El libro se abre con una cita de la pensadora y filósofa Simone Weil sobre el poder envilecedor del uso de la fuerza. Como Gloria, estoy totalmente de acuerdo con lo que dice y me parece un buen arranque para Los desorientados.
Antes de comenzar con el Primer día, podemos leer un hermoso texto de tono pesimista pero no exento de esperanza a manera de introducción. Escrito por Adam, un hombre de 47 años, dos días antes del drama (¿a qué se refiere? Por ahora es muy pronto para saberlo) es todo un retrato de su persona. Empezando por su nombre: llevo en el nombre a la humanidad naciente, pero pertenezco a una humanidad que se extingue. Adam, el origen del hombre. ¿Por qué creéis que el autor escoge este nombre para el protagonista? Adam no se arrepiente de haber emprendido ese viaje, esta peregrinación inútil en la que llevo diez días a su país natal del que se alejó hace veinticinco años pero que nunca olvidó. En su estancia ha recobrado un apetito nuevo por la vida, razones nuevas para luchar y quizá, incluso, un estremecimiento de esperanza.
Pero vayamos al principio de la historia. Un viernes, 20 de abril (¿de qué año? Puedo conjeturar que es el 2001), Adam recibe de madrugada una llamada en su casa de París. Tania, la mujer de su “antiguo amigo” Mourad, le comunica: tu amigo se muere. Quiere verte. Hace veinte años que no se hablan. Adam duda un instante pero, animado por su compañera Dolores y porque si se negaba a acudir junto al lecho de su antiguo amigo, le remordería la conciencia hasta el último día de su vida, coge el primer vuelo con origen a su país natal. El país levantino (como él lo denomina) en el que vivió hasta que comenzó la guerra y decidió exiliarse en plena juventud allá por los años setenta. Adam lleva siempre consigo una libreta en la que pone en orden sus pensamientos: hay personas que para pensar tienen que escribir. Una vez en el avión comienza a escribir. A partir de ese momento la narración alternará el punto de vista del narrador omnisciente en tercera persona con el de Adam, en primera persona, en sus escritos. Éste se plantea cómo portarse con un amigo al que dejó de hablar y que está a punto de morir. Mourad, que al contrario que Adam, permaneció en el país, traicionó durante la guerra los valores en los que ambos creían. Pero de camino a su último encuentro, Adam encuentra razones para justificar sus actos: al quedarse tuvo que encontrar apaños, aceptar, según iban pasando las cosas, unas cuantas transigencias que acabaron por llevarle hasta lo inaceptable. Si me hubiera quedado en mi tierra, me hubiera portado como él. A distancia, podemos negarnos a algo impunemente; in situ, no siempre se cuenta con esa libertad. Con estas palabras, Adam comienza su viaje al interior de sí mismo no exento de autocrítica: con las primeras matanzas, me fui, escapé; seguí teniendo las manos limpias. Mi cobarde privilegio de desertor honrado. ¿Cuánto de Amin Maalouf no hay detrás de estas palabras?
Mourad muere antes de llegar a encontrarse con Adam y éste siente la necesidad de estar solo y reencontrarse con sus recuerdos a través de sus escritos. Todo su pasado, postergado durante veintitantos años, está volviendo a él con una fuerza inusitada y no desea más que abrirle la puerta. El no haber visto a su amigo vivo no le importa, es más, le satisface este epílogo ya que encuentra en él un toque de elegancia moral: la muerte tiene su sabiduría propia, hay veces en que vale más dejar las cosas en sus manos que en las de uno mismo. Y comienza a recordar cómo y dónde se conocieron. En la universidad, octubre de 1971, un grupo de amigos entre los veintitrés y los diecisiete años entrábamos en la vida estudiantil con una copa en la mano y la rebeldía en el corazón. Querían cambiar el mundo. Pero llegó la guerra y todo se corrompió: la amistad, el amor, la abnegación, las afinidades, la fe; y la fidelidad. Y también la muerte. Mis amigos eran de todas las confesiones; y todos consideraban un deber, una coquetería, burlarse de la suya; y, luego, afectuosamente, de las de los demás […] Nosotros que nos jactábamos de voltairianos, de camusianos, de sartrianos, de nietzscheanos o de surrealistas, volvimos a ser cristianos, musulmanes o judíos. Mourad y él eran muy diferentes: aquel sentía su país como suyo y Adam siempre se sintió como un invitado, incurablemente forastero. Antes que él, se marchó Naím, judío, de los últimos que quedaban en el país. Él y su familia se marcharon a Brasil en 1973. El grupo comenzaba a disgregarse. El siguiente fue Bilal. Un ser puro que escogió las armas: un ser enajenado pero puro, sí, y sin mezquindad. Fue abatido en un tiroteo entre dos grupos armados. El siguiente en irse fue él.
