Archivo | enero, 2013

Nuestro próximo libro: El fin de semana de Bernhard Schlink

29 Ene

findeBernhard Schlink, muy de actualidad en nuestros días por su novela El lector (llevada al cine con gran éxito).

El fin de semana es su última novela, publicada en Alemania en 2008 y traducida en España en 2011.

Un grupo de antiguos amigos se reúne para pasar un fin de semana en el campo y recordar viejos tiempos. Pero no se trata de una reunión cualquiera: uno de ellos, Jörg, exmiembro de la banda terrorista Baader-Meinhof, acaba de salir en libertad tras más de veinte años en prisión…

Los ejemplares de El fin de semana están ya preparados para que podáis ir a recogerlos en la Biblioteca de Forum.

¡No os olvidéis de devolver vuestro ejemplar de El extranjero!

Todavía tenéis tiempo para dejar vuestros últimos comentarios sobre la obra de Camus.

La paz maravillosa del verano dormido entraba en mí como una marea

18 Ene

carcelComenzamos esta segunda parte con la curiosidad de saber qué le pasará al ahora asesino Meursault. Hemos conocido a un hombre en la primera parte con el que no empatizamos en absoluto y queremos descubrir la causa de su proceder, ahora aún más que es encarcelado y va a ser juzgado. ¿Reaccionará Meursault?

Al principio no, continúa su indiferencia, su aburrimiento, no se toma en serio sus visitas al juez, no se cuestiona en ningún momento el porqué de su asesinato y le extraña que le pregunten sobre sus sentimientos el día del entierro de su madre: Esa pregunta me sorprendió mucho. Contesté que había perdido la costumbre de interrogarme y que me resultaba difícil informarle. Por supuesto que yo quería a mamá, pero eso no quería decir nada. […] Yo era de tal naturaleza que mis necesidades físicas alteraban con frecuencia mis sentimientos. El día que enterré a mamá, estaba muy cansado y tenía sueño. De modo que no me di cuenta de lo que pasaba. Meursault comienza a explicarse. Aunque seguimos sorprendidos. Meursault no colabora con su abogado defensor, parece que le da igual salvarse o no. Y no es capaz de decir nada cuando el juez le pregunta una y otra vez por qué mató al árabe. Parece que no hay respuesta, que ni él mismo lo sabe (más tarde, en el juicio, dirá que fue por causa del sol. Más de lo mismo.). Le cuesta creer que él es un criminal. Después de visitarle Marie, el siente, por primera vez, que mi casa era mi celda y que mi vida entera se detenía allí.  Durante la visita de Marie, Meursault observa como un hijo y una madre que le ha ido a visitar se miran intensamente y no dicen nada. Es emotivo cómo está narrado ese encuentro madre-hijo y lo diferente que es a la relación de Meursault con su madre. No es casual que él se fije.

Durante los meses que pasa en prisión va desarrollándose una evolución. Al principio no lo lleva mal, después comienza a sentir la falta de una mujer, de los cigarrillos, lo pasa mal hasta que llega a la conclusión de que todo el problema consistía, una vez más, en matar el tiempo (como ha hecho toda su vida). Y comienza a recordar y de esa manera consigue no aburrirse.

El tiempo transcurre del verano al verano (siempre el sol, el calor… ¿por qué creéis que será?) y llega el momento del juicio. El juicio es como una farsa a lo largo del cual se intuye cuál será el veredicto final. El protagonista siente que se habla más de él que de su crimen, que se le juzga igual por haber matado que por no haber sido un buen hijo. Es su vida entera la que se juzga. A Meursault le parece que habla con más lógica el fiscal que su abogado defensor. Los testigos de la defensa son manejados fácilmente por el fiscal y Meursault comienza a sentir que todo está perdido: por vez primera, al cabo de muchos años, sentí un deseo estúpido de llorar, porque comprendí hasta qué punto toda aquella gente me detestaba. Meursault comienza a humanizarse y al salir del juicio en el furgón volví a encontrar uno a uno, como desde el fondo de mi cansancio, todos los ruidos familiares de una ciudad que amaba y de una cierta hora en la que solía sentirme contento. El grito de los vendedores de periódicos en el aire ya sosegado, los últimos pájaros en la plazoleta, el reclamo de los mercaderes de bocadillos, el lamento de los tranvías en los altos virajes de la ciudad y este rumor del cielo antes de que la noche caiga sobre el puerto, todo recomponía para mí un itinerario de ciego, que conocía perfectamente antes de entrar en la cárcel. Sí, era la hora en la que, hacía ya mucho tiempo, me sentía feliz. Lo que me esperaba entonces era un sueño ligero y sin imágenes. Y, no obstante, algo había cambiado, pues en la espera del siguiente día, fue mi celda lo que volví a encontrar. Como si los caminos familiares trazados en los cielos del estío pudieran llevar lo mismo a las prisiones que a los sueños inocentes.

