo mantener es su palabra preferida, los adultos decían, aunque fuera sólo a sí mismos, palabras que no mantenían. Aprende a conocerlos bien pero lo único que no entiende en ellos es el verbo amar. Siente que lo exageran. Para él, el matrimonio de sus padres es responsabilidad del verbo amar. Y él y su hermana son una de las extravagantes consecuencias de la conjugación. Esa palabra tan desconocida lo agobia porque a mi alrededor no veía y no conocía ese verbo amar. Por el contrario, el odio sí lo entiende: la ciudad se tragaba el odio, se lo intercambiaba con los buenos días de griterío y de cuchillos, se lo jugaba a la lotería. No era el de ahora, azuzado contra los peregrinos del sur, meridionales, gitanos, africanos. Era odio de mortificaciones, de pisoteados en casa y apestados en el extranjero. Aquel odio añadía vinagre a las lágrimas. Y la lectura de Don Quijote le abre los ojos a la realidad tan miserable como era. Quijote tenía razón pues nada era lo que parecía. La evidencia era un error, por todas partes había un doble fondo y una sombra.

La misma sombra que existe ante sus iguales: no llegaríamos a encontrarnos nunca. Ni siquiera en la isla durante el verano: ellos todas las tardes en los bares […] yo nadando o en la playa de los pescadores viendo el arrastre de las redes a la tierra. Sabe de los adultos por los libros pero no sabe ni comparte nada con sus iguales. En la isla, el niño Erri, entre los pescadores y no entre sus iguales, ha dejado de llorar y de cantar: la isla era mano abierta. Aun así, se siente inferior pues ha suspendido las matemáticas: el descubrimiento de la inferioridad sirve para decidir sobre uno mismo. La acepté sin humillación, todo consistía en admitirla. Había vastos campos del saber que no llegaría siquiera a rozar […] ninguna habilidad en nada ha podido corregir la noción de escasez que tengo de mí mismo. Sorprende la sabiduría de este niño y su visión de sí mismo y del mundo, es original, única, nada parecido a nada, ¿no creéis? Y humilde, todo el libro es una lección de humildad en el gran sentido que esta palabra contiene.

Y aparece por primera vez el adulto que narra: cincuenta años después me arrimo a esa edad de archivo de mis formatos sucesivos. Sus diez años contienen ya todo su futuro: en aquel cuerpo sumario estaba la conmoción y la cólera de los años revolucionarios, en el latín estaba el adiestramiento para las lenguas sucesivas, en el cráter del volcán estaban las montañas que subiría a cuatro patas. En los escombros reposados de la guerra estaba la de Bosnia que yo atravesaría y las bombas italianas sobre Belgrado del último año del 1900. Todo su destino está detrás, proviene de lo vivido en una ciudad que agota el destino. Y todo lo que ha escrito el autor estaba en los relatos de mamá, de la abuela, de la tía […] sus voces han formado mi sintaxis. Así como los crucigramas, los jeroglíficos, los anagramas, las criptografías: lo que entonces creía un vicio solitario fue en cambio el taller mecánico de la lengua.

Y en este punto es cuando empieza la pequeña-gran historia que contiene este libro. Aparece la chica del norte que devora a su lado en la playa libritos policiacos. Una chica que no se parece a ninguna que haya conocido antes en el colegio: creaba a su alrededor el efecto contrario, de silencio. Se miran con curiosidad y él se sorprende ante la novedad que supone en su vida fijarse en una persona de sus años. La niña, directa, le impreca: ¿tú por qué eres así? Quiere saber porque no está con los demás niños. Le cuenta que quiere ser escritora pero no sobre los mayores, no me interesan, sino sobre los animales: intento hacer lo mismo que ellos, no malgastar el tiempo. El niño Erri está fascinado, tanto que se le derrite el polo que tiene en la mano mientras le escucha hablar con esa determinación. Comienzan a conocerse y el niño le cuenta que su padre está en Nueva York buscando trabajo. Ha ido tras sus orígenes porque papá había deseado América desde que era niño. Les escribe cartas en las que les cuenta todo lo que hace y todo lo que ve: yo creo en lo que veo escrito. Hablando se dicen un montón de mentiras. Pero cuando uno las escribe, entonces es verdad. Leen juntos las cartas su madre y él. El hijo cuida de su madre, están muy unidos, la quiere, también a su padre, tan libre y diferente. Tres chicos los espían, se burlan, le envidian porque la chica le hace caso a él pero el niño no entiende todavía el verbo amar. Él no les tiene miedo, no le importan lo más mínimo esos chicos: hace falta desdén altanero cuando se oye hablar de más.

