Los tiempos felices se agotan, desaparecen. El motivo es la muerte en 1972 de su hermana Marta, con sólo 16 años, de un cáncer y, quince años después, en 1987, la de su padre, que con 65 años fue asesinado. De estas muertes habla fundamentalmente esta segunda y última parte del libro.
Y después de ese paréntesis de felicidad casi perfecta, que duró algunos años, el cielo, envidioso, se acordó de nuestra familia, y ese Dios furibundo en el que creían mis ancestros descargó el rayo de su ira sobre nosotros que, tal vez sin darnos cuenta, éramos una familia feliz, e incluso muy feliz.
El autor nos habla por fin de sus hermanas narrándonos sus amoríos, y posteriores bodas, como introducción a la historia de Marta: y ahora tengo que contar la muerte de Marta, porque eso partió en dos la historia de mi casa. Marta era la artista de la familia (la portada del título lo constata: una foto de niña con un violín, su primera pasión), inteligente, buena, la preferida de su padre como el autor nos dice. Se decantó por la música pero todo lo hacía bien: yo, de entrada, me había rendido ante su superioridad. En cuatro meses la muerte se la llevará a pesar de todos los intentos por curarla. El autor narra y describe los hechos con toda minuciosidad, con la distancia y la contención, a las que ayuda el tiempo que ha pasado, con que está escrito todo el libro. Hay pocas reflexiones ante un hecho tan terrible como es la fulminante muerte de alguien querido a tan temprana edad. A continuación de narrar el entierro de su hermana, hay un “flash forward” de quince años que nos lleva al entierro de su padre y lo que aconteció allí. Las dos muertes de seres tan amados que acaban con la felicidad de la familia.
Estoy seguro de que mi papá no padeció la tentación del martirio antes de la muerte de Marta […] Cuando uno lleva por dentro una tristeza sin límites, morirse ya no es grave. Aunque uno no se quiera suicidar, o no sea capaz de levantar la mano contra sí mismo, la opción de hacerse matar por otro, y por una causa justa, se vuelve más atractiva si se ha perdido la alegría de vivir. A partir de ese momento, Héctor padre se compromete hasta la locura con batallas imposibles, con causas desesperadas. Su lucha social se hace mayor aún si cabe: Si me mataran por lo que hago, ¿no sería una muerte hermosa?, se preguntaba mi papá cuando algún familiar le decía que se estaba exponiendo mucho en sus denuncias de torturas, secuestros, asesinatos o detenciones arbitrarias, que fue a lo que se dedicó en los últimos años de su vida, a la defensa de los derechos humanos. Todavía siendo profesor universitario se sumergió de lleno en las manifestaciones de los estudiantes y los profesores que se enfrentan al Ejército que había ocupado la universidad. Después de una jubilación obligada y no deseada, además de leer, escuchar música, llevar un programa de radio, escribir artículos de prensa y cuidar de sus amadas rosas, trabajó sin descanso en el Comité para la Defensa de los Derechos Humanos de Antioquia, el cual presidía.
Antes de esto, en 1978, los dos, padre e hijo, pasan casi un año en Ciudad de México. El autor tiene 19 años y para él esta estancia es decisiva. Decisiva porque entra en contacto con escritores, asiste a talleres de escritura, lee sin parar (En busca del tiempo perdido de Proust será la obra que más le marque) y es en ese momento cuando se fragua su vocación que le llevará más tarde a convertirse en escritor. Y es entonces, también, cuando yo me di cuenta de que debía separarme de él, así fuera matándolo […] Un papa tan perfecto puede llegar a ser insoportable […] Es como si uno, de todos modos, en ese final de la adolescencia, no necesitara un aliado, sino un antagonista. Héctor ha llegado al clímax de su dependencia y comunión, tiene la edad de querer volar libre, y aunque no lo conseguirá hasta el año 82 en que se casa y se va a vivir a Italia (creo que realidad sólo me liberé de él, de su excesivo amor y de su trato perfecto, de mi excesivo amor, cuando me fui a vivir a Italia), en ese momento intenta, en una delirante escena, matarle y matarse él poniendo a toda velocidad el auto en el que viajan. No lo consigue y todo queda como una anécdota plena de significado de ruptura con la infancia y con el papel tan predominante que el padre había tenido en su vida.