Meursault no se siente culpable yo no lamentaba gran cosa mi acto, y explica: yo nunca había podido lamentar nada verdaderamente. Estaba siempre acaparado por lo que iba a suceder, por hoy o por mañana. Poco a poco vamos conociendo sus razones y sintiéndolo más humano: me asaltaron los recuerdos de una vida que ya no me pertenecía, pero en la que había encontrado mis alegrías más simples y más tenaces: los olores del verano [el olor, siempre el olor del verano. Camus tiene un libro muy recomendable que se titula El verano], el barrio que amaba, cierto cielo de la tarde, la risa y los vestidos de Marie. Bueno, parece que tiene sentimientos, que puede sentir, que puede amar.

Pero Meursault está ya perdido: le condenan a muerte. Encerrado en la cárcel, durante sus últimos meses de vida, vamos conociendo más el mundo interior del protagonista ya que éste comienza a reflexionar: sobre la pena capital, sobre la muerte, sobre la vida: pues bien, habré de morir. Antes que otros, era evidente. Pero todo el mundo sabe que la vida no vale la pena ser vivida […] Desde el momento en que se muere, el cómo y el cuándo, no importan, es evidente.

Meursault se enfrenta a su muerte. La muerte para él se convertirá en la única opción posible de reencontrar un sentido a su propia existencia. De esto se da cuenta tras el diálogo que mantiene con el capellán. Meursault estalla: Ninguna de sus certidumbres valía un cabello de mujer. Ni siquiera tenía la certeza de estar vivo porque vivía como un muerto. Yo parecía tener las manos vacías. Pero yo estaba seguro de mí, seguro de todo, más seguro que él, seguro de mi vida y de esa muerte que iba a llegar. Sí, era lo único que tenía. Pero, al menos, yo tenía esa verdad tanto como ella me tenía a mí. Yo había tenido razón, seguía teniendo razón, tenía siempre razón.

Y llega la redención, la paz, la bondad. Cuando se fue, recuperé la calma […] Los ruidos del campo llegaban hasta mí. Olores de noche, de tierra y de sal refrescaban mis sienes. La paz maravillosa del verano dormido entraba en mí como una marea […] Como si esa gran cólera me hubiese purgado del mal, vaciado de esperanza, ante esta noche cargada de signos y de estrellas me abría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo. Al encontrarlo tan semejante a mí, tan fraterno al cabo, sentí que había sido feliz y que lo era todavía. Reconciliación en sus palabras llenas de poesía (en ellas sale el poeta que llevaba dentro Camus). Y fin de la novela.

¿Pensáis igual que yo que el protagonista se reconcilia con su vida y encuentra un sentido a ésta en su propia muerte?

¿Si tuvierais que calificar al libro con un adjetivo (o con varios), con cuál lo haríais?

Es hora de los comentarios finales, de vuestras opiniones.