La niña del norte le habla de los animales. Mientras lo hace, no podemos evitar establecer un paralelismo entre el comportamiento de los animales y el de los humanos. Él la habla de los peces: algunos peces, en su guarida, llegan a resistir la fuerza de una barca, entonces se rompe el hilo de nailon doble y gana el pez. O pierde, y entonces sale a la superficie el furioso mero, todo cuello y mandíbula, hurtado del bolsillo del mar. Otras veces, el pez ha mordido el anzuelo y es atacado y despedazado por otros peces. Algo importante le está pasando al niño: la miro y no me vuelvo ni hacia aquí ni hacia allá, la miro fijamente mientras sigo contando. Ella escucha con los ojos también. La niña le dice que los machos se baten para aparearse con las hembras. Para ella no es más que batalla por el amor. Y el amor, en los animales es el impulso más fuerte. Amo a los animales, saben de nosotros y nosotros nada de ellos. Se bañan juntos y se cogen la mano bajo el agua: mantener, mi verbo preferido, había sucedido […] nunca había tocado algo tan liso hasta entonces. Ahora no sé si hasta hoy. Se lo dije, que la palma de su mano era mejor que el hueco de la caracola […] ¿Sabes que has dicho una frase de amor? […] Pero si ni siquiera sé lo que es.

La niña le advierte de que tiene que tener cuidado con los tres chicos, que van a ir a por él. Al niño no le da miedo, está acostumbrado a tener enemigos pero hay algo más importante: no me da miedo hacerme daño, salir herido. No me importa. No aprecio mi cuerpo y no me gusta. Es infantil, y yo ya no soy así. Lo sé hace más de un año, yo crezco y mi cuerpo no. Se queda atrás. De manera que, si se rompe, no importa. Mejor si se rompe, de allí deberá salir el cuerpo nuevo. Esa es la curiosa idea del niño, su plan secreto para abandonar ese cuerpo para siempre por lo que no va a impedir la agresión, es más, la va a buscar: debo decidir yo cuándo es la hora. Y quien busca, encuentra: empezaron los golpes que no conté […] Sé que no me defendí. Dolores sí, fuertes, pero también una calma testaruda desde el interior no me dejó gritar. El niño despierta en el hospital malherido. Ante las preguntas de su madre, no contesta: quería decirle: he sido yo. La madre le acompaña dos días en el hospital contándole historias de la posguerra: las historias de mamá, acompañadas de su voz enojada, divertida, grata en cualquier caso a su juventud, hacían que se me pasaran los dolores. Me olvidaba incluso de existir, cuando ella relataba.

El narrador adulto recuerda palizas posteriores en las que sí supo defenderse: no puedo reconocerme en ese niño que no se defiende. Su idea obstinada de querer abrir una brecha en el cuerpo para dejar salir del capullo infantil la forma sucesiva: debía de ser para él una certeza […] aquel niño de diez años queda hoy fuera de mi alcance. Puedo escribir sobre él, no reconocerlo.

Detienen a los tres chicos y los llevan ante él. Ni aun así los delata. El carabinero entiende su silencio y le alaba su generosidad (no su miedo): me volvían las lágrimas a los ojos por aquellas palabras, por la voz justa que me trataba como a una persona. Para él, en aquel momento, yo no era un niño. La niña va a verle y le pregunta si se va vengar. Ella cree en la justicia, él no: ¿Cómo podía una justicia resarcirme de mis heridas? Ningún castigo de esos tres me arreglaría el cuerpo. Tenía que curarse por su cuenta, con las historias de mamá, con el libro que estaba leyendo, con los boquerones fritos, no con el carabinero, la acusación ni la ceremonia de la ley […] la justicia no hacía efecto en mí. Pero su diferencia de opinión no es obstáculo para que dentro del niño está creciendo algo muy grande hacia esa niña: era una mujer, la primera que emergía de aquella multitud que no me interesaba. Otras veces he vuelto a vivir la sorpresa de una mujer que avanzaba hacia mí y el resto a su alrededor quedaba desenfocado. Reaparece el narrador adulto para afirmar: le debo la liberación del verbo amar, que en mi vocabulario estaba bajo arresto. Ella lo deducía de los animales, amar era uno de sus compromisos. Tenía que ver también con la justicia. El amor de los animales tenía un reglamento despiadado y leal.