En Colombia crecía de nuevo la epidemia cíclica de la violencia […] y esta pestilencia, a mediados de los años ochenta, tenía la cara típica de la violencia política. El Estado, concretamente el Ejército, ayudado por escuadrones de asesinos privados, los paramilitares, apoyados por los organismos de seguridad y a veces también por la policía, estaba exterminando a los opositores políticos de izquierda, para “salvar al país de la amenaza del comunismo», según ellos decían. Más claro y contundente no puede ser. Y el padre habla, escribe, denuncia, exige con la única arma que le quedaba: la libertad de pensamiento y expresión: la palabra, las manifestaciones pacíficas de protesta, la denuncia pública de los violadores de todo tipo […] Publicaba artículos en los que señalaba a los torturadores y a los asesinos. Denunciaba cada masacre, cada secuestro y la única respuesta que obtiene del Gobierno es el silencio, la indiferencia, el desdén y las acusaciones injustas de ser un aliado de la subversión.
El autor detalla el horror de las torturas y pone nombres y apellidos a los asesinados en un intento de que no caigan en el olvido, en el olvido que seremos. El padre empieza a sufrir amenazas pero él sigue incansable su lucha, ingenuo, como le tilda el hijo, apasionado, lanzado en un camino ya sin retorno. Héctor entresaca fragmentos de sus artículos para que conozcamos mejor la obra de su padre pero también dedica un capítulo a hablar de sus debilidades, sus defectos, sus errores para no caer en la hagiografía. Entre estos habla de su debilidad por la belleza, nombrando la película Muerte en Venecia, que yo no acabo de entender, ¿y vosotros?, ¿alguien me puede aclarar este pasaje?
Antes de narrar con todo detalle los hechos del asesinato de su padre, el autor reflexiona sobre la inevitable muerte que a todos nos va a llegar un día, transcribiendo los hermosos versos de las Coplas de Jorge Manrique por la muerte de su padre y añade: este libro es el intento de dejar un testimonio de ese dolor, un testimonio al mismo tiempo inútil y necesario.
El padre estaba preparado para morir, no le temía a la muerte pero quería vivir: ojalá que no me maten: quiero morir rodeado de mis hijos y mis nietos, tranquilamente […] una muerte violenta debe ser aterradora, no me gustaría nada. Sobrecogedoras estas palabras. Los hechos son reconstruidos por el autor paso a paso, incluso se pone en la piel del padre en el momento en que cae abatido por las balas. Da voz a sus hermanas que cuentan cómo recibieron la noticia y de qué manera reaccionó cada una. Es hermoso el párrafo en que narra cómo se sintió él al lado del cadáver ensangrentado de su padre. El último artículo, publicado postmortem, se titulaba “¿De dónde proviene la violencia?” y contesta: esta violencia nace del sentimiento de desigualdad.
El autor finalmente reflexiona sobre qué le ha llevado a escribir este libro: para que se sepa. Para alargar su recuerdo un poco más, antes de que llegue el olvido definitivo […] poner en palabras la verdad, para que ésta dure más que su mentira. No hay afán de venganza porque su padre les enseñó a no tenerla: los tristes asesinos que le robaron a él la vida y a nosotros, por muchísimos años, la felicidad e incluso la cordura, no nos van a ganar, porque el amor a la vida y a la alegría (lo que él nos enseñó) es mucho más fuerte que su inclinación a la muerte.
Y termino con estas palabras del autor: la única venganza, el único recuerdo, y también la única posibilidad de olvido y de perdón, consistía en contar lo que pasó, y nada más. Y eso es lo que ha hecho Héctor Abad Faciolince con sabiduría, con mucho amor, con inteligencia, con la verdad y con una cordura que no ha perdido en ningún momento del relato de los hechos.
Plazos
Es vuestro turno de comentar esta segunda parte y todo el libro en general. Tenéis una semana para hacerlo. Animo a los que todavía no habéis comentado nada a que lo hagáis. Es un libro para hablar largo y tendido. Si estuviéramos cara a cara lo haríamos ¿no? Pues entonces, venga, hagámoslo por escrito que es nuestra manera en este Club Virtual.
Después haremos una pausa en nuestras lecturas pues nos iremos de vacaciones estivales hasta septiembre que ¡también las necesitamos!
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