Comenzamos esta segunda parte con la curiosidad de saber qué le pasará al ahora asesino Meursault. Hemos conocido a un hombre en la primera parte con el que no empatizamos en absoluto y queremos descubrir la causa de su proceder, ahora aún más que es encarcelado y va a ser juzgado. ¿Reaccionará Meursault?
Al principio no, continúa su indiferencia, su aburrimiento, no se toma en serio sus visitas al juez, no se cuestiona en ningún momento el porqué de su asesinato y le extraña que le pregunten sobre sus sentimientos el día del entierro de su madre: Esa pregunta me sorprendió mucho. Contesté que había perdido la costumbre de interrogarme y que me resultaba difícil informarle. Por supuesto que yo quería a mamá, pero eso no quería decir nada. […] Yo era de tal naturaleza que mis necesidades físicas alteraban con frecuencia mis sentimientos. El día que enterré a mamá, estaba muy cansado y tenía sueño. De modo que no me di cuenta de lo que pasaba. Meursault comienza a explicarse. Aunque seguimos sorprendidos. Meursault no colabora con su abogado defensor, parece que le da igual salvarse o no. Y no es capaz de decir nada cuando el juez le pregunta una y otra vez por qué mató al árabe. Parece que no hay respuesta, que ni él mismo lo sabe (más tarde, en el juicio, dirá que fue por causa del sol. Más de lo mismo.). Le cuesta creer que él es un criminal. Después de visitarle Marie, el siente, por primera vez, que mi casa era mi celda y que mi vida entera se detenía allí. Durante la visita de Marie, Meursault observa como un hijo y una madre que le ha ido a visitar se miran intensamente y no dicen nada. Es emotivo cómo está narrado ese encuentro madre-hijo y lo diferente que es a la relación de Meursault con su madre. No es casual que él se fije.
Durante los meses que pasa en prisión va desarrollándose una evolución. Al principio no lo lleva mal, después comienza a sentir la falta de una mujer, de los cigarrillos, lo pasa mal hasta que llega a la conclusión de que todo el problema consistía, una vez más, en matar el tiempo (como ha hecho toda su vida). Y comienza a recordar y de esa manera consigue no aburrirse.
El tiempo transcurre del verano al verano (siempre el sol, el calor… ¿por qué creéis que será?) y llega el momento del juicio. El juicio es como una farsa a lo largo del cual se intuye cuál será el veredicto final. El protagonista siente que se habla más de él que de su crimen, que se le juzga igual por haber matado que por no haber sido un buen hijo. Es su vida entera la que se juzga. A Meursault le parece que habla con más lógica el fiscal que su abogado defensor. Los testigos de la defensa son manejados fácilmente por el fiscal y Meursault comienza a sentir que todo está perdido: por vez primera, al cabo de muchos años, sentí un deseo estúpido de llorar, porque comprendí hasta qué punto toda aquella gente me detestaba. Meursault comienza a humanizarse y al salir del juicio en el furgón volví a encontrar uno a uno, como desde el fondo de mi cansancio, todos los ruidos familiares de una ciudad que amaba y de una cierta hora en la que solía sentirme contento. El grito de los vendedores de periódicos en el aire ya sosegado, los últimos pájaros en la plazoleta, el reclamo de los mercaderes de bocadillos, el lamento de los tranvías en los altos virajes de la ciudad y este rumor del cielo antes de que la noche caiga sobre el puerto, todo recomponía para mí un itinerario de ciego, que conocía perfectamente antes de entrar en la cárcel. Sí, era la hora en la que, hacía ya mucho tiempo, me sentía feliz. Lo que me esperaba entonces era un sueño ligero y sin imágenes. Y, no obstante, algo había cambiado, pues en la espera del siguiente día, fue mi celda lo que volví a encontrar. Como si los caminos familiares trazados en los cielos del estío pudieran llevar lo mismo a las prisiones que a los sueños inocentes.
Meursault no se siente culpable yo no lamentaba gran cosa mi acto, y explica: yo nunca había podido lamentar nada verdaderamente. Estaba siempre acaparado por lo que iba a suceder, por hoy o por mañana. Poco a poco vamos conociendo sus razones y sintiéndolo más humano: me asaltaron los recuerdos de una vida que ya no me pertenecía, pero en la que había encontrado mis alegrías más simples y más tenaces: los olores del verano [el olor, siempre el olor del verano. Camus tiene un libro muy recomendable que se titula El verano], el barrio que amaba, cierto cielo de la tarde, la risa y los vestidos de Marie. Bueno, parece que tiene sentimientos, que puede sentir, que puede amar.
Pero Meursault está ya perdido: le condenan a muerte. Encerrado en la cárcel, durante sus últimos meses de vida, vamos conociendo más el mundo interior del protagonista ya que éste comienza a reflexionar: sobre la pena capital, sobre la muerte, sobre la vida: pues bien, habré de morir. Antes que otros, era evidente. Pero todo el mundo sabe que la vida no vale la pena ser vivida […] Desde el momento en que se muere, el cómo y el cuándo, no importan, es evidente.
Meursault se enfrenta a su muerte. La muerte para él se convertirá en la única opción posible de reencontrar un sentido a su propia existencia. De esto se da cuenta tras el diálogo que mantiene con el capellán. Meursault estalla: Ninguna de sus certidumbres valía un cabello de mujer. Ni siquiera tenía la certeza de estar vivo porque vivía como un muerto. Yo parecía tener las manos vacías. Pero yo estaba seguro de mí, seguro de todo, más seguro que él, seguro de mi vida y de esa muerte que iba a llegar. Sí, era lo único que tenía. Pero, al menos, yo tenía esa verdad tanto como ella me tenía a mí. Yo había tenido razón, seguía teniendo razón, tenía siempre razón.
Y llega la redención, la paz, la bondad. Cuando se fue, recuperé la calma […] Los ruidos del campo llegaban hasta mí. Olores de noche, de tierra y de sal refrescaban mis sienes. La paz maravillosa del verano dormido entraba en mí como una marea […] Como si esa gran cólera me hubiese purgado del mal, vaciado de esperanza, ante esta noche cargada de signos y de estrellas me abría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo. Al encontrarlo tan semejante a mí, tan fraterno al cabo, sentí que había sido feliz y que lo era todavía. Reconciliación en sus palabras llenas de poesía (en ellas sale el poeta que llevaba dentro Camus). Y fin de la novela.
¿Pensáis igual que yo que el protagonista se reconcilia con su vida y encuentra un sentido a ésta en su propia muerte?
¿Si tuvierais que calificar al libro con un adjetivo (o con varios), con cuál lo haríais?
Es hora de los comentarios finales, de vuestras opiniones.
Etiquetas: alienación, desencanto, existencialismo, filosofía del absurdo
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