Plazos
Comentaremos esta primera parte del libro a lo largo de una semana. Espero que sean numerosos los comentarios pues hay mucho de lo que hablar. Al mismo tiempo, continuaremos la lectura desde la página 67 hasta el final de la novela. He transcrito más que otras veces frases y párrafos del libro pero es que en este caso es mejor dejar hablar al autor, nada mejor que sus hermosísimas y certeras palabras para intentar comprender su verdad.

Los peces no cierran los ojos: intensidad, poesía y verdad

20 Oct

Napoli. Foto en flickr por **yukiko**. Algunos derechos reservados.

Los peces no cierran los ojos es una novela corta (115 páginas) de tintes autobiográficos narrada en primera persona. Escrita desde la veracidad de la madurez, el narrador y protagonista recuerda, cincuenta años más tarde, el verano de sus diez años en la isla napolitana de Ischia, que es su patria, su paisaje: me arrimo a través de la escritura a mi yo de hace cincuenta años, para un jubileo privado mío. Es importante resaltar a este narrador adulto ya que se hace presente, con frecuencia, en recuerdos de otros momentos importantes de su vida posteriores a la narración principal. Momentos y vivencias que comienzan a forjarse en aquella infancia en la que el niño, recién cumplidos los diez años, asoma su cabeza a la edad adulta para descubrir que la vida es muy diferente a como la había imaginado. Para el autor es muy importante esa cifra: la infancia acaba oficialmente cuando se añade el primer cero a los años. Acaba, pero no ocurre nada, uno se queda dentro del mismo cuerpo de crío atascado […] revuelto por dentro e inmóvil por fuera […] estaba en un cuerpo encapullado y sólo la cabeza intentaba forzarlo. Su mente, a través de las numerosas lecturas que me llenaban el cráneo y me ensanchaban la mente, crece más rápida que su cuerpo. Ese cuerpo que le oprime y del que necesita librarse como si fuera una costra que tiene que caer para poder crecer. El título se erige como metáfora de cómo este niño abre los ojos a la vida adulta. Al igual que los peces que pesca, no cierra nunca los ojos, no sólo cuando le besan sino tampoco a esa etapa de la vida que se abre ante él.

Un niño que se sabe distinto, solitario por falta de empatía con otros niños, pescador con los pescadores con los que se siente bien y de los que admira su sabiduría, esfuerzo y destreza, lector voraz a gracias a la vasta biblioteca de su padre. Los libros le hacen conocer a los adultos por dentro: sabía cómo tratarlos. Apasionado de los crucigramas y jeroglíficos a través de los cuales aprende la lengua y la precisión de las palabras. La omnipresencia del mar, contexto y escenario vital, con el que mantiene una relación directa. Su madre, fundamental en su vida, su padre ausente en Estados Unidos adonde le han llevado sus orígenes y la búsqueda de una vida mejor y su hermana, que no puede ser más distinta de él y que apenas aparece. Pero sobre todo la fascinante niña sin nombre que conoce en la playa, tan diferente como él, audaz, original, sabia, conocedora profunda del mundo de los animales y que quiere ser escritora. La niña con la que vivirá una historia de amor singular que le llevará a sentir y a comprender por primera vez ese amor, aunque él lo mire de reojo, que él lee en los libros y que no entiende e incluso desprecia pues le parece desmedido. Y que le hablará de justicia, de una idea de justicia que él no comparte puesto que cree que un delito o daño no puede ser reparado con el castigo (la inutilidad del odio y la sangre) ya que con éste no se van a curar sus heridas.

La infancia del protagonista ha sido la de la posguerra. La presencia de la guerra todavía cercana, vivida por sus padres y sufrida sobre todo por su madre que sueña cada noche con las sirenas que anuncian los bombardeos. Ser italiano en esa época no es fácil: éramos un país de apestados tras la guerra perdida por el bando obsceno. Y la idiosincrasia napolitana tan presente y determinante en todo el relato: nacer y crecer en esa ciudad agota el destino: vaya uno donde vaya, ya lo ha recibido como dote, mitad lastre, mitad salvoconducto. Para Erri de Luca, Nápoles es un lugar donde sus habitantes están listos para perderlo todo.