De nuevo en el presente, Adam se niega a pronunciar unas palabras en las exequias de Mourad: no quiere mezclarse con gente que se manchó con la guerra, pero, a la vez, un fuerte deseo de quedarse se apodera de él, acababa de empezar a recuperar sus puntos de referencia. Además, Tania le transmite su anhelo de volver a ver a todos los amigos reunidos de nuevo. Adam idea un plan que le permita quedarse pero alejado de todo “ruido” para continuar recordando con calma lo que fueron aquellos años: refugiarse en el hotel que regenta otra de sus antiguas amigas: la bella Semiramis. Un idílico lugar en medio de la naturaleza y con una anfitriona con la que no llegó a vivir una historia de amor muy deseada en el pasado. Esta es una mujer serena, que también se quedó en el país, que transmite equilibrio, seguridad e independencia. Vive su vida en soledad rodeada de numerosos libros.
Ya instalado en el hotel, Adam continúa con sus recuerdos. Explica el porqué de su marcha: sólo veía a mi alrededor violencia y regresión. En este universo levantino que se iba oscureciendo sin parar, ni estaba ya mi lugar, ni quería buscarme uno. Adam, al contrario que Mourad, no siente un apego grande a su país: nací en un planeta, no en un país. Pasaron los años postergando continuamente su vuelta: no regresaría a vivir a mi país hasta que fuera otra vez el que yo había conocido. Sabía que era imposible, pero aquella exigencia no era negociable. Y sigue sin serlo.
Adam revisa cartas que le enviaron sus amigos a París no exentas de reproches por su marcha y por no querer volver. Como apunta Monichampi, Tania le acusa: ¿Que te decepciona un amigo? Deja de ser tu amigo. ¿Que te decepciona tu país? Deja de ser tu país. Y como eres fácil de decepcionar, acabarás por verte sin amigos y sin patria. Y a continuación, Tania describe, muy certeramente, lo que es este país levantino: será siempre un país de facciones, de desorden, de favores bajo cuerda, de nepotismo, de corrupción. Pero es también el país de la dicha de vivir, de la calidez humana, de la generosidad. Y de tus amigos más ciertos. Adam sabe que si hubiera vuelto en algún momento, se hubiera quedado, pero si no lo hizo fue porque de lo que no puede uno reponerse es de la desaparición del porvenir. El país cuya ausencia me entristece y me obsesiona no es aquel que conocí en la juventud; es aquel que soñé y que nunca pudo ver la luz. Todo lo que escribe Adam es un diálogo interminable conmigo mismo.
Y aparece Albert, el amigo de la infancia, el niño que nunca tuvo familia, que siempre estuvo solo. A través de sus cartas durante la guerra, en las que continuamente se está quejando de todos los inconvenientes, Adam recuerda la amistad tan especial que siempre tuvo con él. Y recuerda, recuerda hasta llegar hasta ese día de 1979 en el que le comunica por carta que se va a suicidar porque ya no aguanta más la vida ni a ese país. A partir de ahí, comienza una historia delirante en la que Albert ve fraguado su suicidio por un secuestro muy propio de la época y del país. Adam nos lo detalla con todo tipo de detalles, no exentos de comicidad, porque finalmente el secuestro le salva la vida. A él, además, que siempre ha estado tan alejado de la política.
Percibo cómo el autor, más que narrarnos la guerra, nos habla de la influencia, enorme, que tuvo en cada uno de ellos. No hay datos, fechas, batallas, descripciones… también porque el autor no quiere en ningún momento decirnos que está hablando del Líbano, prefiere que se quede en la idea de un país impreciso y, por tanto, los datos son también imprecisos. El autor escoge centrarse en las historias personales, en los estados de ánimo de cada uno de ellos. La guerra queda difuminada como un telón de fondo de sus vidas.
El final de cuarto día y, por lo tanto de esta primera parte de nuestra lectura, termina con el inevitable encuentro sexual entre Adam y Semiramis, propiciado por ésta. Se veía venir y más desde que, cenando, ambos recuerdan cómo se conocieron y cómo no ocurrió nada entre ellos en aquel momento aunque ambos lo deseaban fervientemente. El paso del tiempo no ha atemperado su deseo y, finalmente, ambos dan rienda suelta a su sentir.
Me gustaría que fuerais comentando esta parte así como qué es lo que opináis de los diferentes personajes que van apareciendo en la historia. También podéis comentar las interesantes conversaciones que tienen lugar entre ellos a través de las cuales se van perfilando sus personalidades.
Plazos
Continuamos con la lectura a partir del capítulo Quinto día (pág. 129) hasta el final del capítulo Séptimo día (pág. 269). Lo leeremos a lo largo de una semana más o menos. Mientras leemos esta segunda parte, comentaremos esta primera parte de la lectura.
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