Toda una playa vibrante de sol se apretaba a mi espalda

8 Ene

Sol PoenteComienza esta primera parte con la muerte de la madre del protagonista y la narración minuciosa de cómo éste se pone en camino hacia el lugar donde ha muerto (Marengo, a 80 km de Argel). Los hechos están narrados con objetividad (y eso que está narrada en primera persona, no lo olvidemos), con un estilo sencillo, claro que va al grano. El protagonista no expresa sus sentimientos, se muestra, incluso, egoísta: durante el último año apenas vine aquí. Y también porque venir anulaba mi domingo, sin contar el esfuerzo de ir al autobús, de tomar los billetes y de hacer dos horas de viaje […] Cuánto me habría gustado pasearme de no haber sido por mamá […] y mi alegría cuando el autobús entró en el nido de luces de Argel. Pronto aparece su actitud de desinterés por todo lo que está ocurriendo. Un primer “no sé” (expresión que, junto a “me da igual”, aparecerá en el texto reiterativamente) ante la pregunta de por qué no quiere ver a su madre muerta. Indiferencia (no sabía la edad exacta), cansancio, aburrimiento, sueño. Eso es lo que siente el protagonista ante su madre muerta. Meursault describe el velatorio, el entierro con gran detalle, es un buen observador, pero continúa sin mostrar sus sentimientos, su postura es por momentos de perplejidad, de duda ante lo que debe hacer. Las observaciones sobre la naturaleza (el paisaje, el calor…) están siempre presentes. Meursault de vuelta a Argel, y como si nada hubiera ocurrido, se va a bañar y se encuentra con una amiga, Marie Cardona, con la que acaba pasando la noche. Repite dos veces, a su jefe y a Marie, que no es culpa suya que su madre haya muerto y afirma: nada significaba eso. De todos modos, uno siempre es un poco culpable. Deja el tiempo pasar, un sentimiento de vacío nos empieza a invadir a medida que avanzamos en la lectura: pensé que, al cabo, era un domingo de menos, que mamá estaba ahora enterrada, que iba a volver a mi trabajo y que, después de todo, nada había cambiado.  Van apareciendo otros personajes: su compañero de trabajo Emmanuel, el dueño del restaurante donde come, Celeste, los vecinos: Salamano y su perro y Raymond, el “almacenero” que vive de las mujeres y que tanta importancia tendrá en el desarrollo de los hechos. Meursault normalmente no manifiesta su opinión cuando se la piden, sólo el silencio o la indiferencia por respuesta. Incluso cuando Marie le pregunta si la quiere, el responde que eso no significa nada, pero que le parece que no, y cuando más tarde le pregunta si quiere casarse con ella, él responde que le da igual y que pueden hacerlo si ese es su deseo. O cuando su jefe le propone un ascenso en el trabajo, yéndose a París a vivir dice: dije que sí, pero en el fondo me daba igual. Me preguntó entonces si no me interesaba un cambio de vida. Contesté que no se cambia nunca de vida, que en cualquier caso todas valían lo mismo y que la mía aquí estaba lejos de disgustarme. Pareció descontento, me dijo que nunca respondía directamente, que no tenía ambición y que eso era desastroso en los negocios. Hubiera preferido no decepcionarlo, pero no veía razón alguna para cambiar de vida. Pensándolo bien, no me sentía desgraciado. Cuando era estudiante, tenía yo muchas ambiciones de ese tipo. Luego, cuando tuve que abandonar mis estudios, comprendí muy pronto que todo eso carecía de verdadera importancia. Parece que no hay motivos en lo que hace y decide, sólo una gran desidia que invade todos sus actos. ¿Qué opináis? ¿Y por qué creéis que es así?

En el último capítulo de la primera parte se desencadena la tragedia. Unos moros con los que Raymond ha tenido problemas a causa de sus relaciones con la hermana de uno de ellos, les siguen a una playa donde están pasando el día. El sol es cegador, hace mucho calor, hay un primer encontronazo en el que pegan a los moros que tienen una navaja. Se alejan. Pero Raymond tiene una pistola y Meursault se la coge y de la manera más absurda vuelve al lugar sin saber muy bien el porqué: era el mismo resplandor rojizo. Sobre la arena, el sol jadeaba con toda la respiración rápida y ahogada de sus pequeñas olas. Caminé lentamente hacia las rocas y sentí que mi frente se inflamaba bajo el sol. Todo ese calor se apoyaba en mí y se oponía a mi avance. Cada vez que sentía su poderoso hálito en mi rostro apretaba los dientes, cerraba los puños en los bolsillos de mi pantalón y me tensaba por entero para triunfar del sol y de aquella ebriedad opaca con la que me invadía. A cada espada de luz surgida de la arena, de una concha blanqueada o de un trozo de vidrio, mis mandíbulas se crispaban.  Se encuentra al árabe. Para mí, era una historia terminada y había venido sin pensarlo […] Pensé que me bastaba dar la vuelta y el incidente habría terminado. Pero toda una playa vibrante de sol se apretaba a mi espalda […] Era el mismo sol del día que enterré a mamá y, como entonces, me dolía sobre todo la frente y todas sus venas batían a un tiempo bajo la piel. Esa quemadura que no podía soportar me hizo dar un paso hacia adelante. Sabía que era estúpido, que no me desembarazaría del sol desplazándome un paso. El árabe saca el cuchillo. En el mismo instante, el sudor acumulado en mis cejas corrió de pronto sobre los párpados y los cubrió con un velo tibio y espeso. Cegaba mis ojos ese telón de lágrimas y de sal […]  Me pareció que el cielo se abría en toda su extensión para vomitar fuego. Todo mi ser se tensó y mi mano se crispó sobre el revolver […] Comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa donde había sido feliz. Entonces, disparé cuatro veces sobre un cuerpo inerte en el que se hundían las balas sin que lo pareciese. Fueron cuatro golpes breves con los que llamaba a la puerta de la desgracia.

He transcrito casi todo el párrafo porque me parece clave para entender (si es que se puede entender) el desencadenamiento de los hechos. No hay motivo aparente para volver al lugar con una pistola y después disparar sobre el árabe. Todo gira alrededor del sol cegador que parece dirigir sus actos de una forma irracional. Todo es absurdo, gratuito, como lo es su propia vida.

¿Qué opináis sobre este acto irracional? ¿Qué es lo que creéis que le empuja a Meursault a realizarlo?

Plazos

Comentaremos esta primera parte a lo largo de una semana y seguiremos con la lectura de la segunda parte al unísono.