En un libro en el que apenas hay trama predomina el estilo: poético, intenso, preciso, profundo, original (no se parece a nadie). Su prosa es pausada, su escritura delicada, sensible. Pequeños párrafos con frases cortas. Consigue algo tan difícil como decir mucho con las palabras justas. Escrito con una sencillez sólo aparente pues contiene en sus palabras toda la complejidad de la vida. Frases que hacen reflexionar y otras que son poesía pura. Es un libro para leer parándote con frecuencia a respirar lo leído, a asimilarlo, a gozarlo. Los peces no cierran los ojos hay que meditarlo, releerlo como todos los libros de los grandes autores. Originales metáforas salpican el texto donde lo cotidiano nos lleva a lo esencial de la vida. El ritmo narrativo está muy medido y hay un amplio despliegue de recursos estilísticos. Hay quien ha dicho que es un poeta que escribe novelas. Pero sobre todo el autor busca la verdad desnuda y lo consigue con creces. Al leerlo sientes que se entrega a la libertad en su escritura, que es un ser libre cuando escribe, que va más allá que la mayoría. Escribir para mí es raspar el fondo de la vida. Este libro te obliga a mirar dentro de ti. En la infancia se encuentra la respuesta a muchas preguntas que nos hemos hecho y no hemos sabido contestar como adultos.

Erri de Luca es uno de los escritores más singulares y de mayor prestigio de la literatura actual. Concibe la literatura como un modo de volver, un modo de habitar de nuevo ya que el tiempo corroe. De Luca ha novelado su vida, es un escritor autobiográfico: cuando escribo no invento casi nada, inventar me parece un abuso de confianza. Nacido en Nápoles en 1950, pasó en esta ciudad su infancia y juventud. A los dieciocho años abandonó su ciudad y los estudios para siempre y se enroló en el grupo revolucionario «Lotta Continua». Trabajó como obrero de la construcción, operario en la Fiat, camionero, mecánico, estuvo en África y fue conductor de vehículos de ayuda humanitaria durante la guerra de los Balcanes. Construyó con sus propias manos la casa en la que vive y practica el alpinismo como un acto de fe física: tengo una gran confianza en el vacío. Aprendió de manera autodidacta diversas lenguas, como el hebreo y, aunque no es creyente, es un lector apasionado de la Biblia, algunos de cuyos libros ha traducido al italiano. Erri siempre ha leído y siempre ha escrito pero se dio a conocer a los treinta y nueve años con Aquí no, ahora no. Hasta su décimo libro no pudo vivir de la literatura. ¿Y por qué escribe? Ser escritor es una manera de hacer compañía a la gente.

Os dejo unos enlaces a diversas entrevistas realizadas cuando publicó Los peces no cierran los ojos para que podáis conocer mejor al autor y a su obra. Son todas muy interesantes: Mediterráneo Sur (por Alejandro Luque); El País (por Javier Rodríguez Marcos); El Cultural (por Alberto Ojeda); ABC (por Inés Martín Rodrigo). Asimismo, os dejo dos enlaces a sendos vídeos en los que el autor, en italiano, habla de Los peces no cierran los ojos. Se pueden entender por lo menos en lo esencial. Una es en Vimeo y otra en Youtube. Y para finalizar incluyo un enlace para que podáis visionar un corto, Di là del vetro (2011), dirigido por Andrea di Bari y proyectado en el festival de Venecia. En él Erri de Luca mantiene un intenso diálogo con la actriz Isa Danieli que interpreta a la madre del escritor, muerta en 2009. Está rodado en la cocina de la casa de Erri y aunque está en italiano se puede entender por lo menos algo y podéis ver al autor en el rol de actor. Además habla algo de la novela que vamos a leer ya que fue publicada cuando se rodó el corto.

Plazos
Aunque la novela es corta y se lee bien, he decidido dividir la lectura en dos partes porque creo que merece una lectura pausada y ser comentada con profundidad debido a las numerosas reflexiones que contiene. Leeremos a lo largo de una semana hasta la frase “la imagino dedicada a proteger ballenas” que está al principio de la página 67.
Ya que hay muchos miembros nuevos, os reitero lo de siempre: escribir en este post, mientras vais leyendo a lo largo de esta semana, sólo vuestras impresiones iniciales sobre la lectura o sobre lo aquí escrito o sobre el contenido de las entrevistas y los vídeos… Pero no la comentéis en su totalidad. Cuando publique el post de análisis correspondiente a esta primera parte dentro de una semana, y todos ya hayáis leído dicha parte, entonces podréis explayaros ampliamente en vuestros comentarios sobre ella. ¡Buena lectura!

Nuestro próximo libro: LOS PECES NO CIERRAN LOS OJOS de ERRI DE LUCA

12 Oct

Portada de Los peces no cierran los ojos de Erri de Luca. Editorial Seix Barral Biblioteca Formentor.

Hace tiempo que tenía ganas de leer con vosotros a Erri de Luca (Nápoles, 1950) y por fin lo vamos a hacer. Es un autor que amo especialmente y quizá algunos ya lo hayáis leído, no en vano es uno de los escritores italianos actuales más importantes y leídos en todo el mundo. Su obra es prolífica en novelas, ensayo, poesía y teatro. Más de sesenta obras publicadas en italiano y muchas de ellas en español. Está traducido a 23 idiomas y posee importantes premios.

La obra que vamos a leer es Los peces no cierran los ojos, publicada en 2011 en Italia y al año siguiente en España por Seix Barral. Un libro no muy extenso en el que un hombre de sesenta años recuerda el verano de sus diez años en una isla cerca de Nápoles. Un niño solitario y especial que anhela crecer. La pesca, los libros, los jeroglíficos y crucigramas, la playa, sus paseos solitarios, la relación con su madre… llenan sus días de ese verano. Hasta que conoce a una niña también muy especial que le descubre el peso de palabras como amor y justicia. Sólo os adelanto que es un libro altamente poético, diferente y profundo. A través de la poesía de sus palabras precisas y limpias no sólo nos narra los hechos sino también nos ofrece sabiduría a raudales. Erri de Luca habla de lo que verdad importa.

De Luca nos cuenta qué es crecer con la cruda sensibilidad de la que es un gran maestro (Il futurista). Un pequeño milagro (L’Unità). La narrativa de Erri de Luca está fuera del tiempo. Ni influencias, ni plagios, ni contagios de ningún tipo (Jacinta Cremades, El Cultural, El Mundo). Con una prosa áspera pero sumamente cuidada, sus novelas afrontan temas absolutos, un cuerpo a cuerpo con las fuerzas primordiales de la vida (La Repubblica).

A partir de mañana martes 13 podéis pasar a recoger vuestro ejemplar en la Biblioteca Fórum. Los que vivís fuera de Coruña disponéis de una semana para conseguir el libro.

No os olvidéis de devolver vuestro ejemplar de La azucarera. Gracias.

Nos encontraremos aquí en una semana para comenzar la lectura. Mientras, los que todavía no habéis dejado vuestros comentarios finales sobre La azucarera, podéis hacerlo a lo largo de esta semana.

Yo tengo fe en la vida y en los hombres

5 Oct

Urban scene of Al Qahirah (antiguo barrio fatimí de El Cairo). Foto en flickr de TwOsE. Algunos derechos reservados.

Esta tercera y última parte de nuestra lectura comienza con uno de los escasos monólogos interiores femeninos que ocupa todo el capítulo: el de Amina. El autor le da la palabra a un personaje casi inexistente hasta este momento. La fiel, sumisa y religiosa Amina que llora la muerte de su marido y manifiesta su preocupación por todos los miembros de la familia, sobre todo por sus hijos. Un monólogo desde la fe que salva a esta mujer. Un monólogo lleno de sufrimiento y tristeza pero también de intento de superación de ambos sentimientos y de resignación ante ellos ya que Dios así lo quiere: un creyente no debe entristecerse. Viviremos si Dios quiere y olvidaremos. No podremos seguir a nuestro ser querido hasta que Dios no lo quiera. Toda una apología desde su propia voz a la sumisión, aceptada con agrado, en que viven estas mujeres representantes de un tiempo que se acaba.

Estamos en 1942, han pasado cuatro meses desde la muerte del señor y Abd el-Múnim, que ya lleva demasiado tiempo solo (cuatro años) y puede volver a caer en la tentación, pide a sus padres el permiso para casarse con su prima Karima que ya tiene quince años. La madre se escandaliza (nunca le ha gustado la madre de la chica, Zannuba) pero al padre le parece una buena idea. Esperarán un año para que Karima llegue a la edad en que se pueda casar y haya pasado un tiempo prudencial desde la muerte del abuelo.

En el café Jan el-Jalili se reúnen los tres amigos Kamal, Ismail y Riyad a fumar el narguile. Vuelve a salir el tema del matrimonio ya que Riyad se va a casar. Kamal se angustia pensando que va a perder a su amigo del alma: ¿cómo iba a transcurrir la vida sin él? Cuando el matrimonio le convirtiera en una nueva persona como a Ismail, ¡adiós a todas las alegrías de la vida! Kamal reniega de nuevo del matrimonio presentándolo como una cárcel y como una pérdida del espíritu poético de la vida. Riyad le replica que tiene miedo. Él se sume de nuevo en sus dudas pero lo que de verdad desea es una esposa con el cuerpo de Atiyya (la prostituta con la que se acuesta) y el espíritu de Riyad. De esa manera se terminaría su soledad. Kamal está preso de la educación que ha recibido en la que la mujer no la escoge uno mismo sino sus padres y ésta nunca personifica lo que uno de verdad anhela. La mujer será la madre y el ama de casa pero no la compañera. Por eso todos los hombres de la generación de su padre y de la suya van con prostitutas. Es algo normal. Pero él, aún influenciado por esa manera de ver la vida, pertenece ya a otra generación y quiere algo más. Está escindido entre una época que se acaba, personificado en su padre, y otra que empieza, personificada en sus sobrinos. Además están sus propias ideas, progresistas, que le empujan pero, a la vez, no puede abandonar lo que ha mamado en su casa.

Ismail le habla de Aida. Ésta se marchó del país, así como su hermano, porque su familia se arruinó. Han pasado dieciséis años desde que Kamal amó a esta mujer en secreto y ya no siente nada. Su recuerdo lo vive como un símbolo de amor, cuya larga ausencia muchas veces entristece. Pero fue un amor no correspondido y hay algo más que le sigue trastornando y que él vive como una enfermedad: deseó en aquel instante que ocurriera un milagro del cielo, y encontrarse con Aida, y que, por unos cuantos minutos, ella le confesara que compartió sus sentimientos uno o más días, y que la diferencia de edad u otra causa fue lo que se interpuso entre ellos. Si hubiera sucedido ese milagro lo habría consolado de todos sus sufrimientos, viejos y nuevos, su alma se habría contado entre los felices de la creación y la vida no habría pasado en vano. Está condenado a que su amor de antaño permanezca como un enigma para siempre. Así de profunda es su herida. Parece que todos sus males vienen de aquello.

El azar le va a poner en su camino a una mujer que la primera vez que la ve le parece el vivo retrato de Aida, pero ésta es muy joven, veintiún años. Se siente muy atraído por ella y acaba descubriendo que es la hermana menor de Aida, Budur, que estudia letras y lleva una vida modesta con su madre (después de todo el esplendor vivido) con gran dignidad. Este hecho le va a trastornar y a hacer revivir todo lo vivido en su juventud con la hermana. La sigue, va a sus clases de oyente, se hace el encontradizo, comienza a sentir que se está enamorando pero no sabe lo que hay de verdad o de proyección de su pasado. No es casual que la primera mujer en que se fije Kamal después de tantos años sea la hermana, y tan parecida, de Aida. Es como si reviviera a ésta, y a él de paso, en su juventud. Todo lo que hace es como si lo hiciera para ver a la otra. Kamal recupera la felicidad y encuentra un sentido a su vida mientras vive todo esto: él había estado inmerso en la desesperación y el aburrimiento, así pues, apesadumbrado, había corrido tras ese algo, convencido de que sería un consuelo, ¡y qué consuelo!, y una vida, ¡y qué vida! Le bastaba con saber que había vuelto a interesarse por el tiempo, a aspirar a una ilusión y a tener esperanza en la felicidad; es más, ahí estaba su corazón palpitando cuando antes había estado muerto. Kamal quiere recuperar el hombre que fue un día y anhelaba abandonar por esta fascinación su hastío, su languidez y su confusión antes unos enigmas sin solución; como si ella fuera algo semejante al alcohol, pero con un placer más profundo y unas consecuencias más agradables. Budur parece que le corresponde con miradas y pequeñas conversaciones y él ante la idea de un posible matrimonio vuelve a sentir dudas porque ¿qué había de Aida en todo esto? La verdad era que no quería a Aida, pero no rechazaba la idea de aspirar a conocer su secreto. Tal vez para convencerse al menos de que la más hermosa época de su vida no había pasado en vano.

Ha transcurrido un año desde que Ahmad y Sawsan se han conocido. Se han convertido en inseparables trabajando juntos en la revista “El hombre nuevo”. En este último año ambos han pasado a la acción política pronunciando discursos, distribuyendo panfletos y redactando manifiestos. Se supone que pertenecen al Partido Comunista aunque esto no queda claro. Los dos saben que pueden ir a la cárcel. Ahmad está enamorado de ella y, aunque todavía no han hablado de amor, no duda de que sea correspondido. Sawsan está muy politizada y es casi el único tema del que quiere hablar con él. Es una mujer muy avanzada para su tiempo y Ahmad aunque comparte ideología con ella no puede dejar de estar influido por su procedencia burguesa y tradicional: quizá lo que más me molesta de mí mismo, impregnado de el-Sukkariyya, es que continúo considerando a veces a la mujer con una visión tradicionalista y burguesa. Pero siente que ha cambiado gracias a ella que me ha purificado en un grado considerable de la burguesía arraigada en mis entrañas. Sawsan le quiere pero no pertenecen al mismo mundo, ella es hija de un obrero, y se siente orgullosa de ello, y percibe los sólidos restos burgueses de Ahmad. Además siente que su dignidad le impide aceptar lo que intuye que va a pasar: que la familia de él la rechace: ¡sólo una cosa nos amenaza, la mentalidad burguesa! Ahmad, como símbolo de los nuevos tiempos que corren, consigue que su familia, no sin cierta oposición inicial, acepte a Sawsan como su mujer. Kamal y Yasín le apoyan, y su padre, siempre ecuánime, acepta y tranquiliza, incluso con bromas a Jadiga. No hay datos de la boda pero sí que de que pronto empiezan a vivir juntos. Aunque Ahmad le dice a su tío que se casará según la tradición de Dios y su Profeta por lo que suponemos que lo han hecho. Kamal aunque le apoya no puede dejar de estar influenciado por la realidad social. Pero admira a su sobrino: envidiaba su coraje, su fuerza de voluntad y otras cualidades de las que él estaba privado, como, ante todo, la fe en las cosas y la disposición para el trabajo y el matrimonio. Se diría que Ahmad hubiese surgido en la familia para redimirla de su apatía y pasividad.

Volvemos a Kamal y a su incertidumbre respecto a qué hacer con Budur: el interrogante se mantenía sin respuesta mientras él continuaba preguntándose si se casaba o no. Le asustan las responsabilidades que trae el matrimonio. Tiene miedo, es inmaduro pero la lucha se mantiene durante dos meses exhaustiva sopesando obsesivamente los pros y los contras. Idealiza su amor pero en su vida no hay lugar para la realidad. Riyad le anima a que se atreva a vivir la verdadera vida. Le dice que teme la responsabilidad, que es egoísta o que quizá esté enfermo. Kamal sostiene que la ama pero que no quiere casarse. En un encuentro decisivo con Budur, preso de dudas se da cuenta de que había que tomar una decisión. O el valor, o el adiós. Y triunfa el adiós sin que sepa muy bien el porqué de su decisión: ¿se merece que la trates del mismo modo con que antaño te tratara su hermana? Quizá hay esté el quid de la cuestión. O simplemente es el pavor y el espanto que le produce la idea del matrimonio como dice más adelante ¿Qué opináis?

La vida continúa y Karima y Abd el-Múnim se casan finalmente como habían acordado un año y medio después de la muerte del señor. Kamal, cuatro meses después de ver a Budur por última vez ve a esta por casualidad con un joven del brazo. Le duele mucho pues todavía la ama: las puertas de la vida se le cerraban ante su cara. Reflexiona y se da cuenta de que él era el único causante de ese tormento que soportaba. Es necesario conocerse a sí mismo para poder ser feliz y salvarse de los sufrimientos. El combate aún no había llegado a su fin, ni tampoco era la hora de la rendición. Yasín continúa con su vida alegre en las tabernas, de nuevo loas al alcohol, conversaciones de la situación política y suspiros por la juventud perdida. Jadiga se siente sola porque sus hijos, aunque viven con ellos, hacen su vida en sus respectivos pisos de la casa y todavía no le han dado nietos aunque ya ha pasado un año. Los hermanos hacen reuniones en su casa, Abd el-Múnim con los Hermanos Musulmanes y Ahmed, junto a Sawsan, con los amigos afines a sus ideas. Ambos se arriesgan mucho, a la cárcel incluso. Jadiga está estupefacta y muy enfadada: ¡jamás he visto una casa como ésta! ¡Abd el-Múnim y Ahmad tal vez son los nombres de dos cafés y yo aún no me he enterado! No ha llegado la tarde cuando ya se ha llenado la calle de visitantes, entre barbudos, extranjeros y comerciantes… ¡No he oído nada parecido en mi vida!… Jadiga, con sus numerosos enfados y aspavientos, representa la puerta por la que entra el humor en esta familia. Redwán, que tiene poco protagonismo en esta parte, ve como Abd el-Rahim Basha Isa se va de peregrinación a la Meca a buscar el perdón para todos sus pecados. Ya no es el que era, está viejo, e insta al joven a que se case, pero Redwán sigue pensando lo mismo sobre las mujeres: es algo extraño, cuya razón última no alcanzo a comprender. Sin embargo, la mujer es un ser que provoca en mí la aversión… El hombre le compadece y le dice que le domina un sentimiento enfermizo que le conducirá a la soledad como a él.

La novela termina con el arresto de los hermanos: hemos tenido noticias de reuniones sospechosas llevadas a cabo en los pisos de ambos. Son interrogados y ellos se mantienen firmes en sus creencias respectivas, aun así los internan en el campo de el-Tur en el Sinaí. Egipto en esos momentos, 1944, vive un estado de excepción. A la vez, Amina sufre un ataque gravísimo que la deja inconsciente y con una parálisis general. El médico les informa de que su vida no se prolongará más allá de tres días. Como pasó con la muerte del padre, será de nuevo a través del punto de vista de Kamal como viviremos esta triste situación: ¡Cuánto lo amó ella, y cuánto los amó a todos! ¡Cuánto amó a todas las cosas del mundo! Se interroga sobre su propia muerte y su propia vida: tu madre morirá, pero no sin antes haber construido una obra completa. En cambio tú, ¿qué has construido tú? Pero una puerta comienza a abrirse para Kamal a través de sus reflexiones: siempre es bueno que el hombre se incline hacia sus sueños. En virtud de lo cual, el ascetismo es una huida, del mismo modo que la fe ciega en la ciencia es otra forma de huida. Así pues, la acción es indispensable, y para la acción es indispensable la fe. Por tanto, la cuestión se reduce a saber cómo dotarnos de una fe adecuada a la vida. Kamal se sincera con su amigo Riyad que ha ido a acompañarlo: ¡puede parecer fácil vivir inmerso en el propio egoísmo, pero, de ese modo, es difícil encontrar algún bienestar, si se es un hombre digno de ser así llamado! Riyad se alegra de escuchar esas palabras y exclama: ¡he aquí el presagio de una gran transformación! Aunque Kamal tiene un largo camino por delante, las puertas de la fe (de cualquier fe) han comenzado a abrirse para él. También le han influido las palabras que le ha dicho su sobrino Ahmad (no es casual que haya sido él) en la cárcel: yo tengo fe en la vida y en los hombres. La novela termina de un modo abierto mientras los hijos se preparan para la muerte de la madre a la vez que una nueva vida está por llegar, la hija de Karima y Abd el-Múnim, la cuarta generación de la familia Abd el-Gawwad. Pero ésa ya es otra historia…

Plazos
Terminada la novela es hora de vuestros comentarios sobre esta tercera parte y sobre toda la novela en general. Espero que sean numerosos. Apelo sobre todo a aquellos que todavía no se han pronunciado. Si vais rezagados en la lectura ahora tenéis tiempo de terminarla y comentarla. Disponéis para ello de una semana.